Treinta años del sida

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Se cumplen treinta años del descubrimiento del sida. Para muchos fue un verdadero “fin de la infancia”, jugando con el título de la novela de Arthur C. Clarke. De repente, el sexo ya no era ese festival de paz, amor e intercambio de fluidos sin consecuencias que habían regalado los métodos fiables de contracepción a la generación beat. El sida significó volver a hablar de cosas aburridas como “sexo responsable”. Incluso de resucitar maldiciones bíblicas de antiguos confesionarios. El 5 de junio de 1981 fue el anuncio oficial de que una nueva enfermedad estaba causando una avalancha de trágicas y penosas muertes. Su naturaleza desconocida provocó una oleada de pánico mundial.

Michael Gottlieb, un joven médico clínico, advirtió que, en tres hospitales de Los Ángeles, un total de cinco varones jóvenes, blancos y homosexuales habían presentado una rarísima infección solo característica de inmunodeprimidos terminales. A la vez, tanto en California como en Nueva York se detectó el crecimiento anormal de un sarcoma, el de Kaposi, que pasó a convertirse en símbolo de la enfermedad. El sida dejaba al organismo inerme ante enfermedades como la neumonía, su contagio resultaba fatal y no había vacuna ni remedio a la vista. En este estado de confusión dos investigadores en el Instituto Pasteur, Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier, el 3 de enero de 1983, a partir de la biopsia de un ganglio de un paciente, se dieron cuenta de que se trataba de un virus nuevo que se transmitía por vía sexual y sanguínea, y que era urgente detenerlo. Pero no fueron comprendidos por el resto de la comunidad científica, al menos durante un año, hasta que Robert Gallo confirmó los resultados en los Estados Unidos.

Una de las sorpresas fue saber que su origen podría estar en África y no ser únicamente humano. Utilizando relojes moleculares han acabado estableciéndose los distintos linajes de la infección desde los simios al hombre. Parece que el virus se transmitió a los humanos múltiples veces desde al menos dos tipos de primates distintos. ¿Cómo fue esto posible? Los cambios sociales, económicos y políticos de los últimos cien años han resultado en un movimiento global y un contacto sin precedentes entre las poblaciones humanas. Bajo estas condiciones, la transmisión de un virus animal a un anfitrión humano y de ahí a grandes poblaciones es relativamente sencilla.

Hasta que en los setenta se convirtiera en prevalente en individuos infectados en Estados Unidos y Europa, el virus ya había estado en grupos humanos por lo menos desde 1930. La velocidad de su propagación fue muy lenta al principio, pero debió de estallar alrededor de los años cincuenta y sesenta, coincidiendo con el fin de la colonización en África, varias guerras civiles, la introducción de los programas de vacunación (con la desgraciada circunstancia de la reutilización de agujas), la revolución sexual y el incremento de los viajes tanto a África como desde África. “El sida cambió el mundo; un nuevo vínculo social se creó entre países del norte y del sur, lo que ninguna enfermedad había provocado”, destacó Michel Sidibé, director de Onusida.
Su modo de transmisión, en particular la vía sexual, rodeó la enfermedad de prejuicio. El hecho de que se cebara en la comunidad homosexual hizo que los grupos religiosos más reaccionarios lo atribuyesen a una especie de maldición por la abominación del pecado. Por otro lado, el sida es una enfermedad que hizo su aparición y se extendió en los momentos de auge de las filosofías relativistas y anticientíficas herederas de la posmodernidad. Y para empeorarlo más, coincidió también con los años cumbre del tercermundismo e indigenismos antioccidentales.

Uno de los primeros en hablar del tema fue Jean-François Revel en su libro El conocimiento inútil. En él cuenta que en octubre de 1985, un diario de Nueva Delhi, The Patriot (órgano pro soviético conocido como tal en la India pero no fuera), publicaba un artículo para “revelar” que el virus del sida era producto de experimentos en ingeniería genética hechos por el ejército estadounidense con vistas a la guerra biológica. Este bulo fue creciendo hasta el punto de que en septiembre de 1986, durante la cumbre de los países no alineados celebrada en Zimbabue, se distribuyó a los delegados un grueso informe con todas las apariencias de seriedad científica asegurando que el virus del sida procedía del laboratorio de Fort Detrick, en Maryland. Aunque más adelante se dieron las oportunas rectificaciones, el daño ya estaba hecho: en el Tercer Mundo (y en otros muchos lugares) es hoy muy difícil encontrar a alguien que no esté persuadido de que el Pentágono y la cia desencadenaron la epidemia.

La premio Nobel de la Paz del 2004, por ejemplo, la inefable Wangari Maathai, acusó a Occidente de crearlo para exterminar la raza negra, provocando la estupefacción y la polémica en Suecia. En una en-trevista aseguró que el sida “es una herramienta de control creada por investigadores para erradicar algunas razas”. La paradoja es que Maathai es doctora en biología y la primera mujer africana que obtuvo un doctorado. También el presidente sudafricano Thabo Mbeki llegó a opinar que los negros que aceptan la ciencia ortodoxa del sida son “reprimidos” y víctimas de una mentalidad esclava.

Esta nueva enfermedad se detectó gracias a la eficacia de los sistemas sanitarios modernos y al uso de métodos científicos como la estadística. Su aplicación rutinaria permitió que, en junio de 1981, el sistema de control de enfermedades de Estados Unidos –el Center of Disease Control de Atlanta– detectase una inusual incidencia de neumonía por Pneumocystis carinii. A partir de aquí se puso en marcha un proceso que, a pesar de treinta años de enfermedad y millones de muertos, ha sido un gran triunfo de la ciencia. En 1996, con las triterapias, la enfermedad mortal pasó a ser una enfermedad crónica. Y el 12 de mayo de este año, el hiv Prevention Trials Network (hptn) anunció que un estudio realizado sobre 1,763 parejas (la mayoría heterosexuales, algunas gays), tanto de África, Asia y el norte y el sur de América, en las que un miembro estaba infectado, demostró que las drogas modernas no solo prolongaban la vida de los enfermos, sino que podían detener la transmisión del virus.

Aunque muchos científicos descartan esta posibilidad por demasiado optimista, existen determinados grupos que piensan que el sida se podría curar. Una de las razones es que una de cada mil personas afectadas controla la infección de manera natural sin desarrollar nunca los síntomas. Como existen estudios que han identificado los anticuerpos que neutralizan el sida, también podría crearse una vacuna en un futuro cercano. Tiempo al tiempo. ~

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(Barcelona, 1955) es antropóloga y escritora. Su libro más reciente es Citileaks (Sepha, 2012). Es editora de la web www.terceracultura.net.


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