¿Qué fue primero, el botón o el ojal?

Un repaso de algunos de los hallazgos de la ciencia y la evolución de las herramientas que ayudaron a conseguirlos. 
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¿El huevo o la gallina? ¿El tiempo o el espacio? ¿La necesidad o la forma? Para los organismos terrestres está claro que el huevo apareció antes. Y hasta hoy no existe indicio alguno que haga pensar en un universo previo al que habitamos… a menos de que, por ejemplo, sean detectadas las ondas gravitacionales que predijo Einstein. Así, no sólo observaremos el Universo hasta momentos mucho más remotos que los conocidos hasta ahora, sino que estaremos recibiendo esas señales como eran en el momento en el que fueron originalmente producidas y confirmarán que puede existir una curvatura en el espaciotiempo.

Sin ir tan lejos, ¿por qué cambian de forma objetos tan antiguos y comunes del mundo newtoniano y tridimensional? A mediados del siglo XIX se desarrolló en Norteamérica un nuevo tipo de mueble, la silla reclinable. El motivo era satisfacer la postura que exigían los tiempos, algo que evitara el extremo rígido de lo que se llama estar sentado sin caer en la absoluta relajación cuando uno se encuentra acostado. Nuevas necesidades generan otros diseños que requieren de herramientas distintas para armar y desarmar.

Estas herramientas, a su vez, abren la imaginación del inventor que concibe enmiendas y versiones inéditas. Como las que potenció un notable químico, Sir Frederick Sanger, quien falleció en fecha reciente a los 97 años de edad. Algunos filósofos de la ciencia de Cambridge llamaron a su trabajo “un enjambre de disparadores”. Es el único científico que ha ganado el premio Nobel de Química dos veces (pues Marie Curie lo ganó una vez en Física y otra en Química), uno por el descubrimiento de la insulina, para lo cual inventó varios métodos químicos. El segundo lo recibió por haber encontrado las secuencias básicas de los ácidos nucleicos. La genómica de nuestros días le debe mucho al profesor Sanger, pues ideó una técnica que aún sigue empleándose, “dideoxy”, mediante la cual se aligera la lectura de bases. Esto lo agradecen los investigadores cuando examinan genomas que poseen hasta 3,000,000,000 de pares.

Según me dijo Sir Fred alguna vez, “a semejante propensión circular (lo vivo y lo inerte, el principio y el antes del principio, la necesidad y la forma) que ha sellado la impronta de los tiempos modernos se le agrega una tangente: el deseo arcádico, pueril, de expresar nuestra inventiva y talento artístico en cada momento”. (Puede leerse una larga charla con él en Armonía y saber, Tusquets, 2004). Pero en este juego de contrarios complementarios, ya antes del auge industrial que provocó la explosión en el diseño de artículos de uso cotidiano, herramientas y toda clase de quincallería, la inventiva caminaba al paso impuesto por el fabricante, no por los descubrimientos científicos. Mientras que la ciencia, como la diversidad biológica, está determinada por el azar y el deseo, la diversidad tecnológica es una expresión genuinamente capitalista y se rige por criterios mercantiles, donde el deseo parece tener un lugar, aunque se trate de una ilusión.

Otro ejemplo del mundo newtoniano es la evolución de los utensilios de mesa hasta su forma y variedad actuales. ¿Son el cuchillo y el tenedor extensiones de nuestras manos que han ido evolucionando con el paso del tiempo entre la colectividad? ¿O aparecieron gracias al genio de uno o varios avezados y visionarios?

En las culturas orientales las personas comen con palillos y nosotros con cubiertos, pero en cualquier momento uno se vuelve tan diestro como el otro en el manejo de ambos utensilios. Asimismo, cada cultura ha resuelto con su propio diseño un mismo problema, en este caso el de tomar los alimentos. La naturalidad con la que aprendemos a manejar artefactos, por más complejos que sean, es la misma con la que el cardenal Richelieu  mandó a redondear todas las puntas de los cuchillos de mesa, disgustado por la costumbre que tenían sus invitados de pasearlos entre sus dientes en busca de residuos después de la cena. También, en 1669, y en un intento por detener la violencia, Luis XIV declaró prohibido el uso de los cuchillos puntiagudos en la calle y en las horas de comer. Al mismo tiempo comenzaron a fabricarse tenedores con dos puntas. Desde entonces, cuchillo y tenedor han evolucionado en una relación simbiótica, incorporando a su alrededor cucharas, platos, vasos, manteles, como soles binarios en miniatura.

Los antiguos romanos usaban botones sujetos a una presilla cosida en los extremos de algunas prendas, pero era frágil e imposible de ajustar en un día de viento o durante una nevada. No obstante, a pesar de sentir “la necesidad” del ojal, fue hasta el siglo XIII cuando éste aparece en realidad. Nadie pudo hacer nada hasta que se contó con cuchillos más adecuados y tijeras más finas para tal labor. Entonces se inició una relación fértil que ha generado una variedad insólita de botones, la cual nada tiene que ver con satisfacer una necesidad o cumplir una función ontológicamente distinta. Tampoco tiene un fin sublime ni se mueve por impulsos estéticos. Es el proceso de bricolaje aleatorio e irreversible, contrario a la entropía, que ensaya de manera natural y sin cesar formas desconocidas, viables, nuevas y mejores matrices dentro de un Universo vasto y finito.

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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