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apenas trazos de un guiso mayor,
     las horas caen en pequeños gajos:
     se estiran las cucharas en alborozo,
     los cuchillos se afilan los unos contra
     los otros, antes de comenzar la faena

sólo las horas avanzan progresivamente:
     un proyectil de azules cruza la ventana,
     duermen las ollas entre las alacenas en un sueño de barro

(tomo del aire sus frutos minerales y armo un modelo flexible,
     un argumento dirigido al centro del poema, al corazón de la sílaba)

una alabanza para las calabazas en el hervor
     de su chapoteo, que se recuerde a las berenjenas
     por su disposición al fuego y a las melenas de los apios
     por su resignación serena; que no se enjuicie a la zanahoria,
     entregada a la hoja que la adelgaza: un minuto de silencio
     por los jitomates, que se han fundido en el cocimiento

descubro que a la mañana le faltan
     pájaros en vuelo: la ventana es una puerta
     hacia el follaje, ni las hormigas se atreven
     a perturbar el sueño

entiendo que entre el aire y las sombras
     existe una amistad elemental, una complicidad
     a la que no pertenezco:
     entre palas y picos pasan las horas saciándose de tiempo

sobre la espalda de una tabla de madera,
     ansiosa aguarda una ensalada
     a que llegue la hora de la cena

se extingue entre carcajadas el agua de las calabazas:
     no veo en el horizonte más que palabras –

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