Hace un aรฑo, 131 alumnos de la Universidad Iberoamericana realizaron un acto de repudio contra la descalificaciรณn y el desprecio del que habรญan sido objeto en su propia escuela por los lรญderes del Partido Revolucionario Institucional y el parasitario Partido Verde Ecologista, tras una visita a sus instalaciones del entonces candidato Enrique Peรฑa Nieto.
De aquello naciรณ un movimiento de jรณvenes que dio vida a las mortecinas campaรฑas polรญticas de 2012. De inmediato, polรญticos e intelectuales de izquierda los arroparon, cargaron sobre sus hombros la responsabilidad de democratizar el paรญs, de producir “un verdadero despertar ciudadano que permitirรก enderezar el rumbo de este paรญs dolido”, de dar un vuelco a las tendencias en los comicios federales, y aun pretendieron usarlos a favor de su candidato.
Ademรกs de las parrafadas para equiparar aquello con las revueltas populares de 2010 y 2011 en el mundo รกrabe, medios como La Jornada hicieron de las protestas y las iniciativas de los muchachos un parque temรกtico llamado “primavera mexicana” que declararon inaugurada el 26 de mayo y que cerraron solo dos meses despuรฉs, el 28 de julio.
Los opinadores de la prensa se entregaron sin reservas a la adulaciรณn, cuando se requerรญa autocrรญtica. El movimiento se desdibujรณ en la reiteraciรณn, en los deslindes de personajes y de acciones convocadas. Mรกs tarde llevaron a varios a Televisa, cabeza del duopolio al que habรญan dirigido sus mรกs duras crรญticas como movimiento, les dieron un sueldo como elenco de un programa sin filtro, en el cual hablaron de temas apasionantes como la “bonditud” o de cรณmo es natural que la pobreza lleve a los padres de familia a abusar de sus hijas (minuto 1:33). Asรญ los anularon. Asรญ se anularon.
Reivindicar el derecho a la discrepancia y reclamar veracidad a los medios en las calles no fue suficiente. Como advertรญa Jesรบs Silva-Herzog Mรกrquez en los dรญas previos a la elecciรณn, los muchachos y quienes estuvieron con ellos en la plaza se convencรญan de que ahรญ estaba expresada la naciรณn verdadera, que sus consignas eran la voluntad popular y que tenรญan la fuerza para cambiar la historia. Pero no fue asรญ.
El romance terminรณ cuando los jรณvenes perdieron su valor de uso electoral. Salieron de escena los estudiantes que orgullosos mostraban su rostro y su credencial en un video y en su lugar entraron los porros armados con palos y tubos, embozados con paliacates, trapos y pasamontaรฑas.
Primero tomaron las oficinas de la Universidad Autรณnoma de la Ciudad de Mรฉxico para hacerse del control del gobierno universitario, que entregaron a una facciรณn despuรฉs de seis meses. Mรกs tarde, llegaron aquellos que participaron en los disturbios del 1 de diciembre y a quienes se vio destruyendo y saqueando comercios en las calles de la ciudad de Mรฉxico.
Luego vinieron mรกs. Los que, en contra de actualizar los programas de estudio, asaltaron la Direcciรณn General del Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, donde rompieron ventanales con sillas, palos y escritorios para ingresar a las oficinas que ocuparon por 14 dรญas. En su apoyo, otra veintena con el rostro cubierto destruyรณ cristales de los accesos a la torre de Rectorรญa de la UNAM para tomar el inmueble y montar un campamento por 12 dรญas. Finalmente, y en solidaridad con estos, y con aquรฉllos, otro grupo tomรณ por nueve horas la Rectorรญa de la UAM-Iztapalapa…
En el espacio pรบblico donde otros ejercen su derecho a la protesta, estos ejercen desde el anonimato. Los medios les llaman genรฉricamente “encapuchados” —con excepciรณn de La Jornada que dio trato de “paristas” a los asaltantes de la UACM y “encapuchados” a los de la UNAM— y conforman una generaciรณn desencantada, con nulas oportunidades, guiada por una minorรญa violenta que sufre “la enfermedad infantil del izquierdismo” (explicada en este texto) y que logra atenciรณn asรญ: por la vรญa violenta.
Las capuchas, los rostros cubiertos, sin embargo, no son extensiรณn natural de “un encono social que ha sido privado de cualquier cauce legal de expresiรณn”, como se ha querido ver, incluso estableciendo algรบn sรญmil con el EZLN. En el caso de la irrupciรณn zapatista de 1994, la mรกscara tuvo un peso fundamental en el discurso de las reivindicaciones indรญgenas. Como alguien escribรญa en aquellos dรญas, la capucha fue un sรญmbolo dual que ocultaba un rostro (el de sus voceros) para construir otro (el colectivo); esconderse para perder la individualidad y construir legitimidad. Una legitimidad que permitiรณ al grupo hablar desde la tribuna de la Cรกmara de Diputados.
La mรกscara de esta juventud multiusos que emancipa pueblo de universidad en universidad, que toma escuelas en calidad de simpatizante del Partido del Trabajo y en sus ratos libres documenta la represiรณn, oculta otras cosas. Como escribรญa Hugo Garcรญa Michel, encubre a “los principales beneficiarios polรญticos de todo este desmadre, esos otros embozados que mueven los hilos y llevan doble capucha”.
Se acabรณ la adulaciรณn a aquel “canto joven” que comenzรณ en Santa Fe y cobrรณ “claridad frente a las instalaciones de Televisa”. Este aรฑo no interesan sus votos o lo legรญtimo de sus demandas, sino su izquierdismo y su enojo. Se acabรณ la primavera.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).