“La única manera de entender México es con la distancia”
Ulises Culebro es uno de los ilustradores mexicanos con más renombre internacional. Llegó a España en 1990 abandonando en México su trabajo en La Jornada, diario del que fue fundador. Una combinación de talento y sacrificio le ha llevado a ser una referencia en el mundo de la ilustración en prensa en medios hispanos, y hoy es jefe de ilustración del periódico El Mundo, uno de los más vendidos de España. En la primera parte de nuestra entrevista con él, nos habla, principalmente de su relación con México.
¿Por qué decidiste dejar México y venir a España?
Contrariamente a la tendencia natural de los latinoamericanos a emigrar por razones económicas, yo me vine simplemente por curiosidad. En México, a los caricaturistas, sobre todo a los de La Jornada, nos iba siempre muy bien y teníamos mucho reconocimiento profesional y artístico, pero estaba cansado de hacer siempre lo mismo. En México puedes desarrollar una fama local importante, que es interesante, pero creo que para poder crecer necesitaba irme. La única manera de entender México es con la distancia, y la única manera de percibir el entorno del que provienes es con un plano general.
No me arrepiento, me he divertido muchísimo los veinte años que he estado trabajando aquí; mantuve siempre un contacto bastante estrecho con México y con mis amigos. En los países con una fuerte carga nacionalista, como México, la identidad está garantizada, nunca se desdibuja; sí en cambio van desapareciendo poco a poco los dogmatismos, el pensamiento único, esa sensación simbiótica de pertenecer a un grupo del que no te puedes diferenciar, que es una tendencia muy latinoamericana. Quizás por eso me gusta tanto Roberto Bolaño, porque de alguna manera él sentía que la única forma de replantearse su visión del mundo era siendo crítico con su entorno más inmediato. Yo creo que a mí me pasó eso, y me encanta. En España me siento como en mi casa, Madrid es la única ciudad del mundo donde nunca me sentiría como un extranjero, aparte de la ciudad de México, donde no me siento extranjero, aunque sí me siento extraño, porque siento un distanciamiento con respecto a un cierto anquilosamiento… Si México no tuviera tanta riqueza y tanta fuerza, quedaría como un país patético. Tiene muchísima creatividad, un impulso cultural increíble y, sin embargo, una incapacidad supina de gestión.
¿Por qué crees que ocurre eso?
Yo creo que la culpa es del petróleo y de los dinosaurios que se murieron allí, porque nunca ha hecho falta replantearse un modelo económico viable, porque lo único que tenías que hacer era cavar con un pico y sacabas petróleo. Eso, sumado a una herencia terrible de cacicazgos, ha creado una sociedad que vive en un sistema de castas, unas desigualdades que muy difícilmente se pueden resolver si no se replantea un poco la forma de ser de los mexicanos.
La opción de irse tiene un precio: sufres el desarraigo, extrañas…
Creo que el proceso de inmigración interno es predecible. Lo primero que haces cuando pisas una tierra extraña es añorar tu comida, tus amigos, tus olores, tu ciudad, tus rincones. Eso te pasa durante un tiempo y luego cuando pasas a la fase de descubrir las cosas donde te estás desenvolviendo, empiezas a disfrutarlas muchísimo. En el mismo momento en que empecé a extrañar los tacos de suadero, empecé a querer y a disfrutar la vida de la calle de Madrid, tomar un café en cada esquina, poder vivir la calle de una manera diferente. Por otro lado, Madrid es una ciudad muy dúctil, que te permite desarrollar proyectos. Está un poco en la esquina de “lo latino” y el desarrollo: es un país imperfectamente correcto que funciona más o menos a mitad de camino entre la capacidad de improvisar y una cierta funcionalidad, que hace que puedas llevar adelante proyectos que en otros lados son más difíciles de realizar.
En México, desarrollar proyectos era muy complicado. Yo creo que la necesidad imperiosa de salir fuera durante una temporada, una tradición muy sana de cierta clase media ilustrada en México, es lo mejor que puede pasar, porque nos vemos a nosotros mismos, reconocemos cuáles son nuestros contornos y actuamos en consecuencia. Si sales y tienes menos padrinos y menos tíos que te den dinero, y tu madre no te hace el desayuno, pues ya te buscas la vida para hacértelo tú. Y eso no quiere decir que no existan otros respaldos o que no puedas encontrar en el camino mucha gente afectuosa, agradable, que te apoye. Lo que pasa es que tienes menos oportunidades de autoengañarte, aunque conozco trayectorias de gente que ha pasado cuatro o cinco años en Europa sólo con el objetivo de convencerse de que tenían razón y regresar derrotados, pero esa era la misión que traían. He visto a periodistas o corresponsales que venían aquí a pasárselo mal para poder hablar mal de España o de Europa, y refugiarse de nuevo en ese pequeño gueto intelectual del que salieron simplemente para ratificar sus obsesiones o su pensamiento local.
Tienes un puesto profesional muy exigente, ¿te sientes doblemente orgulloso al lograrlo siendo inmigrante, que en teoría compites en desventaja?
Creo que es al revés, que el venir de fuera tiene de entrada dos ventajas importantes: una es que cuando vienes traes incorporada toda una herencia cultural que en el sitio al que llegas es novedosa, y eso te da un plus de riqueza; la segunda gran ventaja es que empiezas inmediatamente a detectar cierto tipo de cosas que puedes hacer en un entorno en el que no se hacen, y entonces puedes desarrollar los proyectos que estabas acostumbrado a hacer desde tu propia perspectiva, misma que en el país que te acoge resulta novedosa. Y normalmente en Madrid son bien acogidos. Es curioso porque todos vivimos y crecemos con una cultura del exilio doloroso, cuando en realidad es una experiencia muy rica, muy divertida, donde también terminas desvistiéndote de esas prendas que te estorban, como los prejuicios culturales y un cierto complejo de inferioridad que existe en México y en otros países latinoamericanos, complejo que se nos ha quedado como una pequeña herencia en la memoria RAM de nuestra cultura, de que somos derrotados en algo. En realidad nadie nos ha derrotado en nada, sino que somos nosotros mismos los que nos autoderrotamos con el sentimiento de que tenía la razón siempre el otro. El mundo de Occidente está hecho de triunfos y derrotas consecutivos. Venimos de una lucha encarnizada por sobrevivir. La cultura Europea, con mayúsculas, no es otra cosa más que una guerra de envidias y traiciones, y de triunfos de pequeños clanes sobre otros. En el fondo somos todos lo mismo: cometemos nuestros errores y luego nos tardamos un tiempo en arreglarlos. El resultado de todo eso es nuestra cultura. Pretender que hay una continuidad en el concepto de derrota es el lado más fácil, como no querer levantarte para ir a la escuela. Es de una pereza cultural que cuando se convierte en una película que cubre toda una sociedad es el síntoma de una enfermedad. Contra eso habría que leerse unos libros más, ir a la escuela, ir al psiquiatra o viajar un poco.
¿Te gustaría volver a trabajar o vivir en México?
Sí, me encantaría. Soy colaborador de publicaciones mexicanas. Aunque lo hago cada vez menos, por exceso de trabajo; ahora estoy con mucho trabajo aquí en España y en otras publicaciones europeas. No descarto volver a vivir en México, pero de momento estoy aquí muy entretenido y no siento una urgente necesidad de volver.
¿Eres más mexicano ahora que antes, ahora que estas aquí?
[Risas] Creo que sí, porque yo en México me sentía uno más de un montón de gente con la que tenía muchas cosas en común. Aquí otras personas me dicen que mi trabajo tiene algo “profundamente mexicano”, cuando en realidad nunca he querido hacer un trabajo folklorista ni con los tópicos de lo que es el arte mexicano. Pero creo que hay una esencia agresiva, vigorosa, próxima a un cierto interés por la muerte, a una cierta indolencia respecto a lo más inmediato, una cierta especulación filosófica que tiene mucho que ver con el pensamiento mexicano. Eso lo he descubierto fuera y me siento muy orgulloso.
Un publicista mexicano me comentaba que le parecía ridícula la tendencia que está definiendo estéticamente el concepto de la mexicanidad en el exterior, ese kitsch con referencias culturales urbanas como los luchadores. ¿Cuál es tu opinión?
Desgraciadamente, la visión de los mexicanos que se tiene es bastante pobre en muchos segmentos de la población, sobre todo en la gente que sólo se alimenta de los medios masivos de comunicación.
Por otro lado, la cultura mexicana históricamente se ha vendido muy mal, y cada vez que sale algo interesante o empieza a haber una mejor difusión de ello pareciera que fuera un accidente. Tenemos extraordinarios embajadores culturales, como los escritores, y tenemos pésimos embajadores políticos que lo único que hacen es destruir la posibilidad de promover una mejor visión de lo que es el país. Yo creo que se vende mucho mejor lo brasileño, que parece más atractivo, lo japonés, que parece más exótico o más freaky, o lo estadounidense, que parece más hedonista. Lo mexicano siempre tiene algo extraño, como una visión enclavada en una canción de José Alfredo Jiménez, con un sombrero de charro y unos mariachis. Creo que una visión más compleja de México siempre ha sido una tarea pendiente. Pero se vive con prejuicio, independientemente del nivel cultural que tenga la gente, porque también los comportamientos de los grupos son, desde el punto de vista etológico, “autoproteccionistas”. La cultura española tiene cierta reticencia ante la cultura latinoamericana, no porque la consideren peor, sino porque también les da envidia. Se tiende a desdeñar, pues las uvas del vecino siempre van a ser demasiado verdes y estarán demasiado altas. La riqueza cultural de México es una suma de todas las cosas y es acojonante; creo que es cosa de tiempo, que en algún momento se difundirá mejor.
– Feliciano Tisera
Periodista todoterreno, ha escrito de política, economía, deportes y más. Además de Letras Libres, publicó en Clarín, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.