TV Azteca, Televisa, El Universal, Milenio, Crónica, Univisión y La Razón, entre muchos otros medios, publicaron durante los primeros días de este mes una nota falsa, basada en un estudio inexistente, que culpaba a WhatsApp de la ruptura de 28 millones de parejas en el mundo. Bastó con que la información viniera atribuida a una revista científica llamada CyberPsychology and Behaviour Journal, para que los editores, sin mayor verificación, decidieran reproducirla.
Fue suficiente la curiosidad, el trabajo de seguimiento de un periodista interesado en el tema y una llamada telefónica para desmantelar la cadena de errores y de datos falseados que muestran cómo la idea de que “hay que llevar la nota” desactiva los filtros del periodismo.
Diariamente, los medios cumplen su cuota de información científica reproduciendo resultados triviales de investigaciones realizadas por académicos, centros de estudio y universidades, que difícilmente se traducen en algo relevante pues no son seguidas ni agotadas en sus alcances.
Es suficiente con teclear en el buscador palabras como “Según estudio…”, para encontrar cientos de reportes noticiosos desechables que enuncian revelaciones del tipo “según estudio, las mujeres revelan su historial sexual al caminar”, “según estudio, los hombres que lavan los platos tienen una mejor vida sexual”, “según estudio, los ojos marrones generan más confianza que los ojos azules”. Cada afirmación, por supuesto, es respaldada por alguna institución de educación superior como la Universidad Católica de Lovaina, la Universidad de Riverside en California o la Universidad Charles de Praga.
La búsqueda puede refinarse aun más, a grado tal que es posible encontrar estudios e informes que contradicen otros artículos publicados en revistas científicas. De manera que sobre un tópico como el café puede encontrarse que tomarlo alarga la vida (New England Journal of Medicine), según otro estudio, el café puede ser un asesino potencial (Mayo Clinic Proceedings) y de acuerdo con otro más, el café reduce riesgos de suicidio (World Journal of Biological Psychiatry).
Meses atrás, John Bohannon, periodista de la revista Science hizo un interesante experimento. Escribió un artículo en el que describía el hallazgo de las propiedades anticancerígenas de una sustancia química extraída de un liquen. Se acreditó como biólogo del Wassee Institute of Medicine en Asmara y envió su estudio a 304 publicaciones científicas de acceso abierto.
Cualquier revisor con conocimientos de química por arriba de la educación secundaria y mínima habilidad para entender datos básicos tendría que haber advertido inmediatamente las deficiencias del estudio, sin embargo, el periodista pasó los filtros académicos de 157 revistas que aceptaron su investigación. Esto, pese a que los experimentos eran tan deficientes que los resultados no tenían ningún sentido y a que el Wassee Institute of Medicine no existe.
Aidan White, director de Ethical Journalism Network (Red para un Periodismo Ético) mencionaba recientemente que los puntos de referencia del periodismo de calidad —exactitud, confiabilidad, imparcialidad, respeto por la humanidad y por la audiencia—, “siguen siendo principios cardinales que hacen del contenido algo creíble y útil para una amplia audiencia”. En su opinión, el afán por publicar se ha traducido en una pobre verificación de la información, con lo que se han ido debilitando los mecanismos que protegen a los lectores de la inexactitud, los rumores, y la especulación.
Estamos ante un ejemplo de infoentretenimiento, un nuevo híbrido del género periodístico, una tendencia de los medios a presentar la información como un espectáculo y cuya función principal es servir de gancho para captar audiencia, clics, lectores. Cuando un medio consiente en publicar una nota que enuncia que según un estudio “las galletas Oreo son tan adictivas como la cocaína”, en realidad explota un tópico con el que la gente se siente identificado; es llamativo y cercano en la cotidianidad, pero no aporta claves para desdoblar la información en algo mucho más profundo que una taza de café o una galleta.
Tal como establece John Bohannon en su reportaje, el método de la revisión por pares debería ser obligación básica de una revista científica; es decir, la validación y el escrutinio de cualquier estudio por parte de investigadores de rango igual o superior al del autor. Los medios tampoco están honrando su obligación. No hay diseño de coberturas ni seguimiento en temas de ciencia y tecnología. Ni editores especializados. La oferta informativa se llena de estudios fáciles de trivializar, con la firma de personas con credenciales científicas cuestionables y el respaldo de instituciones que quizá no cuentan con un área de investigación. Nadie cuestiona.
Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).