Reflexiones sobre el libre albedrío

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En una entretenida polémica,1 nuestro más conocido filósofo se ha enzarzado con nuestro más conocido periodista a propósito de un tema de la mayor trascendencia: el libre albedrío. Era una cuestión en la que llevaban largo tiempo discrepando y parece que se ha calentado con la lectura de Incógnito (Anagrama, 2013) de David Eagleman, libro que populariza de forma amena (a pesar de internarse en territorios dudosos queriendo establecer paralelos entre la física cuántica y la consciencia) algunos de los trabajos y autores más importantes en el campo de la neurociencia. ¿Somos dueños de nuestros actos o marionetas que creen decidir? Fernando Savater se inclina, como “filósofo de guardia”, en palabras de Espada, por los dictados estrictos de su disciplina, y Arcadi Espada abraza, “con triunfal desconcierto”, en palabras de Savater, la versión más taxativa de las conclusiones, siempre provisionales, de los científicos.

Entiendo a Savater. No ha venido la neurociencia a levantar “la tapa de los sesos” (Espada dixit) en un momento muy oportuno. Además de los obstáculos que han puesto en el camino de la responsabilidad personal y colectiva las teorías derivadas del relativismo, o la desactivación de los mecanismos de defensa sociales que supone el nihilismo, ahora, desde la ciencia, cae en descrédito del concepto de libre albedrío. Si algo caracteriza los últimos cuarenta años es un clima en el que la responsabilidad personal ha dejado de ser valorada. En La tentación de la inocencia (Anagrama, 1996), Pascal Bruckner sostiene la tesis de la perfecta atmósfera de irresponsabilidad, de desculpabilización que flota en Occidente desde, más o menos, los años setenta. Hasta hace poco, debido a que las teorías geneticistas estaban totalmente desacreditadas por una izquierda que “apostaba” por la moldeabilidad sin fin del hombre, el modelo imperante de elusión de responsabilidad había sido la nurture por encima de la nature. O sea, el de la educación o ambiente más que el de la naturaleza. El padre alcohólico, el vecindario pobre y violento. Soy rebelde porque el mundo me hizo así. ¿Y ahora nos dicen los de la nature que no existe el libre albedrío? Pues no. Nos dirigen genes, cerebro, hormonas y eventualidades diversas pre- y posnatales. En un universo determinista, donde a cada efecto le corresponde una causa, somos rehenes del pasado.

Y nos cuentan historias y experimentos muy convincentes. El famoso caso de Phineas Gage, el hombre que cambió como un calcetín como resultado de un terrible accidente que le afectó el lóbulo frontal, fue seminal en los estudios sobre el libre albedrío y la moral. Por no hablar del conocido experimento de Libet, en el que se demuestra que no solo el cuerpo se prepara para la acción instantes antes de que el individuo tenga conciencia de ello, sino que la actividad cerebral correspondiente se activa incluso antes. Patricia Churchland, neurofilósofa de reconocido prestigio, se encuentra entre los abogados de la imposibilidad del concepto tradicional de libre voluntad.2 En su artículo “The Big Questions: Do We Have Free Will?” cita el caso de un hombre que tenía conductas sexuales compulsivas, que resultaron deberse a un tumor en su hipotálamo. Al ser extirpado, el paciente recuperó su conducta sexual normal.

Efectivamente, este tipo de casos hace que nos cuestionemos la idea de una voluntad libre, desde el momento en que la misma puede ser “usurpada” por un tumor. En rigor, la manera en que la voluntad de este hombre se vio afectada por la dimensión biológica es la misma que afecta a todos los seres humanos en cualquier circunstancia. ¿Dónde está la libertad de la que hablan los filósofos? ¿Dónde está la persona dueña de sus actos?

Arcadi Espada sostiene esta misma tesis y es un reconocido abogado de la inexistencia de una verdadera responsabilidad personal. Pues, sin hablar de accidentes y yendo a la mera dotación cromosómica, ¿qué culpa tendría un delincuente de poseer unos genes concretos, que se activan de una manera concreta, solos o en compañía de otros? ¿Tiene sentido un edificio de la justicia asentado en la atribución de la culpa y de su castigo? El delincuente sería producto de una concatenación previa de circunstancias que lo convertirían, en sentido estricto, en no responsable.

En el estado del conocimiento científico actual, sobre todo en el campo de la neurociencia, la balanza se inclina mucho más a favor de las tesis “arcádicas” que de las “savaterianas”. Pero esto abre un inquietante panorama. ¿Hasta dónde nos lleva todo esto? ¿Son viables desde el punto de vista de la supervivencia los pretextos ambientales o genéticos para acabar con la responsabilidad personal? “Fuera de la esfera de la responsabilidad individual no hay ni bondad ni maldad ni oportunidad para el mérito moral”, dijo Hayek. Que se erosione la idea de responsabilidad personal hunde todo el edificio de la estructura social.

Se impone, pues, repensar la cuestión del libre albedrío. Algunos investigadores e intelectuales como el fallecido Martin Gardner simplemente creen que el concepto es irresoluble pero “una ficción útil” e indispensable. Sugiere que la pregunta “¿Existe el libre albedrío?” es similar a “¿Por qué hay algo en vez de nada”? o “¿Qué es el tiempo?”. Aunque estemos sujetos a las leyes de la naturaleza y a las fuerzas de la cultura que dan forma a nuestros pensamientos y conductas, ¿podríamos ser agentes morales responsables de nuestras acciones? Es lo que opina el catedrático Adolf Tobeña cuando habla3 de “de grados de libertad” al hacer referencia a una autonomía transitoria y constreñida al elegir nuestro cerebro entre un conjunto de predicciones. Como dice Michael Shermer en su libro The Science of Good and Evil, “ninguno de nosotros puede conocer totalmente la casi infinita red que determina cada una de nuestra vidas individuales”. En cierto sentido todos podemos elegir, y siempre es una elección con un gran grado de incertidumbre en la que la idea del bien y del mal surge de forma espontánea y natural.

Estamos determinados, pero libres. ¿Es un pleonasmo, una contradicción? Un universo determinista nos impediría serlo, pero Daniel Dennett4 advierte de que en un universo en el que solo contara el libre albedrío, donde la gente estuviera totalmente libre de influencias deterministas, no habría lugar para la modificación de las malas conductas. El libre albedrío extremo solo traería caos social. Y Steven Pinker juzga que “no hay razón por la que debiéramos rendirnos en nuestro intento de mejorar la conducta humana por el simple hecho de que ahora tengamos una comprensión más amplia de los mecanismos de la tentación”.

Ahora sabemos mucho más sobre la mente. Sabemos hasta qué punto venimos al mundo con las cartas marcadas. El problema puede ser irresoluble como afirma Gardner, pero también nos advierten de que el suelo que pisamos no es nada más que un gran vacío cuántico y no se nos ocurre saltar de un quinto piso. La responsabilidad personal y la asunción de la propia culpa están en la base de cualquier relación social con posibilidades de continuidad. La fuerte experiencia de la libre voluntad también es una institución social porque la atribución de responsabilidad y todo lo que conlleva son los bloques fundacionales de las modernas sociedades abiertas. La doctrina clásica del determinismo asegura que la elección es una ilusión, que cualquier cosa que hagamos tiene un historial de causas antecedentes. Naturalmente, si eso fuera así, la ética sería imposible. No es factible socialmente eludir las consecuencias de las propias acciones, a menos que hablemos de individuos con patologías demostradamente incapacitantes, con la etiología o la mezcla de ellas que pudieran arrastrar. Lo que llamamos libre albedrío tal vez necesite una revisión y un cambio de denominación, pero es la base de la convivencia en un mundo de animales sociales donde cada uno ha de cargar con las propias acciones. ~

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1 Véase http://cultura.elpais.com/cultura/2013/03/11/actualidad/1363027547_480427.html y http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elmundopordentro/2013/03/13/la-filosofia-y-la-brocha.html

2 Patricia Smith Churchland, Brain-Wise: Studies in Neurophilosophy, The mit Press, 2002.

3 http://www.terceracultura.net/tc/?p=2581

4 Daniel Dennett, Elbow Room: The Varieties of Free Will Worth Wanting (The mit Press, 1984).

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(Barcelona, 1955) es antropóloga y escritora. Su libro más reciente es Citileaks (Sepha, 2012). Es editora de la web www.terceracultura.net.


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