Recogimiento estético

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Si te quedas mirando el vacío el tiempo suficiente, el vacío se vuelve y te mira a ti.

Nietzsche

En tanto Santo Tomás argumentaba cuestiones disputadas con sus discípulos, cuestiones que luego irían a engrosar sus voluminosas sumas teológicas (tiene en efecto más de una), allá muy lejos, en China (el viaje de Marco Polo duró diecisiete años), en tiempos del emperador artista Huizong (reinó entre 1101 y 1125), algún maestro ceramista horneaba la regalada y magistral maravilla que ilustra estas notas. El tazón tiene unos catorce centímetros de altura y es fuerte a la vez que delicado. Vamos a mirarlo.

Este trabajo es modelo acabado de recogimiento estético. Un tazón gris claro. Gris, color más discreto y matizado, y menos escandaloso, que el blanco cal, con un esbelto toque amarillo huevo en la boca del recipiente. Imagina cuán fuera de lugar, cuán alarmante y catastrófica sería la presencia en ese aro de una línea escarlata o azul cielo. Tiene la pieza la simétrica usual, sin sorpresas, pero armoniosa, sedante. Evitemos calificar el trabajo de minimalista. Digamos mejor que es económica, y aún mejor, ascética.

Hay relación entre el recogimiento monástico y la parquedad estética. Barragán desarrolló su no igualada genialidad de diseño influido por la personalidad de Francisco de Asís, admirada por el arquitecto. Francisco, santo que predicó la austeridad como medio de liberarnos de las ansias y negocios del mundo y alcanzar la plenitud apacible y silenciosa. Superfluo, como se sabe, es casi todo en esta vida. Así, con poco, con deliberada economía, Barragán alcanzó esa monacal elementalidad que triunfa en sus diseños.

Otro ejemplo, más rebuscado. Ladrones de bicicletas, cumbre del neorrealismo italiano, fue éxito clamoroso desde su estreno. La película del gran Vittorio De Sica, con guion de Cesare Zavattini, era revolucionaria, cosa nunca vista. ¿En qué consistía su novedad? En su absoluta y propositiva simplicidad. En la Italia paupérrima de la posguerra un hombre trabaja valiéndose de su bicicleta, se la roban, la busca en compañía de su hijo, no la encuentra; desesperado, trata él de robar una bicicleta, es sorprendido, acusado de ladrón y vejado por una pequeña multitud. Eso es todo. La contundencia de la película recae en eso precisamente, en que no hay más. Su brutalidad es ascética, podríamos decir. Es como, en su modo delicado, nuestro tazón.

James Joyce declaró alguna vez que todo lo que había escrito obedecía a que él carecía por completo de imaginación. Supongo que con eso aseguraba que tenía dificultades para inventar y todos sus escritos eran resultado de su capacidad de observación. Igual que en nuestro tazón, donde no se inventa nada, a menos que llamemos invención a abstenernos por completo de adornar.

Stevenson: “Quien sabe suprimir sabe todo lo que puede saberse en literatura.”

Límites de la frugalidad artística: nadie ha dicho que el tazón es mejor o dice más que, por ejemplo, un barroco y variadísimo retrato de grupo, La rendición de Breda  de Velázquez, por ejemplo. Que el bolillo sea una maravilla de sabor y consistencia y el agua sea refrescante y deliciosa no quiere decir que lo mejor sea vivir a pan y agua.

Ahora, bajemos la vista hasta la base de la pieza. No puede ser: el trabajo contiene una lamentable y culpable negligencia, inexplicable en su maestría absoluta. El esmalte gris no ocupa todo el pie del tazón, se detiene inexplicablemente y deja ver los refajos de barro seco. En el rigor y escrúpulo orientales aparecen el ahí se va y el a lo que salga, tan mexicanos.

Pero no nos equivocamos, la base inacabada no es descuido: es logro deliberado, y parte notable de la maestría del trabajo. El tazón es así, con esa falta, inmaculado. Porque ningún trabajo ha de ser impecable. “La imperfección es la cima”, estableció Yves Bonnefoy. Eso porque la impecabilidad es claustrofóbica, asfixiante, inmóvil. Dada ella, el tiempo se detiene y no hay a dónde ir.

Y, principalmente, porque la obra irreprochable manifiesta una singular limitación: no encierra contraste. Y solo el contraste nos permite apreciar la cosa. Ninguna idea más china, la dialéctica del yin y el yang: hay alto porque hay bajo, blanco por el negro, mal por el bien. La perfección solo se revela en la imperfección. Los contrarios: en los paisajes chinos abundan nubes y rocas, lo etéreo y lo saturado, y abunda más que nada espacio vacío en contraste con espacio lleno. Este espacio vacío es tan valioso como el ágil e ingrávido dibujo en tinta negra. En esto, como en tantas cosas, el oriental se muestra más artista y más astuto que el pesadísimo esteta occidental. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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