Salvapatrias

El nuevo escenario pluripartidista que han dibujado las รบltimas elecciones abre de nuevo la puerta a un sectarismoย que se presenta desde la moderaciรณn y la razรณn de Estado.ย 
Aร‘ADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Los espaรฑoles hemos demostrado gran perseverancia histรณrica en el sectarismo polรญtico. Reciรฉn inaugurada la democracia de 1931, las palabras de Azaรฑa ya hacรญan presagiar que el ensayo liberal durarรญa poco: serรญa “una Repรบblica republicana, pensada por los republicanos, gobernada y dirigida segรบn la voluntad de los republicanos”. Hacia 1934 las cosas no habรญan hecho sino empeorar: Azaรฑa recordรณ entonces que “por encima de la Constituciรณn estรก la Repรบblica, por encima de la Repรบblica, la revoluciรณn”. Estas sentencias no solo dan cuenta del gusto de don Manuel por la concatenaciรณn literaria, sino que seรฑalan las graves dificultades que encontraba la izquierda de la primera mitad de siglo para adivinar en las derechas un adversario legรญtimo.

Para octubre de ese mismo aรฑo, los polvos de la exclusiรณn habรญan convertido Espaรฑa en un lodazal. La llamada revoluciรณn de Asturias estallรณ despuรฉs de que tres ministros de la CEDA entraran en el gobierno radical que presidirรญa Lerroux. La decisiรณn respondรญa a una demanda razonable de los de Gil Robles, que, al fin y al cabo, representaba a la opciรณn polรญtica mรกs votada en las elecciones de 1933. Efectivamente, la CEDA no gobernaba pese a haber ganado las elecciones. Su condiciรณn de partido “semileal” al rรฉgimen habรญa despertado las reticencias del presidente de la Repรบblica, Alcalรก-Zamora, que decidiรณ entregar el gobierno a Lerroux. Desde entonces, el Partido Radical habรญa gobernado con el apoyo de la CEDA, pero a la izquierda le parecรญa inadmisible cualquier acercamiento de las derechas al poder.

Claridad, semanario de la facciรณn caballerista del PSOE, lo expresaba asรญ: a Gil Robles “no hay que atraerle a la Repรบblica; hay que expulsarle de la Repรบblica y de la legalidad”. Y el propio Largo Caballero, tal como recoge Varela Ortega, no dejaba lugar a dudas: “Que nadie se llame a engaรฑo, las derechas en Espaรฑa deben haberse terminado ya en lo que significa gobernar nuestro paรญs”. Esa voluntad de apropiaciรณn del nuevo rรฉgimen por parte de la izquierda era garantรญa para su frustraciรณn. El compromiso de los socialistas con la democracia era ambiguo, cuando no interesado. Para muchos, no era sino una “estaciรณn de trรกnsito” hacia el verdadero socialismo, se trataba de un medio, que solo serรญa รบtil en tanto que demostrara eficacia en su aproximaciรณn al fin colectivizador. Todo fuera por el pueblo.

A la derecha, el panorama no era menos desolador. Si la lealtad de la CEDA a la Repรบblica siempre estuvo en duda y marcada por su “accidentalismo”, la Acciรณn Espaรฑola de Calvo Sotelo no tenรญa sonrojo en proclamar: “votemos para poder dejar de votar algรบn dรญa”. Y como bien advierte Varela Ortega: “¡A fe que lo cumplieron durante casi medio siglo!”. En los cuarenta aรฑos de dictadura que siguieron al golpe de Estado y la guerra civil que acabaron con la Repรบblica, la tarea de exclusiรณn que emprendieron los vencedores sobre los vencidos fue mรกs meticulosa y efectiva que nunca. No solo porque disfrutaron de cuatro largas dรฉcadas para su empresa. No solo porque buena parte de la faena se acometiera a sangre y fuego. En el nuevo rรฉgimen autoritario, era Espaรฑa entera quien se identificaba con Franco, pasando cualquier disidente a ser la “anti-Espaรฑa”. Fue tan exitoso el caudillo en su labor que aรบn hoy la izquierda no ha superado su complejo ante los sรญmbolos de la naciรณn.

A la muerte del dictador, la transiciรณn fue posible porque renegรณ, precisamente, de aquello en lo que los espaรฑoles llevaban empeรฑados durante siglos: excluir al otro. La democracia encontrรณ arraigo porque fue lo que muchos no le perdonan: una bajada de pantalones. Fue el cambio de la imposiciรณn por la negociaciรณn, de la aspiraciรณn de mรกximos por el acuerdo de mรญnimos. Andando el tiempo, sin embargo, la confianza en la estabilidad democrรกtica llevรณ a algunos a creer que habรญa llegado el momento de ajustar cuentas con la historia, sacando de paso rรฉditos electorales. Una parte de la izquierda quiso aprovechar las leyes de “memoria histรณrica” para volver a identificar a la derecha con la predemocracia, en un juicio eminentemente moral. Pero, como bien dijo Ruiz Soroa recientemente, “la democracia, para funcionar como sistema de sucesiรณn gubernamental, debe ser razonablemente amoral”.

La cosa no pasรณ a mayores. Aquel sectarismo habรญa perdido los brรญos y el encono de su pasado mozo, y prueba de ello es la aplastante mayorรญa absoluta que alcanzarรญa el PP en 2011. Sin embargo, el nuevo escenario pluripartidista que han dibujado las รบltimas elecciones abre de nuevo la puerta al sectarismo. El mรกs sutil de todos ellos es el que se presenta desde la moderaciรณn y la razรณn de Estado (todos los sectarismos dicen actuar por el bien del Estado, claro). Ha llegado a hablar de lo sensato, de la necesidad de poner los intereses de Espaรฑa por delante de la aritmรฉtica del poder. El problema viene, como siempre, a la hora de definir los intereses de Espaรฑa. Segรบn el nuevo sectarismo razonable, el bien comรบn pasa por una “gran coaliciรณn” a tres: PP, PSOE y Ciudadanos, que preserve las instituciones de las manazas populistas de Podemos.

Asistimos a un esfuerzo sostenido desde las tribunas de opiniรณn por excluir a los de Pablo Iglesias de las plazas de poder. No deja de ser sorprendente que nuestro paรญs haya superado con รฉxito la prueba de ver gobernar a partidos como Bildu, cuya tradiciรณn polรญtica le revuelve a una las tripas, y no estemos dispuestos a admitir que Podemos concurre a las elecciones en el respeto a las leyes, y que las disonancias programรกticas no son suficientes para querer expulsar a un partido del sistema.

No solo los opinadores mรกs razonables han caรญdo en la negaciรณn de los de Somosaguas. El PP ha hecho campaรฑa a base de fomentar el miedo y el frentismo: “o nosotros o los rojos peligrosos”, en una estrategia que recordaba a aquella portada de Ramรณn en Hermano Lobo: “O nosotros o el caos”. Tal estrategia no solo ha beneficiado a Rajoy, sino, sobre todo, a Podemos. Los de Pablo Iglesias se encuentran cรณmodos en esta dialรฉctica de polarizaciรณn. Ahora, que no se confunda con el interรฉs de Estado. Cuando se hace polรญtica desde y para los extremos, siempre pierde la moderaciรณn. Y al final se acaba descubriendo lo que decรญa Ramรณn: que el caos “tambiรฉn somos nosotros”.

[Imagen

+ posts

Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.


    ×

    Selecciona el paรญs o regiรณn donde quieres recibir tu revista: