Un buen día de 2010 la redacción de Letras Libres dejó, en efecto, de emplear la tilde diacrítica sobre el adverbio solo, pero tal cosa ocurrió, pese a la aparente insignificancia del asunto, no sin sopesarlo concienzudamente. Lejos de haberse tratado de una determinación irreflexiva, la decisión se tomó unos seis meses antes de que, en diciembre pasado, se publicara la nueva norma, coincidente al respecto, que promulgaron por consenso las veintidós Academias de la Lengua, de España y de América. Sin embargo, sí que nos respaldamos en una autoridad lingüística española –no miembro de la rae–: el gran bibliólogo, ortotipógrafo y lexicógrafo José Martínez de Sousa (cf. su Diccionario de ortografía de la lengua española, Madrid, Paraninfo, 1996, pp. 59-60), quien escribió minuciosamente sobre la superfluidad de la tilde diacrítica, entre otros, en el caso de solo, tilde que ha producido un apego (no encuentro término más exacto) inexplicable: es como si nos siguiéramos aferrando a tildar inútilmente la preposición a, a la usanza de los editores decimonónicos. Termino con un par de argumentos para el señor Mata y otros lectores que se han quejado de la decisión tomada. La tilde diacrítica en solo comenzó a emplearse en forma discrecional para distinguir el adverbio del adjetivo en casos de confusión o anfibología; Martínez de Sousa muestra cómo el contexto siempre esclarece la función gramatical del vocablo y no se necesita tal distinción; tampoco hace falta señalar con una tilde la diferencia entre ser (verbo) y el ser (sustantivo), aunque alguna vez se hizo. ¿Por qué se echa tanto de menos, al leer, una tilde diacrítica, o didáctica, que no existe al hablar? En fin, solo y sólo no son dos palabras contrapuestas sino una y la misma. Después de todo, estar solo significa estar solamente. ~
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.