1.
Desde que, en 1830, Venezuela se constituyó en república independiente, ninguna de las diecisiete constituciones que la han regido contempló jamás la reelección inmediata.
Los dictadores más contumaces y astutos –Guzmán Blanco en el siglo xix y Juan Vicente Gómez, en el xx– tuvieron siempre buen cuidado de no desafiar abiertamente algo que, entre nosotros, no parece ser un mero elemento programático de las naciones hispanoamericanas independientes que, hace casi doscientos años, se quisieron repúblicas liberales. En efecto, Gómez y Guzmán se perpetuaron durante décadas en el poder con artimañas “constitucionales” que ponían a salvo el principio de alternabilidad. En cambio, aquellos que desafiaron abiertamente el principio de no reelección inmediata, atrajeron sobre sí alzamientos a menudo encabezados por quienes hasta el día anterior fueron sus aliados políticos y sus valedores militares.
La asamblea constituyente de 1999, promovida por Hugo Chávez como elemento primordial de su programa de “refundación nacional”, no tuvo miramientos historicistas e incorporó la reelección inmediata del presidente de la república, extendiendo el período presidencial de cinco a seis años. Ambas provisiones figuraban muy alto en la lista de “modestas proposiciones” que, en aquel entonces, Chávez hizo a la soberana asamblea el día de su instalación.
Pese a que en aquella asamblea no faltaron voces obsecuentes, hasta en el seno de la nutrida y hegemónica bancada chavista hubo imprudentes que hicieron notar la inconveniencia de la reelección inmediata. Sin embargo, ésta fue aprobada, bien que con una limitación: únicamente por dos períodos.
Durante la campaña electoral que precedió a la reelección de Hugo Chávez como presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2007-2012, el candidato continuista no dejó de advertir la necesidad de enmendar “la bicha” –como coloquialmente llama Chávez a la constitución– para hacer posible la reelección indefinida. De hecho, convirtió esa aspiración en una promesa de campaña. Así, en el acto mismo de toma de posesión, pautado para febrero próximo, cabe esperar una exhortación a la Asamblea Nacional a “debatir” sobre esta cuestión.
El incalificable error político cometido por la oposición venezolana al boicotear la elección parlamentaria de diciembre de 2005 obsequió a Chávez la totalidad de los 167 escaños del Parlamento unicameral. La reelección presidencial indefinida puede darse ya por aprobada en Venezuela. El argumento más sólido aportado por Chávez para solicitarla es que los ocho años que ha permanecido hasta ahora en el poder lo han persuadido de que sólo él puede gobernar a Venezuela.
Esto último no es una interpretación mía: lo ha dicho con esas mismas palabras en incontables ocasiones. Sólo su carisma –afirma– puede contener la ira de los descamisados, salvándonos de la guerra civil. “Necesitamos al menos veinte años para refundar la patria”, ha declarado más de una vez. Explícitamente ha dicho también que la alternabilidad no es inherente a la democracia “directa”, la variedad “no liberal” de democracia que más gusta a los césares salvacionistas.
Las otras dos promesas electorales hechas por Chávez en la última campaña atañen ambas a la consitucionalidad política que él quisiera para bien de sus compatriotas. Una es la consagración del principio de partido único como expresión de una imprescindible “unidad nacional” que facilite la labor del gobierno. La otra es la instauración de algo que la retórica de sus áulicos difunde profusamente como solución a todos nuestros males: el socialismo del siglo xxi . Lo hacen, por cierto, sin precisar en qué consiste la ocurrencia del jefe, con toda seguridad porque el jefe tampoco se ha esmerado mucho en explicarla. Partido único, “socialismo” y máximo líder vitalicio: he ahí lo esencial del programa de Chávez que aspira a echar a andar lo antes posible, con ánimo de presidir –también lo ha dicho– los festejos del bicentenario de la batalla de Carabobo, en junio de 2021.
Uno puede decidir –como por ejemplo lo ha hecho Carlos Fuentes– que Chávez tiene la cabeza llena de “chatarra ideológica”, pero los demócratas venezolanos no adelantaremos mucho festejando frases como la de Fuentes si no aceptamos también que, hasta ahora, Chávez no ha mentido nunca al formular su propósito autoritario, ni cejado en llevar a la práctica, con tanta tenacidad como aborrecible soberbia de hegemón, todo lo que prescribe su chatarra populista y militarizadora. Y algo tanto o más grave: que millones de venezolanos han hecho suya buena parte de esa misma chatarra.
La reelección de Hugo Chávez en una contienda en la que Manuel Rosales, el candidato único de oposición, obtuvo, groseramente hablando, el 40% de los votos emitidos, pone de bulto cuán viable podría ser para Chávez coronar con éxito –y muy pronto– su proyecto de una dictadura constitucional con régimen de partido único y todos los resortes clientelares de un petroestado crecientemente militarizado puestos al servicio de un solo hombre.
Pero tan importante es tener presente esa acechanza como ponderar los elementos que podrían ahorrarnos una catástrofe política como la que, paladinamente y sin mentir, nos ofrece Hugo Chávez.
2.
¿Quién es Manuel Rosales?
Si nos atenemos a la sabiduría convencional de los corresponsales extranjeros destacados en Venezuela, se trata de un miembro más de la clase política barrida por Chávez en el cataclismo electoral de 1998. Ciertamente, Rosales, de 52 años, comenzó muy tempranamente su carrera política en el estado Zulia (región petrolera y también zona de gran desarrollo agroindustrial y pecuario), en las filas de la hoy extinta Acción Democrática, el partido populista fundado por Rómulo Betancourt en 1941.
Por los mismos días en que Hugo Chávez se hacía conocer de todos como cabecilla de una fracasada asonada militar, Manuel Rosales, apenas un imberbe concejal en una violenta región fronteriza, enfrentaba con éxito a las despiadadas mafias de dinosaurios de su propio partido. Tal es, me parece, el signo primordial de su persona pública: la de un reformador radical del sistema de partidos venezolano: un liberal demócrata de centro-izquierda, con verdadero arrastre popular en su importante estado, que bien habría podido en aquellos años noventa adherirse oportunistamente a la naciente fuerza electoral chavista y no lo hizo. Al contrario, prefirió enfrentarla.
3.
Durante todo el mandato de Chávez, Manuel Rosales ha sido sucesivamente electo alcalde de Maracaibo y, luego, gobernador del estado Zulia, el más importante de Venezuela económicamente hablando. Mutatis mutandis, Maracaibo es la Santa Cruz de la Sierra venezolana en punto a regionalismo y espíritu emprendedor.
La candidatura presidencial unitaria de Rosales fue fruto de una impecable operación encaminada a derrotar al mejor aliado de Chávez: la antipolítica, ese discurso moralista que descalifica como actividad inmunda a la política y como seres abominables a sus mejores oficiantes.
Ciento ochenta días antes de la elección de diciembre pasado, la voluntad opositora venezolana estaba a merced de una muchedumbre de ongs, de estrellas de la noticia-espectáculo, de iracundos opositores radiofónicos y de articulistas de la antipolítica que unánimemente fulminaban la sola idea de participar en las elecciones como un modo de prestarse a la farsa legitimadora del régimen. Los resultados del referéndum revocatorio de agosto de 2004, abiertamente favorables a Chávez, eran despachados sin mayor examen como fruto de un fraude electrónico. Consecuentemente, se llamaba a la abstención.
En tal clima de opinión, la única iniciativa opositora que logró prosperar fue la convocatoria de una elección primaria supervisada por una ong –Súmate– constituida por tecnócratas probadamente calificados en cuestiones electorales. La antipolítica alcanzaba con ello su punto más alto.
Tales primarias, se argumentó, garantizarían que el candidato de oposición fuese de consenso y no resultado de un acuerdo de los cogollos. Implícito en el compromiso de participar en las primarias estaba el “mandato” de boicotear de nuevo las elecciones, esta vez las presidenciales, si el árbitro electoral no ofrecía suficientes garantías de transparencia.
Como método, las primarias gozaron desde el principio de la simpatía del Vicepresidente de la República, el astuto José Vicente Rangel, quien desembozadamente las aupaba. “El universo electoral de las primarias serán las mesas de bridge del Country Club –se llegó a decir en su en entorno–. Ganará el candidato más ‘harvardiano’ y más buenmozo: Chávez tendrá un contendor a quien aplastar fácilmente. Nadie podrá entonces decir que no es un demócrata.”
Se inscribieron en las primarias más de una docena de precandidatos: un ex canciller octogenario y bonachón, el heredero de una cadena de automercados, una dicaz ex magistrada de la antigua Corte Suprema, un discjockey, etc. Un hecho elocuente es que ninguno de los tres políticos profesionales de oposición que figuraban en las encuestas con algún predicamento entre sus compatriotas aceptó de buen grado participar en las primarias. Ellos fueron el comandante ex guerrillero y editor Teodoro Petkoff, el abogado Julio Borges, joven dirigente de la agrupación de centro-derecha Primero Justicia, y Manuel Rosales, postulado por su organización Nuevo Tiempo.
El primero en lanzar su candidatura fue Petkoff. Su discurso de lanzamiento denunciaba el designio totalitario de Chávez como el reto más grave que debía enfrentar la sociedad venezolana. Días más tarde se logró un acuerdo –del tipo aborrecido por la antipolítica– entre Rosales, Petkoff y Borges que propugnaba una candidatura unitaria de oposición. Finalmente, en agosto, Petkoff rompió inequívocamente con la idea misma de unas elecciones primarias, en desacuerdo con el método y el plazo perentorio propuesto por Súmate para realizarlas. Petkoff rechazó el hecho de que Súmate se arrogase la representación de toda la sociedad civil sin dejar por ello de actuar como un partido político. Fue particularmente duro con el despliegue de autocomplacencia moral que suelen adoptar las ong en casos como éste.
Hoy hay consenso en Venezuela de que la actitud adoptada por Petkoff sensibilizó a la masa opositora, derrotó el abstencionismo que la maniataba y precipitó el acuerdo logrado apenas días más tarde: Petkoff y Borges apoyarían a Rosales como candidato único de oposición. Por aquellas fechas, Rosales apenas mostraba un 12% de intención de voto. En una campaña de menos de noventa días, echada adelante por una coalición de más de veinticinco organizaciones políticas, contra un candidato tan formidable como puede serlo el munificente Hugo Chávez sin controles ni contrapesos institucionales de ningún tipo, Manuel Rosales logró consolidar el 40% del voto, en una elección donde la abstención se redujo de un 80% al 25%.
Si la alocución televisada de Chávez a sus conmilitones, intimándolos a la rendición en febrero de 1992, significó su sorpresiva intrusión en el horizonte político venezolano, la exitosa campaña de Rosales ha resultado igualmente sorpresiva para el campo chavista.
Tras haber consolidado un bloque opositor coherente, con una dirección política dispuesta al largo plazo, Manuel Rosales ha hecho, de cara a las “reformas” que Chávez intentará hacer aprobar a trancas y barrancas por sus parlamentarios, la advertencia de que la composición de la Asamblea actual las haría inocuas.
El programa de Rosales, ofrecido al país sólo dos días después de la victoria electoral de Chávez, propone la defensa de la propiedad privada, la reducción del período presidencial a sólo cuatro años, el retorno al congreso bicameral y la doble vuelta electoral. Es posible que ante la apabullante victoria de Chávez, cuya magnitud ni siquiera Súmate discute, Manuel Rosales sea sólo un soñador. Sin embargo, el parco político zuliano hablaba como si fuese su primer día de campaña.
Escribo esto en los primeros días de diciembre de 2006, y un primer balance deja ver que la política, como arte con leyes que le son específicas, ha regresado a Venezuela. Y lo ha hecho en el momento en que Hugo Chávez menos lo esperaba. ~
(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).