Señor director:
Finalmente un crítico profesional se ocupa del fenómeno Guadalupe Loaeza. Y digo fenómeno no en su acepción general, sino en la que alude a cualquier contrahechura, en este caso literaria. Debo confesar que al principio me indignaban los libros y artículos de la Sra. Loaeza. Leerlos, saber de su resonancia me provocaba serias contrariedades que no lograba explicarme.
Ahora sé que son mercancía para saciar necesidades pretensiosas, consumo de cultura de oropel, instrumentos para situarse en la crítica superficial y de pose, con el fin de mostrarse a sí y ante los demás como progres de salón. No es necesario ser un Luchino Visconti para criticar o demoler la propia clase social, pero sí cuando menos un poco de lucidez, inteligencia, agudeza, penetración, cultura, estilo y elegancia.
Sinceramente agradezco a Rafael Lemus (“Primero las damas”, Letras Libres N0 63) por haber soportado leer los dislates de Loaeza y dedicarle una crítica literaria. Creo que el sacrificio valió la pena: poner en evidencia a una pésima escritora, una impostora de la crítica social y una fama (en el sentido de Cortázar), que alegremente se pasea por el mundillo literario y es celebrada como luminaria, cuando en realidad es tránsfuga de las revistas del corazón.
Me apena mucho afirmar que la ignorancia supina, la superficialidad, el total desaseo estilístico y de fondo, de los que hace gala Loaeza en todos sus escritos, están en función directa del número y calidad de sus extraviados lectores, de los ejemplares que vende y de un auditorio embelesado con sus tan veleidosos como inverosímiles lances. ~
Federico Zertuche