El Premio FAES de la Libertad se ha convertido en un gran acontecimiento cultural, del cual la fundación que presido se siente orgullosa.
Hoy lo estamos de manera especial, porque celebramos nuestro vigésimo quinto aniversario y hacemos entrega de la quinta edición a un gran amigo de España y de esta casa, Enrique Krauze. Editor, crítico e historiador, incansable defensor de la libertad mediante la palabra y mediante la cultura.
Enrique Krauze nació en la ciudad de México en 1947. Estudió y explicó ingeniería industrial en la Universidad Nacional Autónoma de México, y se doctoró en historia por el Colegio de México en 1974.
En 1976 recibió el Premio Magda Donato por su obra titulada Caudillos culturales de la Revolución mexicana y un año más tarde comenzó su muy conocida colaboración con Octavio Paz en la revista Vuelta, de la que fue secretario de redacción y luego subdirector.
En 1992 fundó la editorial Clío y en 1999 la revista Letras Libres, de extraordinaria importancia en toda América Latina y en España, donde también se edita, ayudando a hacer realidad el español como nación cultural común.
Ingresó a la Academia Mexicana de la Historia en 1990. En 2003 recibió la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, que tuve el honor de imponerle.
Es miembro del Colegio Nacional de México desde 2005. En 2008 le fue concedida la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
Ha merecido, entre otros, el Premio Comillas de Biografía y el Premio Nacional de Historia del Gobierno Mexicano. Imparte clase habitualmente en algunas de las universidades más importantes del mundo.
Su obra lo acredita como un maestro del artículo periodístico, la biografía, el ensayo y la crónica. Destacadamente, Biografía del poder, Siglo de caudillos, Por una democracia sin adjetivos, Para salir de Babel, Retratos personales, El poder y el delirio, De héroes y mitos, y Redentores. Ideas y poder en América Latina, entre otros.
En sus textos, defiende un liberalismo capaz de paliar la tendencia relativista del poder, un temple y una actitud que permiten mirar el mundo críticamente para reforzar la verdad y la libertad.
Para Krauze, la libertad no es solo un producto deseable de la política. La libertad es también un rasgo primario de la persona. De ahí que su enfoque sobre la historia sea biográfico, alejado del paradigma que tanto ha dominado en las ciencias sociales, que deduce mecánicamente las acciones de los hombres del contexto en el que están.
No por casualidad, Letras Libres comenzó a publicarse en España en 2001 con un número dedicado a los nacionalismos, titulado “Los fanatismos de la identidad”.
Con su elección y su maestría del género biográfico, Krauze desafía un arquetipo que conduce necesariamente a la irrelevancia de las personas en la historia cultural y política.
Él, por el contrario, afirma la presencia de los sujetos en la historia, su importancia decisiva para comprender incluso los hechos de mayor alcance social.
Y al hacerlo afirma también la responsabilidad por sus actos, que nunca están dados de antemano.
Las ideas o las tiene alguien o no existen ni se difunden; las decisiones o las toma alguien o no existen ni tienen efectos de ningún tipo. La biografía no solo ha de iluminar el contexto de una idea o de un acontecimiento, sino que ha de mostrar la libertad de la que proceden.
Krauze fija su atención en las vidas concretas, cargadas con todo el peso de su humanidad. Narra la vida –por emplear la expresión que da título a una de sus obras–, con toda su densidad.
Y narra también la historia del narrador, como biógrafo de biógrafos.
Porque la decisión de poner la vida en primer plano de la historia es en sí misma un acontecimiento cultural que merece atención.
En la temprana crónica titulada “Tránsito por Sudamérica”, de 1979, Enrique Krauze escribe que “sostener el desencanto a través de épocas dogmáticas es una herejía difícil, pero es una herejía que está en la naturaleza misma del auténtico intelectual”. Así es: sostener el desencanto cuando “hasta el paisaje es cómplice” de la falta de libertad política ha sido una de las más acabadas tareas de Enrique Krauze a lo largo de toda su vida.
Él promueve el desencantamiento del dogma de que la pobreza material y moral es inevitable, de que la violencia y la opresión carecen de remedio, de que la falta de derechos y libertades es propia de determinados países o de determinados contextos, y de que hay que aceptarlo resignadamente. Y la herejía contra el dogma impuesto se llama libertad.
El desencantamiento lúcido y esperanzado de Krauze busca causas y señala remedios. Es el de quien sabe que las cosas pueden ser distintas, mejores; que ninguna maldición condena a los pueblos, sino que ellos mismos se condenan o se redimen con sus actos, y especialmente por los actos de quienes los gobiernan.
De este modo pone ante nuestros ojos nuestras propias responsabilidades.
Y también nuestras limitaciones. Cualquier relación humana tiene en la libertad del otro un límite inevitable. Porque las personas no están hechas de una vez por todas, sino que van eligiendo a lo largo de su vida lo que quieren ser. Y a veces eligen dejar de ser lo que eran y pasar a ser algo distinto. Las circunstancias existen, pero raramente somos simples víctimas de ellas.
La libertad impide que se termine de conocer completamente a alguien, y hace que en ocasiones pueda sorprendernos dando a su vida giros y rumbos nunca previstos, elegir caminos que no son los que conocimos, caminos nuevos que nadie imaginó.
De esta materia están hechas las vidas que Krauze narra, porque esa es la trama profunda de la historia, como todos sabemos por experiencia: alegrías y decepciones; vidas que perseveran y vidas que se transforman.
En ese empeño, Enrique Krauze ha levantado una obra cultural que tiene ya una amplitud y una hondura excepcionales, y por esa razón recibe hoy el Premio FAES de la Libertad. ~
(Madrid, 1953) fue presidente del gobierno de España entre 1996 y 2004. De 1990 a 2004 fue presidente del Partido Popular. Preside la Fundación para el Análisis y los estudios Sociales.