Hace unos meses salió a la venta el nuevo disco de la banda inglesa Mumford and Sons, llamado Wilder Mind. Antes habían anunciado en diversas entrevistas que el nuevo disco tendría un ‘sonido nuevo’ y que el banjo probablemente desaparecía, los comentarios en Twitter y algunos artículos comentaban con melancolía el cambio radical en la estética del grupo. Abro aquí un pequeño paréntesis.
Mumford and Sons se dio a conocer en 2009 con el disco Sigh No More, un disco con claras tendencias de lo que usualmente solemos llamar música country mezclado con rock. En efecto, el banjo, instrumento tocado por el cantante y líder del grupo, Marcus Mumford, le otorgaba a la banda un sonido que la acerca al primer género que mencioné, lo mismo que la manera en que los demás músicos interpretaban el violín, el piano y la batería. Si bien el sonido de Mumford and Sons no representó nunca una verdadera innovación es cierto que, sobre todo gracias a la voz de Mumford (siempre tan apasionada y al borde del grito), el grupo tenía un sonido muy particular, que definiría como de un romanticismo heroico. Siempre creí que lo que aseguró el éxito de este grupo fue su capacidad de hacer canciones al estilo U2, pero con una instrumentación que resulta sui generis en el rock. Las canciones del primer disco tenían un sentimentalismo que oscilaba entre la esperanza y la desesperación, y las letras, muchas de ellas plagadas de referencias a Dios y al amor en pareja, tenían un tono bastante diferente al que estamos acostumbrados en la mayoría de los grupos de música más o menos comercial actualmente. En el tema del amor en pareja no imperaba tanto la melancolía, sino un sentimiento cercano a la mística. Acorde con esto, la música recurría a menudo al crescendo, conforme la letra iba adquiriendo intensidad. El banjo, en su típica función de arpegiarla armonía, daba la sensación de estar recorriendo un camino a medida que la canción avanzaba. Este dinamismo de ir hacia adelante, muy raro en la música indie (por ponerlos en esta categoría)actual, fue para mí una bocanada de aire fresco cuando los escuché la primera vez. Su segundo disco, Babel, no pasó de ser una suerte de repetición del primero, con canciones que parecían ser parte del lado B, y fue muy bien recibido por el público y les granjeó aún más fama. Cierro aquí el paréntesis.
Pues bien, el nuevo disco tiene una instrumentación más electrónica y similar la mayoría de los grupos que actualmente están de moda. Guitarras eléctricas, bajo eléctrico, una batería cuyo sonido opaco con pocos armónicos suena a veces hecha por un sintetizador, y un piano a veces acústico y a veces modificado. Sin embargo, no por cambiar de instrumentación se logra un cambio en la estética. El grupo, a pesar de sonar diferente, sigue siendo Mumford and Sons. La voz de Mumford es la misma de siempre, con el uso de las mismas armonías y, en este sentido, el color armónico de este nuevo disco repite los dos discos anteriores. Los mismos cambios armónicos acompañan el mismo estilo de las melodías cantadas. Si se escucha con atención, se reconocerá, por ejemplo en “Snake Eyes”, “Broad Shouldered Beasts” y “Only love”, que ahora la guitarra eléctrica cumple con la idéntica función que realizaba el banjo, o sea acompañararpegiando la melodía. Los crescendos, a su vez, se acompañan de pianos súbitos, que vuelven a crecer en intensidad, como si de olas cada vez más grandes se tratara. Lo mismo sucede con ciertas pausas en el tiempo, donde la música de varias canciones tiene una cadencia que de repente, al desaparecer la base rítmica de la batería, pareciera que se detuviera, para ser retomada en seguida con mayor intensidad. Dentro de todos estos artilugios musicales, la melodía cantada por Mumford se desarrolla igual que antes: en la medida en que la canción se vuelve más intensa, su voz se asemeja más a un grito lleno de desesperación.
En conclusión, estamos ante un disco que mantiene la misma línea estética del grupo, pero sin el color particular de la instrumentación country. Si bien es cierto que por momentos aparecen algunos elementos estéticos nuevos, éstos van más ligados a las posibilidades técnicas de la nueva instrumentación y no son ni de cerca suficientes para considerar que Mumford and Sons ha tomado un nuevo camino. Por otra parte, aunque estemos ante la misma gata solo que revolcada, en este disco encontramos canciones tan buenas como en el primero. Y aquí surge la pregunta de si es siempre válido o pertinente invocar como prueba de la calidad de un artista su capacidad de cambiar o innovar. Asimismo, me pregunto, ¿por qué tanto escándalo por unos cambios tan poco profundos en la estética del grupo?
Pero, regresando a lo nuestro, el que escuche esta última entrega de Mumford and Sons hará bien en tener presente que el empaque innovador con que se recubre la misma no es más que eso, un empaque que trae el mismo producto: más de lo mismo y, para aquellos a quienes Mumford and Sons nos gusta mucho, más de lo bueno.