Dueño de una carrera académica prolongada en el campo de la historiografía, José Enrique Ruiz-Doménec ha cultivado también el ensayo y la divulgación periodística, todo ello en el marco de una prolongada trayectoria que encuentra por el momento su feliz summa en este libro singular y ambicioso. Pero no estamos ante una de esas “pesadas monografías” que solo leen las comisiones encargadas de juzgar los méritos del aspirante a una plaza universitaria, como lamenta el autor en estas páginas, sino de un ensayo que se asienta sobre la reflexión personal: Ruiz-Doménec vuelve sobre la infinidad de lecturas que ha hecho en el curso de toda una vida, sin por ello descuidar las novedades que cada día llegan a los escaparates de las librerías. De ahí que el libro tenga algo de biografía intelectual e incluso pueda leerse a ratos como un ajuste de cuentas generacional; he aquí dos razones suplementarias para sumergirse en su entretenidísima y fructífera lectura.
Ambición, decíamos, ya que el propósito del libro es nada menos que describir “la batalla cultural del largo siglo XX”. Para el autor, este siglo prolongado empieza en 1871 con la Comuna de París y acaba en 2021 con el final de la pandemia en las postrimerías de la Gran Recesión: si lo primero es significativo porque en París se produce una rebelión popular contra el capitalismo liberal, lo segundo nos coloca al final de un largo proceso cuya resolución no está clara todavía. Que semejante datación sea cuestionable tiene poca importancia, pues casi todas las dataciones históricas lo son; Ruiz-Doménec la justifica de manera convincente y de eso se trata. Este largo periodo, que tiene en su centro una guerra de treinta años que empieza en 1914 y acaba en 1945, cuenta con su propio profeta: un Nietzsche que advierte de la crisis de la civilización occidental en sus estudios sobre la genealogía de la moral. Esta crisis, objeto asimismo de la batalla cultural que el libro describe, genera un mundo dividido en dos: izquierda/derecha, racionalismo/empirismo, religiosidad/agnosticismo, nacionalismo/cosmopolitismo, y así sucesivamente.
Habríamos pasado “de un concepto universal de inspiración hegeliana a la provincialización creada por los estudios culturales de las universidades estadounidenses”: del todo a las partes. Se ha dado con ello la vuelta al proceso inverso que –recuerda el autor– tiene lugar en Europa entre 1170 y 1320, cuando la pluralidad de la cosmovisión feudal empieza a coagularse de camino a la unificación renacentista. Ruiz-Doménec, que cita también como posibles precedentes la crisis del Imperio romano y el apogeo de la cultura barroca, propone así una creíble interpretación de la segunda parte de la modernidad; es la segunda porque estamos ante la reacción a lo que sucede en la primera, que a su vez trae causa de la revolución científica, el industrialismo y la Ilustración. No en vano, el autor cita con aprobación al historiador Paul Hazard: “Son las fuerzas intelectuales y morales, no las fuerzas materiales, las que dirigen y dominan la vida.” Un duelo interminable es, sobre todo, un libro sobre ideas.
Su narración se organiza alrededor de los principales duelos o duelistas que han protagonizado los últimos 150 años de la vida intelectual en las sociedades occidentales. Hablamos de filósofos, historiadores, científicos, novelistas, poetas, músicos, pintores, cineastas, así como de sus contribuciones y querellas particulares: pasamos de Burckhardt a Michelet, de Nietzsche a Wagner, de Proust a Conrad. Pero también desfilan por el libro Picasso y Dilthey, Hannah Arendt y Lionel Trilling, los dadaístas y la Generación Perdida, Salinger y Rothko, Bob Dylan y Roy Orbison. No son referencias carentes de contexto; el autor va hilando las obras y sus autores con los sucesos del siglo: del caso Dreyfus al caso Stavsky, pasando por el Mayo francés, la crisis de los misiles o la apertura de Nixon a China… tema de una ópera de John Adams a la que también se hace alusión en estas páginas. Y si bien cada lector podrá hacer una lista de aquellos pensadores a los que ha echado en falta, este reseñista lamenta singularmente las ausencias de los filósofos políticos John Rawls y Richard Rorty, que tan relevantes contribuciones hicieron a la justificación normativa de la sociedad liberal-pluralista entre los primeros setenta y los primeros noventa.
Por razones obvias, el autor presta especial atención a los historiadores, delineando la trayectoria de la disciplina a través de sus grandes firmas y principales debates: subraya la importancia de Huizinga y Braudel, contrapone a Judt y Hobsbawm, cita con fruición al gran historiador conceptual Reinhart Koselleck y, entre los contemporáneos, destaca a Simon Schama. Hay también música pop y referencias cinematográficas, como corresponde a un granadino que hubo de vivir la era dorada del cine-fórum: Ninotchka nos habla del comunismo soviético, Conspiración de silencio sobre los crímenes reprimidos del pasado, El eclipse de la alienación urbana. Y si bien se equivoca al adscribir el Viaje a Italia de Rossellini al neorrealismo, acierta de pleno cuando identifica Cenizas y diamantes como una protesta contra Sartre y la complacencia de la izquierda occidental con el estalinismo.
Entre los acontecimientos a los que se dedica más atención a lo largo del libro se cuentan, justamente, la Revolución rusa y sus consecuencias. Ruiz-Doménec es claro a la hora de fijar el momento revolucionario en febrero de 1917; lo que vino después fue un golpe de Estado que, praxis leninista mediante, impone un régimen totalitario del que poco hay que salvar. El autor lee la literatura reciente sobre el experimento soviétivo y destaca por encima de todos a Karl Schlögel, quien a su juicio destruye en El siglo soviético el mito de la autenticidad cultural de los bolcheviques. Entre 1917 y 1991, pues, Rusia vive un paréntesis infortunado cuyo resultado principal es “hacer que los rusos lleguen a la fiesta de la modernidad exactamente con 75 años de retraso”. Es de lamentar que lo sucedido entre 1991 y la actualidad no sea en absoluto edificante: a veces la historia nos encierra en callejones sin buenas salidas.
También España figura entre los temas destacados del libro, aunque no se le otorga más importancia de la que tiene en el marco de la historia general de la modernidad. Ruiz-Doménec lamenta que los autores intelectuales de la Constitución de 1978 no profundizasen en el conocimiento histórico cuando se sentaron a redactar el título VIII, si bien tampoco queda claro cuál habría sido ese mejor diseño que nos hubiera ahorrado los trances posteriores. Sobre el procés es claro, aunque renuncia a lanzar un mensaje tajante: alineándose con el John Elliott que escribió sobre Cataluña y Escocia al final de su vida, viene a sugerirse que la asonada soberanista fue una sobrerreacción anacrónica que quiso empujar a la sociedad catalana en dirección contraria a la deseable.
¿Y bien? Ruiz-Doménec es honesto cuando reconoce al final del libro que “la imagen del mundo que nos queda no aparece con la claridad que había deseado al comenzar el trabajo”. Es algo que ya ha percibido el lector, quien ha de agradecer sin embargo al autor el empeño que ha puesto por arrojar luz sobre un tiempo –el nuestro– tan resistente a la interpretación. Por decirlo con el historiador Hayden White, a quien Ruiz-Doménec aplaude, una cosa es la “verdad del hecho” y otra bien distinta “la verdad del significado”. Pero es que la batalla cultural que este libro aborda ejemplarmente es ella misma una expresión de la complejidad social, así como una forma de conocimiento a través de la confrontación de ideas y proyectos. En el caso de Un duelo interminable, el acceso a esa batalla inconclusa se lleva a cabo por medio de una narración absorbente que quizá abrume a quien nada sepa sobre el siglo y no obstante deleitará a quien ya lo conozca.
Se trata además de un libro muy bien escrito, cuya lectura parece dar la razón al citado Hayden White cuando afirma que las narrativas históricas constituyen “ficciones verbales cuyos contenidos son tanto inventados como encontrados y cuyas formas tienen más en común con sus homólogas en la literatura que con las de las ciencias”. No es así casualidad que Un duelo interminable haga desde ya mismo una pareja fenomenal con el Dietario de Pere Gimferrer, donde el gran poeta catalán pone su prosa al servicio de la evocación del mismo largo siglo XX al que Ruiz-Doménec ha dedicado este libro radiante. Solo cabe ya desear que tenga la buena recepción que se merece. ~