La escena duró apenas unos segundos pero bastó para marcar al cine de los noventa: Sharon Stone descruzando las piernas para quemar millones de pupilas con una polaroid de su sexo. Catorce años después vuelve a encarnar a la escritora Catherine Tramell para demostrar que nunca segundas partes fueron buenas. Tramell nuevamente es sospechosa de cometer un asesinato, la vemos seduciendo a un hombre atraído por el abismo, sus manos buscan supuestos picahielos bajo la cama… Malos diálogos, malas actuaciones, peor sexo. Mejor quedarse con la imagen de Stone en Casino o Broken flowers. Y con esos instantes que Paul Verhoeven puso gloriosamente en la pantalla sin advertirle.
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