Ilustración: Letras Libres / Felipe Ugalde

Bienvenida a Adolfo Castañón

En marzo de 2005, Adolfo Castañón ocupó la silla número dos de la Academia Mexicana de la Lengua. A continuación el pausado recorrido por sus trabajos literarios con que José Luis Martínez lo recibió.
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Adolfo y yo nos conocimos en 1976, hace veintinueve años, en el Fondo de Cultura. Entonces él tenía veinticuatro años, casi la mitad de los 53 que hoy tiene, y no había publicado ningún libro. Ahora que comienza a ser académico, cuenta ya con 33 libros —más de uno por año—, es escritor famoso, y es amigo muy apreciado del señor viejo que soy y que le da la bienvenida a esta Academia Mexicana de la Lengua, que se ha vuelto ya uno de mis hábitos.

Sus estudios formales se limitan a la preparatoria y a la licenciatura en Letras Españolas, pasante sin grado. Es pues, como su servidor, autodidacta. Sin embargo, en la Unidad Editorial del Fondo de Cultura, donde trabajó durante veintiocho años, y a partir de 1985 como Gerente Editorial, ganó con creces su doctorado en letras. En su currículum puede verse que, además de libros, artículos y premios, consigna una novedad: consejos editoriales, principalmente en once revistas, a partir de 1972 y hasta hoy. Y estas once son las principales de estos años. Cave Canem, Plural, La Gaceta del FCE, Nexos, La Cultura en México, Gradivia, Vuelta, Imagen Latinoamericana (de Venezuela), Letras Libres, Paréntesis e Istor. Además, es consejero editorial del Instituto Mora y, de octubre de 2000 a enero de 2001, fue editor huésped de la Nouvelle Revue Française, para hacer un dossier-selección, introducción y notas de literatura mexicana contemporánea. En fin, ha traducido, del inglés, francés y portugués, obras de Alain Rey, George Steiner, Paul Wienphael, J.J. Rousseau, Pilles Vigneault, Louis Panabière y de Gil Vicente. De este último, poeta portugués del siglo XVI, un florido poema picaresco llamado Lamento de María la Parda (Gil Vicente, Lamento de María la Parda, versión libre y epílogo de Adolfo Castañón, Ilustraciones de Roberto Rébora, México, Editorial Aldus, 2000).

Los libros de Adolfo Castañón

Digo la verdad: hasta antes de esta ocasión, creía que Adolfo era exclusivamente un buen cronista de libros, por su excelente Arbitrario de la literatura mexicana, Paseos I (1993), y, en algunos casos, creía que ampliaba sus reseñas de libros en libros como los dedicados a Alfonso Reyes y a Octavio Paz. Luego descubrí la serie de libros en torno a Montaigne, que me gustó mucho. Pero ahora que he recibido la mayor parte de su producción —porque hay algunos agotados—, sé cuánto ha hecho y en cuántos géneros ha trabajado.

Para entender las cosas tengo que ordenarlas, lo cual no es fácil en el presente caso. Por una parte, Adolfo procede por adición, aumentado y corrigiendo los textos de edición en edición, como en el caso de los libros sobre Alfonso Reyes; en tres ediciones —México, Jordi Boldó i Climent, 1968; Bogotá, Tercer Mundo, 1991; México, El Estudio-UNAM, 1997—, cada vez corregidas y aumentadas, y la tercera “ampliada y revisada”, lo cual es normal aunque nos exige tenerlas todas o al menos la última. En segundo lugar, Adolfo Castañón no sigue la costumbre normal de encargar al mismo editor las sucesivas ediciones, sino que cada vez los cambia, como ocurre en las tres de Alfonso Reyes, antes citadas; en El reyezuelo, que tiene cinco editores; el Arbitrario, dos; los de Montaigne tienen cinco editores; los Recuerdos de Coyoacán, tres; Tránsito de Octavio Paz, tres, el último, una traducción canadiense de Toronto; Grano de sal, tres, agotadas todas (pues yo recibí una copia xerox); América sintaxis, dos —de paso, sugiero que éste lleve como subtítulo Paseos IV, y La campana y el tiempo, dos. Y en fin, otro problema, las inclusiones. El jardín de los eunucos (Paseos III, 1998) incluye El mito del editor y otros ensayos (1993) y Cheque y Carnaval (1983), y debe anunciarse que aquí aparece como Dedicatoria, el notable discurso que dijo Adolfo Castañón en honor de su padre, Jesús Castañón Rodríguez, al donar su biblioteca, en 1992, al Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. A veces prosa (2003) incluye El pabellón de la límpida soledad (1988 y 1992) y La batalla perdurable (1996); y La campana y el tiempo (Poemas 1973-2003), en su edición de México (2004), incluye Sombra pido a una fuente (1994), La otra mano del tañedor y, como novedad, una especie de “Diario secreto” o libro de horas, en verso, es decir, la obra poética de Adolfo Castañón, de lo cual voy a citar dos poemas que me gustan:

Aires de cocina

Unas gotas de agua
un grano de arroz
un ascua de su tamaño
un grano de sal
un brote de soya en germen
una flor de cinco pétalos
una gota de leche
y un rayo de sol

Se muelen los granos
se juntan las gotas
se hace una pasta
y con ella diez rollos
que se envuelven en los pétalos
y se amarran con el sol
(p. 69)

y

Regreso a casa

Cuando cruzo la puerta en la mañana
no sé si volveré
si caeré durante el asedio de la ciudad
bajo las sombras de las espadas sedientas
si no me retendrá el cíclope
con su aliento lapidario
si no volveré en cuatro patas
transformada mi voz en un chillido indeleble y cobarde
Si no regresaré dando tumbos
todavía embriagado por una canción de progreso y espanto
si no me habrán ungido heredero de un reino impuro

Todos los días vuelvo a ti
sin saber si reconocerás al pordiosero
si todavía tendré fuerzas
para templar el arco indócil engañosamente dúctil de tu cuerpo
—y darme a conocer
Si la casa estará ahí
si no llegaré a encontrar mi sudario bajo la almohada
Todos los días en tu regazo
sueño que me voy, que sueño que regreso y te reconozco
en el mar y en el camino,
que aquella isla es tu corazón
Todos los días salgo hacia el mundo
templado por la fuerza de ese sueño
y todos los días, milagro, vuelvo a ti.
(p. 91)

Este libro, La campana y el tiempo, incluye, además, Cielos de Antigua, El reyezuelo, Recuerdos de Coyoacán, Tránsito de Octavio Paz (1914-1998), De la batalla perdurable, Había una voz, Cuatro nocturnos, Orden del día, Museo (“De cómo Castañón viajó a las Galias en busca de ungüento para su amiga Fabienne Bradu”), Lamento de María la Parda y Miscelánea. Es uno de los mejores libros de Adolfo.

La selección

Entre los treinta y tantos libros de Adolfo Castañón, ¿cuáles prefiero? Comencemos por enumerarlos por grupos y por orden de aparición: 1. Ensayos varios, 2. Alfonso Reyes, 3. Crítica literaria, 4. Versos, 5. Montaigne, 6. Viajes y 7. Cocina. Cada uno de estos siete grupos tiene sus culminaciones. El de ensayos, los libros de El pabellón de la límpida soledad y La batalla perdurable, por ensayos como “Lo opaco”, “Los signos de interrogación”, el sensual “Luna de octubre” y el arreolesco “El asedio”; el libro sobre Alfonso Reyes: Caballero de la voz errante (1997), por sus capítulos “Ley de Reyes”, “El lugar de Alfonso Reyes en la literatura mexicana” y “Nueva visita a la poesía de Alfonso Reyes”. En el primero de estos capítulos escribe:

Al leerle es necesario tener presente esa distancia quizás insalvable que nos separa de Reyes y que hace de él algo así como el último hombre de la antigüedad, el último escritor español nacido en México, la encarnación final del estoico.
(. 72)

Como lector, Reyes es un buscador de placer.
(p. 73)

Los libros que ha escrito Castañón de crítica literaria —Arbitrario de la literatura mexicana (1993), La gruta tiene dos entradas (1994) y América sintaxis (2000)— tienen por subtítulo Paseos (aunque este último no lo tenga, y el Paseos III lo lleva El jardín de los eunucos, 1998, que es un misceláneo) y contienen estudios literarios, de México, el primero; del mundo, el segundo; y de Latinoamérica, el tercero, con un total de 145 artículos, más algunos estudios generales. En el “Umbral” de América sintaxis dice Castañón: “Si Europa es gramática y Asia semántica, América es sintaxis, es decir relación”; y en el artículo sobre Voltaire (de La gruta…) dice: “La suya es una sabiduría hecha de humillaciones propias y ajenas; iba su palabra a ras de tierra mientras él se dormía en los brazos de la razón con la sonrisa confiada del niño en el seno.” Y en el “Umbral” de este mismo libro nos dice que “contiene paseos cuya unidad es la de las intermitencias críticas de un lector curioso que va de voz en voz en busca de amistad y afinidad fuera de las fronteras naturales de su país y continente”. Es pues Adolfo Castañón un crítico que ama la literatura y que busca en ella nuevas amistades. Él no es un censor sino un amigo entusiasta de las letras. Sigamos adelante con el escrutinio de los libros. Acabamos de curiosear el 3 y sigue el 4: Versos.

Ya hemos transcrito dos de sus poemas mejores, a mi gusto, y no quiero insistir más en este tema. Además de los poemas breves, Adolfo Castañón ha escrito un repaso de su vida, en versos libres, Recuerdos de Coyoacán (1997), que quisiera leer con calma porque me parece interesante y algo extraño en nuestras letras. Y, además de esta autobiografía en verso, Castañón escribió un año después, en 1998, un extenso poema, también en versos libres, que tienen algo de versículos, intitulado Tránsito de Octavio Paz (1914-1998), y que dedicó a su viuda Marie-José Paz. Escrito inmediatamente después de la muerte de nuestro poeta, es un poema emocionante que va recordando el carácter y los grandes hechos del poeta:

Amaba pirámides y caminos, árboles y arcaduces,
cielos y ciudades de amor, puentes y cántaros
máscaras, murallas, pájaros, palacios lucientes, murió
después de haber cumplido plenamente la realización de sus
      dones.
     …….

Era río de luz sin antes,
Claro errante en el bosque
Limpia cascada aventurera
 Soplo de color sobre las aguas
     …….

Iba sembrando ascuas tan casualmente,
las ponía como quien no quiere la cosa
en estuches de prosa y verso blanco
soplaba sobre cenizas — volvían gardenia

Llegamos a Montaigne, 5. La mayoría de los aficionados a los Ensayos de Montaigne nos contentamos con leerlo, y considerar con interés su país, su castillo, su torre, su casa y las inscripciones en las vigas del techo de su biblioteca. Las considerábamos con curiosidad y simpatía como el escenario de los Ensayos. Pero Adolfo Castañón hizo algo más: viajó en Francia hacia Burdeos y de allí al sitio ahora llamado “Michel de Montaigne”, y cuando se compenetró de aquel mundo, escribió, ampliando cada vez las noticias de estas reliquias. Comenzó en 1995 en los Cuadernos de Montaigne y luego en el libro llamado Por el país de Montaigne, que en la cuarta edición de Paidós (México, 2000) incluye la bibliografía comentada, la hemerografía, la “cadena montañesa”, las “sentencias de la torre” y las ilustraciones posibles. En uno de estos textos (“En la torre de Montaigne”),Castañón expuso con claridad el pensamiento del autor de los Ensayos:

Montaigne, el filósofo de la sobriedad, el hombre que hizo de sí mismo y de su obra un antídoto o contraveneno para cualquier clase de borrachera —religiosa, política, literaria, erótica, intelectual, privada o pública— sin ceder un ápice, ni al fastidio ni al tedio…

Además de esta edición, que recomiendo, hay otro tomito, Michel de Montaigne, De la experiencia (UNAM, 2000), que recoge la traducción y las notas de Constantino Román y Salamero, con un buen comentario de Castañón. Del singular ensayo de Montaigne reproduzco el siguiente pasaje:

[…] la costumbre, sin darme cuenta de ello, imprimió tan maravillosamente en mí su carácter en ciertas cosas que llamo exceso al desviarme; y sin efecto sensible no puedo dormir durante el día, no tomar nada entre las comidas, ni desayunar, ni acostarme sino pasado un largo intervalo, como de tres horas después de cenar, ni procrear sino antes del sueño, ni de pie, ni soportar el sudor, ni beber agua pura o vino puro; ni permanecer largo tiempo con la cabeza descubierta, ni resistir que me afeiten después de comer…
(De la experiencia, 2004, p. 71)

Me detengo un momento en la frase en que dice “ni procrear sino antes del sueño…” para asociarla a un cuento que solía contar mi viejo amigo, hoy doliente, Andrés Henestrosa:

Un hombre llega a una choza y dice a un niño que está en la puerta: “Quiero ver a tu padre.” Y el niño contesta: “No señor; no lo puede ver”. “¿Por qué?” “Porque mi tata está engendrando.”

La sexta y penúltima sección de los libros de Adolfo Castañón es la de Viajes. Está contenida en un libro llamado Lugares que pasan (México, Conaculta, 1998) y está agotado. Es un precioso libro. Cada uno de sus quince capítulos se refiere a una ciudad de América y de Europa y tratan de describir el carácter de cada una. El “Diario del Delta”, que narra el viaje por el delta del río Orinoco en Venezuela, es especialmente interesante y me recuerda la excursión que hizo por esos rumbos el sabio Alejandro de Humboldt. “Madrid, Madrid” señala el carácter singular de los madrileños que adoran su ciudad. “De la soledad a la saudade” incluye un precioso texto sobre la ciudad de Sintra. Y “Octavio paz: un premio para Estocolmo” es una excelente crónica del Premio Nobel que recibió nuestro poeta.

El séptimo y último grupo de los libros de Adolfo Castañón consta ahora de un solo libro, Grano de sal, que ha tenido tres ediciones. La primera “manuscrita, ilustrada y limitada”, de 1996, que quisiera al menos conocer; la segunda, de 1999, “corregida y aumentada”, de Breve Fondo Editorial; y la tercera “nuevamente corregida y aumentada”, de Editorial Planeta, de 2000, y cuya copia xerox poseo. Sin embargo, destinado a incluirse en un proyectado Ensayo mexicano contemporáneo, guardo un recorte, que aprecio mucho, de un precioso ensayo de Adolfo Castañón que es el origen de sus tres descendientes. Se llama también “Grano de sal” y se publicó en una revistita de corta vida que publicó el FCE: Azteca, núm. 32, febrero de 1993. Cuando le conté a Adolfo mi propósito me dijo que esperara a ver el libro que se originó de este ensayo. El libro, lo afirmo, es el mejor de los que ha escrito mi amigo, pero sigo guardando el ensayito inicial para mi antología proyectada.

¿Qué contiene el Grano de sal de Planeta, 2000? Descubre que “las mujeres comen menos que los hombres y se afilian al vegetarianismo, mientras que los hombres prefieren ser carnívoros”. “Lo dulce se alinearía al bando femenino y lo salado en el masculino.” Hay dos cocinas: “la diaria imperceptible y la ruidosa de los días de guardar.” “A quienes no interesa la guerra ni la historia, ni tenemos paladar mesiánico, nos atrae más la cocina sencilla.” En “la variedad de las escalas elementales la cocina mexicana es riquísima. Los cimientos de nuestra barroca gastronomía descansan, por ejemplo, sobre la dorada medianía de la quesadilla, la calidez del hospitalario fideo, la mañosa improvisación del arroz rosa o anaranjado, ¿por qué dirán que es rojo?, la paciencia de los frijoles taciturnos, para no hablar de los nopales asados o de las rajas con crema que incendian el bosque de la memoria…” “¿Y las salsas y los chiles que planean como serpientes enardecidas sobre todos los sabores y ennoblecen con su sombra majestuosa hasta la más humilde tortilla enchilada?” “La gente del altiplano no es muy aficionada al pescado y ve con recelo los mariscos.” “Si hasta los veracruzanos —lo dice Alfonso Reyes en su poema sobre esa ciudad— le dan la espalda a la costa y prefieren perder la mirada en las montañas.” “Los mariscos están bien para el sábado después de la parranda o para los recién casados ávidos de afrodisíacos.” “El sueño carnívoro sólo se interrumpe unas cuantas veces al año durante ese efímero despertar religioso, las vigilias de la cuaresma, en el curso del cual la cocina exorciza los fantasmas del hambre con los platos más sobrecargados, elaborados a base de marinerías desecadas y salíferas.” “La comida del mar nos dice domingo y vacaciones: a falta de playa, paella.” “La cocina es belleza, alusión sensual a los dioses perdidos en la materia. De ahí que algunos se hayan vuelto filósofos después de un banquete (cf. Los invitados de Babette, la de Isak Dinesen).” “A la cocina del altiplano le gustan los secretos, envuelve los bocados en el misterio de la salsa. Más aún, es una cocina de rellenos, de farsas, de antojos cómicos y breves, de humorísticos enredos, prólogos de unos platos fuertes y farragosos, tal vez pensados para desmayar al invasor.” “Barbacoas, cochinitas en pibil, zacahuiles monumentales donde se arropa al cerdo entero con hojas de plátano o de papatla participan de la misma idea fija: sazonar el alimento en el vientre de la Tierra.” “México es un país donde la gente come al aire libre. No porque practiquemos ese arte del boy scout gastronómico sino porque la sangre o la bolsa nos llevan a comer en los mercados, de pie, sentados en un banco o en una caja; y consumir antojos en las carpas, en los puestos, en los tendidos, alrededor de los braseros.” “La voz itacate cobra todo su cuerpo de munición restauradora y bastimentadora para el paseo o el viaje.” “Francia cuenta con una variedad de más de doscientos quesos, México se irrita con un número semejante de chiles.” “Habría que añadir otra correspondencia [a la cocina francesa]: la de la pausa establecida a medio banquete por la ingestión súbita de un fuerte: aguardiente, tequila, mezcal, calvados, que ayudan a vencer la fatiga producida por las diversas ‘probaditas’ y a aligerar el vientre, pues lo ‘desempanza’ (en México), haciéndole un hoyo (en Francia), el célebre trou normand mencionado por Dumas padre en sus Memorias”. Crónica de un comelitón: “La Granja Albergue de la Bella Dona… se encuentra cerca de la Costa Bermeja, a unos kilómetros de Le Boulu, en la Cataluña francesa cuya capital es Perpiñán… En la Bella Dona se come o cena al estilo medieval o a la usanza del tardío gusto carolingio. El anfitrión y cocinero es un flaco barbudo con ojos medio verdes de monje que vio a Dios… ojos pelones que ven pero no miran; ella la dona matrona, rosada y tímida como una manzana al horno habla francés con un acento indeciso… Nuestro menú fue el usual que la Bella Dona brinda a los neófitos y que gravita en torno a la galita frée con hierbas aromáticas y frutos secos, plato pantagruélico… el plato preferido de Hughes Capet hecho a base de carne de cerdo primero asada y dorada y luego guisada en la aromática y afrutada salsa… Los vinos no se quedan atrás y alrededor de los platos… cursan arroyos de vino de manzanilla (algo dulce) y de vino de romero (algo cabezón)… todavía nos quedan por probar —en esta o en la otra mesa— el pollo sazonado con retoños de bambú, la ternera en leche de almendras y otras carniceras dulzuras que afrutan las legumbres, confitan las cebollas y curan con jugos aromáticos las viandas y las presas.” “A sus muchas virtudes la mexicana añade la de ser una cocina limpia: no deja restos ni excesivos desperdicios por el solo hecho de que en ella el plato es el pan, es decir, la tortilla… los mexicanos, más modestos que los antiguos romanos, sólo nos comemos los platos pero eso nos basta para encontrar patria donde hay tortillas.” “La raigambre y la estirpe del invitado se adivinan ‘hasta en la forma de agarrar el taco, aunque ya resultan menos claros los protocolos del huarache, el sope y la tostada; y es precisamente ahí, en el universo de las picadas y las pellizcadas, de las flautas y las tortas ahogadas donde el talento y la astucia del viandante…” “Nada tan invisible y subterráneo como las costumbres, nuestra otra metafísica. Cuchara y alimento, servilleta y vianda, relleno y plato, la tortilla sugiere en su pensamiento circular que para el cliente mexicano se da una consagración feliz, una alianza indudable entre los fines y los medios que hace del instrumento, indumento.”

Todavía nos falta una comida de jabalí en un restaurante frente al castillo de Chambord, memorable; el elogio de la siesta, y falta informar al menos que la segunda parte de este Grano de sal es un sabroso “Cocinero práctico”: recetario formado por un bisabuelo de Adolfo Castañón, en 1883, en San Gabriel.

Y para despedirnos de los libros de Adolfo Castañón me limito a mencionar al menos dos libros olvidados: El jardín de los eunucos. Paseos II (coedición de la Universidad Autónoma de Nuevo León y el Conaculta, 1998), del que ya se mencionó que lleva al frente una dedicatoria cariñosa al bibliófilo don Jesús Castañón, padre de Adolfo, y ahora añado que el resto del volumen es de ensayos sobre temas editoriales, profesión del autor. Y el otro libro es uno pequeño pero lleno de inteligencia y de amor, dedicado al Fulgor de María Zambrano, la filósofa española (Ediciones Sin Nombre. Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, 2002).

El discurso del nuevo académico

Antiguo devoto de la personalidad y la obra de Alfonso Reyes, tema del libro que le dedicó y que es uno de los dos o tres mejores sobre nuestro maestro, Adolfo Castañón le dedica también su discurso inaugural en la Academia Mexicana de la Lengua, al cual puso por título el siguiente: Trazos. Para una bibliografía comentada de Alfonso Reyes, con especial atención a su postergada antología mexicana: “En busca del alma nacional”, y está dedicado a nuestro querido ausente, Gabriel Zaid.

Por su bibliografía nos enteramos que la UNAM lo ha contratado para realizar y concluir la antología magna de Alfonso Reyes, tema de su discurso, cuya segunda parte, de acuerdo con el protocolo de esta Academia, es un recuerdo de sus antecesores en la silla II. De la imponente nómina de sus antecesores, que menciona, sólo se ocupa, con amor, de los dos últimos, que conoció: Francisco Monterde y Héctor Azar.

Adolfo Castañón: por el cúmulo de tus méritos y por tu amor a las letras, seas bienvenido como Miembro de Número en la silla II a la Academia Mexicana de la Lengua. Que sea uno de tus hogares.~

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