Señor director:
El comentario de Guillermo Sheridan sobre los episodios de intolerancia en Guanajuato, Jalisco (y, se le olvida, Baja California Sur, Aguascalientes y Nuevo León) tiene un ligero defecto: pierde el punto esencial de las causas de la indignación. Escribe Sheridan: "En su momento de mayor crisis, de liderazgos diluidos, plataformas tambaleantes y convicciones borrosas, una izquierda sin proyecto, sin autocrítica, remolona y resentida no se topa, Sancho, con la Iglesia: la busca, carga pilas en su recelo y se honra sacudiéndole el polvo a un par de obispos cachetones. Hay pocos espacios tan hospitalarios para la izquierda como la unánime rechifla a la sotana". Sheridan se pierde entre protagonistas: ¿quién buscó a "Paulina" para que no abortara como tenía derecho? ¿Quién fue a la exposición de Ahumada a quemar la pintura que no le gustaba? ¿Quién prohibió la entrada de "perros y homosexuales" a los balnearios? ¿Quién se desistió de las leyes contra las mujeres en Guanajuato por ser "inoportunas"? Más adelante, escribe Sheridan: "En la tontería del Congreso de Guanajuato y en 'la censura de Jalisco' hay boleto para la tierra firme del anticlericalismo azufroso, excitado porque al presidente electo le da la gana de ir a misa". Hay boleto, en efecto, pero ¿quién firmó los talonarios? ¿Cómo llega Sheridan a hacer culpables a quienes ni siquiera intervinieron en los lamentables hechos, ese Demonio, llamado La Izquierda? Esta vez el antiizquierdismo de Sheridan lo llevó al sermón: "Si queremos una izquierda racional que asuma a la sociedad como una solidaridad, ya podríamos empezar a respetar las creencias esenciales del pueblo con el que deseamos solidari-zarnos y cuya solidaridad requerimos". El escritor nos salió maoísta: "Los conflictos del pueblo se resuelven en el seno del pueblo" o, lo que es lo mismo: "aguántense, que somos mayoría".-