Martes

Todo era tan bueno

Retomo un lienzo que no se deja. Un óleo, de 50 x 60. Le agrego un trazo, lo veo a la distancia. No es lo que busco, todavía, pero sé que voy en el camino.
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De Páginas de un diario 

A Carlos García Magaña

Un martes. Alrededor de las 6:30 de la mañana. Estoy en la planta alta de la casa de mi mamá. Algunos zanates aprovechan los últimos minutos de la oscurana en los alambres. Me gusta el contraste. Me anima para unas fotos. Un café cargado, después de orar. Y al taller, donde ejerzo mi sueño de pintor. Aquí han estado varios amigos. Aquí he compartido la esperanza y los proyectos con Carlos Coronel, Angelita Filigrana, Mayi Peralta.

Ya tengo un butaque, una mecedora, una silla. A mi espacio anterior llegó una vez Ariel Lemarroy y me regañó porque no había dónde sentarse. Le dije que allí llegaba a trabajar. Me volvió a regañar, aunque ahora no recuerdo la razón y es lo de menos: lo de más, lo que sí importa, es la amistad, que admite recriminaciones de ese tipo. Y de otro tipo, si las hiciera: Luis Alberto Chávez Fócil, por ejemplo.

Hace un par de años, Villoro y Carlitos Pellicer pasaron un rato en mi nuevo sitio de trabajo. Y ahí mismo, ahora, leo Hay vida en la tierra (Almadía, 2012) y Arrecife (Anagrama, 2012), de Juan. Imposible no disfrutar su prosa, los aforismos que alumbran la página con la terquedad del insaciable; sus historias. Pese a ser una recopilación de su entrega semanal, Hay vida en la tierra es de una visión que resulta compulsiva y exacta; que no se rinde, inagotable. Arrecife es la madurez de un autor maduro. La trama se desarrolla de manera natural. Y me alegra la forma de ir adentrándome en los sucesos. Hay mundos ocultos, soterrados. Subterráneos quehaceres, confesiones que enmarcan el horizonte del conjunto.

En el transcurso del día me llegan Propios como ajenos. Antología personal (Poesía 1961-2005), de Juan Manuel Roca y El vino que no acaba, de Eduardo Lizalde, antología (1966-2011). Los dos primeros de la colección Poemas y Ensayos, de la UNAM; el tercero, de Vaso Roto Poesía. ¿Hay mayor alegría que recibir tres libros de poesía en un día? Leo “Testamento de Job”, de Juan Manuel Roca: “Hace milenios / abandoné las ulceraciones de mi cuerpo,/ los días como llagas”. / Mi luna salía tras el estercolario / y las montañas del dolor.// La ausencia era el nombre de Dios.// Ahora, / cada herida es el mapa del tesoro / que lego a los que dudan, / a los amortajados por la inopia, / por la falta de fe”.

Retomo un lienzo que no se deja. Un óleo, de 50 x 60. Le agrego un trazo, lo veo a la distancia. No es lo que busco, todavía, pero sé que voy en el camino. Hace años, cuando alguien me preguntó el objetivo de los libros de Ediciones Monte Carmelo, le respondí con el Martín Fierro: “algún día hemos de llegar / después sabremos adónde”. Así me pasa con la poesía y la pintura, con la vida. ¿Sabremos?, sí, se refiere a Margarita Pizarro, mi amiga entrañable y diseñadora exquisita, con quien comparto la sobriedad en asuntos de edición. Y bueno, sin querer nos amparamos en don Eliseo Diego, quien recomendaba atender la lección de los Evangelios: “decir más con menos”.

Saco el lienzo al sol. En la tarde o mañana lo veré diferente.

Leo de Cisneros: “Vivía / nuestra casa, / con sus muros / cubiertos / de sal / todo el año. // Afuera,/ simplemente dormía / nuestro patio / sobre tu / corazón”. Son de Destierro, su primer libro, publicado en el año que nací: 1961. En 2009 lo conocí en el Festival de Poetas del Mundo Latino, dedicado a él. Fue en Morelia. En la víspera de la salida del D.F., en el bar Las hormigas de La casa del poeta, dio una lectura de poesía flanqueado por dos de sus grandes amigos mexicanos: Marco Antonio Campos y Rafael Vargas. En Uruapan caminamos Cisneros, María Baranda y yo, hablando de su trabajo de traductor, de poesía, de España. Un día me dijo que disfrutaba su vida de abuelo. Le dije que yo también. Y que Pellicer, que escribió Práctica de vuelo, uno de mis libros consentidos, había influido de manera descarada en mi libro en proceso: Práctica de abuelo.

Un miércoles. Alrededor de las 6:30 de la mañana. Frente a casa de mi mamá, en la calle. Tomo dos fotos. Horas después, cuando las veo en la pantalla, me estremecen.

Después de mi ritual matutino, retomo mi libreta de escritura. El poema sigue avanzando, poco a poco.  Me gusta entrar en su atmósfera. Alrededor de esas líneas voy visualizando un mundo que no creí tan vivo en mí. Son imágenes nítidas, de hoy. Una pregunta evoca en mi mamá la recreación de nuestro mundo. Tantos mundos en uno solo. A veces, un nombre me hace escribir. Pero siempre la imagen (a veces no visual, sino intuitiva, pero cómo explicarlo…).

A mediodía bajo a comer con mi mamá. Platicamos un rato, subo de nuevo al taller. Presiento que el óleo requiere más tiempo de espera, de considerar algunos aspectos de armonía, de luz, de sugerencia.

Voy a buscar a mi hijo a la escuela y de allí a casa. Una vez que me instalo subrayo un verso de Lizalde: “estas sombras / que son luz, única luz, infierno”.

A las siete, la llamada diaria a mi mamá. Todo está bien, me dice. Le digo que mañana no voy temprano, que tengo que ir a Villahermosa, a ver a Magdónel, pero que la veo para comer a mediodía. Si Dios quiere, me dice. Y sí. Solo si Dios quiere.

A las 11:35 pm me habla mi hermana. Mi mamá se siente mal, le cuesta trabajo respirar. La llevará al hospital. Presiento que es algo delicado. “Grave”, dirán después los doctores.

No sirve el aire acondicionado, los mosquitos no descansan, el hospital es insuficiente para atender a los pacientes con dengue y la lluvia alborota más el calor.

Paso mi primera noche en vela en el hospital.

Recuerdo un verso de Esquinca: “no despiertes aún / yo he pasado de ti la noche en blanco”. En este contexto me da miedo: es terrible.

En un instante, otro rostro de la vida se ha asomado, sin haber dado indicios. Subrayo, de Arrecife, de Villoro: “todo era tan bueno que no podía perder la oportunidad de arruinarlo.”

Miércoles

Francisco Magaña

Pueblo Nuevo de San Isidro Labrador

Año de Dios

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Poeta y editor de Tabasco.


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