Emilio Álvarez Icaza, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, declaró que en los últimos cinco años, sólo en la ciudad de México, se han manifestado en marchas de protesta diez millones de personas: hay 2.500 manifestaciones al año, es decir, 6,8 cada día, con un promedio de 5.479 personas diarias (el número de horas/persona desperdiciadas, desde luego, no cabe en esta página).
El arte de protestar en tres dimensiones –en el tiempo, en el espacio y en bola– ha convertido a las manifestaciones en la actividad productiva más intensa e innovadora del México contemporáneo. Todo lo que en México fracasa, se sublima como éxito en la manifestación. Si la manifestación callejera pudiese comercializarse nos reposicionaríamos en la economía mundial y venderíamos franquicias: el Starbucks de la indignación. El fenómeno es tan asombroso que el pasado octubre, en la ceremonia anual para pedir favores a San Tlatelolco –que nunca falla–, se llevó a cabo un asombroso giro del episteme: la primera manifestación callejera de la historia para recordar una manifestación callejera. Y más recientemente, un partido político llamado PAN organizó la primera manifestación para pedir que se reglamenten las manifestaciones.
Como era predecible, las marchas se han multiplicado con la democracia. En la medida en que han disminuido los controles por parte del gobierno para disuadirlas, han aumentado los de las organizaciones sindicales o políticas para estimularlas (y como el poder se subasta, cada líder de cada organización política puede organizar manifestación cuando le viene en gana, para cubrir cuota o porque sí). La explosión demográfica, desde luego, también ha puesto sus millones de granitos de arena de modo tal que, para el millón de niños que se gradúan de secundaria cada año, debutar en una marcha callejera es un rito de pasaje ya no sólo obligatorio, sino con valor curricular. Para que algo califique como realidad, necesita el certificado de licitud de una marcha.
En los albores de la aparición de las masas como protagonistas callejeras, una marcha era una acción de naturaleza tan extraordinaria que lo primero que se infería de ella era, precisamente, su inevitabilidad: esta injusticia es a tal grado atroz que resulta necesario sacarla a la calle e intimidar al poderoso. En nuestros días, han perdido ese carácter urgente y son primera opción. La lógica de la marcha callejera ha adquirido tal grado de desorden, que existe como función profiláctica: no sabemos si se nos ha cometido injusticia, pero por si las moscas, y antes de que se cometa, henos aquí gritando octosílabos. Naturalmente, como estrategia han quedado superadas. Si alguna vez se trató de poner en evidencia un enfado, una idea, una convicción, ahora no se trata sino de fastidiar a la mayor cantidad posible de prójimo, en la apuesta de que el prójimo hará todo por no volver a sufrir el encierro. Para verdaderamente llamar la atención, bastaría con no organizar marchas un solo día. La causa estaría en boca de todos y recibiría apoyo multitudinario: “El día sereno que vivió usted ayer fue cortesía de Fernández Noroña, que le pide a cambio apoyar a la CUPMEXPRD.”
La frecuencia con que se organizan las marchas supone un reto creativo sólo proporcional al indiferente fastidio con que la ciudadanía reacciona ante ellas (aunque nadie se aburre más con las manifestaciones callejeras que los propios manifestantes). ¿A quién le importa ya siquiera enterarse qué hay detrás de cada bloqueo? ¿Quién se detiene siquiera a leer la manta o mantita más enjundiosamente zarandeada? ¿Realmente interesa enterarse de qué infame legislación, qué villana autoridad, qué hideputa reglamento ha obligado a una protesta? Los que protestan contra el maltrato a las vacas en los rastros, se disfrazan de carne molida encuerada, se meten en paquetes gigantes de styrofoam y se ponen en venta en Avenida Juárez. Los que protestan porque la UGCMEXPRUP traicionó a la CTMPRUXUXDEP se disfrazan de oclusión intestinal y tapan Paseo de la Reforma. Tres diputados del PRD tribu MOVIDIG se crucifican (por desgracia) “simbólicamente” frente a Gobernación. Los maestros de la CNTE dirigidos por Escolástico González (es en serio) colapsan el centro de la ciudad blandiendo antorchas “para iluminar la lucha que mantenemos por la defensa de la seguridad social”. El diputado del PRD Juan Hugo de la Rosa del colectivo “Los de abajo” contrata veinte modelos semiencueradas para protestar y pone en el suelo quinientas muñecas barbi encueradas…
Ha llegado la hora de que alguna universidad pionera funde la licenciatura en movilizaciones, ofrezca la maestría en acarreo y el doctorado en marcha productiva: se instala una línea de producción a lo largo de la calle, los manifestantes ensamblan televisores mientras avanzan sin dejar de corear sus consignas. Al final se les entrega un cheque. Al día siguiente hacen otra porque el cheque fue injusto, etc. ~
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.