Prototipo de “indio”

Sobre el prototipo de indio bárbaro en las imágenes de la Colonia. 
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En demasiadas ocasiones se ha dicho que la pintura de castas es una expresión más de la Ilustración. En vez de santos y vírgenes, este género representó a los grupos de las sociedades coloniales del siglo xviii y, en lugar de las escenas del Apocalipsis, registró los lugares donde acontecía la vida cotidiana, por ejemplo, el mercado y el interior de las casas. Si bien es cierto que estos cambios manifiestan un distanciamiento de los temas religiosos y un interés por lo mundano, también lo es que algunos aspectos de su iconografía son más una continuidad que una ruptura.

Vistos en conjunto, los lienzos proponen una cuadrícula racial. De acuerdo con Ilona Katzew, su lógica es la siguiente: reproducirse con el miembro de una raza pura  destila la “contaminación” del mestizaje, de modo que el vástago de la tercera o cuarta generación vuelve a ser considerado español, siempre y cuando no se cuente con la presencia de africanos o afrodescendientes en el árbol genealógico.[1]Además de los castizos, cambujos, torna atrás y otras denominaciones parecidas, algunas series agregaron a un grupo que, en sentido estricto, no pertenecía al orden colonial: los indios bárbaros.

En la mitad inferior, una de estas series (de autor anónimo y fechada alrededor de 1725) muestra la pretendida epítome de este grupo en un paisaje montañoso y agreste. El hombre viste una falda de plumas de colores y una diadema que le hace juego. La mujer lleva el mismo adorno en la cabeza; a su lado, un niño sostiene una flecha. Más que una observación etnográfica precisa, estamos ante el prototipo del “indio”, esto es, ante la alegoría de lo extranjero e incivilizado que los pintores de este género repitieron a lo largo del siglo xviii. Manuel Arellano echó mano de este modelo para representar a los chichimecas en 1711, lo mismo que Juan Rodríguez Juárez en 1715, Miguel Cabrera en 1763, Andrés de Islas en 1774, Ignacio Barreda en 1777 y Ramón Torres y José de Páez en las últimas décadas del siglo, entre otros. Algunos de ellos incluyeron una palmera, o bien, el ejemplar de un pájaro exótico en la escena (muchas veces, una guacamaya).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El modelo también fue conocido en el actual Ecuador: el cuadro de un indio yumbo, de Vicente Albán, repite tanto la indumentaria como las armas mencionadas. Así, apaches, chichimecos, yumbos y otros grupos étnicos no identificados por los pintores de la época fueron englobados dentro el términos “indios bárbaros”, es decir, aquellos que no habían cambiado su extravagante atuendo por las camisas raídas, ni sus carcajes por las canastas de frutas destinadas al comercio.

Hace algunos años, María del Mar Ramírez Alvarado descubrió que los grabadores e ilustradores europeos de los libros que contaban la crónica de los viajes a América fueron creando un modelo iconográfico de sus habitantes. Muy pronto dejó de importar lo que el autor había descrito en el texto: todos los “indios” tenían las mismas armas y se vestían con plumas de colores.[2] La alegoría del continente también compartió estos atributos.

Esta tesis puede aplicarse a la pintura de castas, en otras palabras, me parece que la representación de los “indios bárbaros” proviene de los impresos europeos de los siglos xvi y xvii. Los americanos no pintaron el entorno ni a sí mismos a partir de su propia perspectiva, por el contrario, obedecieron las reglas y los modelos de Europa; una práctica que era común en otros temas plásticos (por ejemplo, en las advocaciones y las letanías de la virgen o en las escenas bíblicas).

Por lo tanto, además de enfatizar el giro plástico hacia lo mundano, debemos asumir la continuidad iconográfica de la América indígena. Una que perduró hasta el siglo xix, pues las alegorías de la patria mexicana muestran a una mujer que lleva un adorno de plumas en la cabeza; la misma personificación, adscrita ahora a Sudamérica, aparece en el retrato de Simón Bolívar de José Figueroa. Pareciera entonces que el territorio se independizó política y económicamente de España, no así de sus prototipos raciales.



[1] Ver Ilona Katzew y Susan Deans-Smith, “The Alchemy of Race in Mexican America” en Ilona Katzew y Susan Deans-Smith (eds.), Race and Classification, Stanford University Press, Stanford, California, 2009.

[2] María del Mar Ramírez Alvarado, Visión europea del indígena americano, Editorial csic-Fundación El Monte, Sevilla, 2001, pp. 184-185. 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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