Hay una fotografía, hecha en 1975, en una calle de Nueva York, donde aparece Salvador Dalí con el doctor Jacques Lacan. Lacan tenía cierta debilidad por los pintores y es de suponer que el pintor Dalí, que gozaba de un inconsciente desbordado, le pareciera muy atractivo. Además, como complemento, al doctor también le encantaban los famosos y el famoseo, es decir, el famosismo, ese gusto a ultranza por la fama, aunque ésta se halle incrustada en, por ejemplo, una pintura, como ya iremos viendo en estas líneas de letrilla. En aquella fotografía hecha en 1975 aparece Dalí abrazando dos diarios probablemente neoyorquinos. Digo abrazando porque trae los diarios entre los brazos, a riesgo de que un experto brinque y diga que Dalí no abrazaba nunca, no lo sé, pero lo que sí sé es que el genial pintor besó, en la boca y al parecer sin abrazarla, a la descomunal actriz Greta Garbo y que luego dijo, me parece que justamente por no haberla abrazado, que esa actriz tenía los mismos labios que “el farmacéutico de Figueras”. Y aquí viene ya todo un proyecto periodístico: buscar en los labios de los farmacéuticos de aquella ciudad las calidades de los labios de Greta Garbo y, de ser posible, irlos besando para llevar el proyecto a fondo.
En la primera plana de uno de estos diarios que Dalí abraza mientras camina por la calle en Nueva York, se alcanza a ver el final de las dos líneas titulares: la primera termina con las letras r y k; la segunda con c, t y s. Los dos finales, como puede rápidamente colegirse, podrían corresponder a varias palabras. Dalí mira al horizonte de la calle mientras abraza sus periódicos, y junto a él el doctor Lacan mira directamente al objetivo de la cámara. Da la impresión de que Dalí no le hacía mucho caso, o peor, puede ser que Dalí buscara un taxi en el horizonte de la calle cuando Lacan se le acercó con la intención de que su esposa lo retratara junto al pintor, como si fueran amigos y hubieran andado los dos juntos por Nueva York. La verdad no la sabremos nunca, ya no hay manera de preguntarles y además el doctor Lacan era el maestro del medio decir y se sospecha que del medio hacer, así que nunca sabremos cuál de sus mitades encarnaba cuando se hizo esta fotografía. Nada más los lacanianos muy expertos son capaces de interpretar lo que Lacan no decía, utilizando un método que no parece tan complicado: se trata de llenar los huecos que quedan entre las palabras que sí dijo el doctor. Bueno, el periódico que abraza Dalí es, en el mejor espíritu lacaniano, un auténtico medio escribir.
En 1866 el pintor Gustave Coubert hizo un cuadro para el diplomático turco Khalil-Bey. La obra es el torso de una mujer desnuda, que enseña el tramo que va de los muslos a los pechos, acostada en una cama de sábanas revueltas, con las piernas separadas y el sexo abierto y recién visitado por un amante que no aparece en la pintura, quizá porque ese sexo acaba de enviarlo al paraíso. Este cuadro de panorama estremecedor fue titulado con un nombre que acabó de redondear el concepto: El origen del mundo. La media mujer de Coubert es, con el mejor ánimo lacaniano, un auténtico medio pintar que los hermanos Gouncourt encontraban “bello como la carne de un Correggio”, mientras que a Maxime Du Camp le parecía una basura perfecta para ilustrar las obras del Marqués de Sade.
Cuando murió el diplomático turco, El origen del mundo pasó por varias colecciones privadas. Durante la Segunda Guerra Mundial ya iba por Budapest. Luego fue confiscado por los nazis, nada más durante el tiempo que los soviéticos necesitaron para adueñarse de él. Después el cuadro regresó al circuito de coleccionistas y ahí fue adquirido, en 1955, por el doctor Lacan. Dos vértices se juntaban por fin: el maestro del medio decir con la obra maestra del medio pintar.
La ruta accidentada de El origen del mundo no terminó en manos del doctor Lacan, pero el objetivo de estas líneas no es rastrear el cuadro sino la propensión al famosismo del doctor, que con tal de tener ese objeto famoso hizo lo que hizo, miren ustedes: Lacan llegó a su casa, orondo y a medio reír, con El origen del mundo recién comprado, y sin perder nada de tiempo lo colgó en su mejor pared. Unas horas después reparó en que la sirvienta se medio sonrojaba cada vez que pasaba junto al cuadro y unos días más tarde observó que la gente que los visitaba se medio desconcertaba al ver el cuadro y la puntilla la dio su mujer Silvie, que no obstante haber sido la mujer de Georges Bataille se medio enfadó con el sexo abierto que colgaba en su sala. La terapia que el doctor aplicó a aquel cuadro problemático no pudo ser más conservadora: le pidió a su amigo André Masson que le fabricara al cuadro un escondite, una pintura superpuesta de quita y pon donde apareciera un paisaje verde y arbolado con pastor, cabras y un riachuelo; así el doctor podía gozar del medio torso en la soledad y de su paisaje cuando estuviera acompañado. Aunque pensándolo con detenimiento es probable que no se tratara de una maniobra conservadora, sino de otra de sus ingeniosas carambolas: el maestro del medio decir compra la obra maestra del medio pintar, con el objeto de medio verla.
Pero regresemos a esa inquietante fotografía de 1975. Aquel medio titular del periódico que carga Dalí en la calle de Nueva York es, sin asomo de duda, un mensaje del doctor Lacan, un chiste. Lacan se acerca a Dalí con el oscuro objetivo de fotografiarse junto a él, plenamente consciente de que se trata de un acto reprobable en un doctor de su categoría y sin embargo se hace la foto, cede a un famosismo que se ve compensado por el mensaje que en medio escribir puede interpretarse así: la primera línea de uno de los periódicos que sostiene el pintor termina en rk, y la segunda en cts. Yo diría luego de medio mirarlo que lo que ahí dice es dark acts. –
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