Convención republicana

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Así como las palabras "sentido común" y "consideración" han reemplazado democráticamente a la palabra "inteligencia" en las formas igualadoras del inglés norteamericano, ahora se yergue eufemísticamente el término "filosofía", al ser utilizado tanto por políticos como por la prensa, cuando en realidad lo que se quiere decir es "ideología".
Pero la nueva filosofía del Partido Republicano, o por lo menos su eslogan de "conservadurismo compasivo", no es la única discrepancia en esta Convención Republicana del año 2000 y su promesa de una "campaña positiva".
     Estoy viendo la cobertura de CNN, conducida por Bernard Shaw, Judy Woodruff y Jeff Greenfield. Antes de la aparición de Laura Bush y Colin Powell, los oradores principales de la primera noche de la convención, se presentaron dos momentos que pusieron de manifiesto que la similitud entre los medios de comunicación y su objeto de escrutinio produce un apremiante efecto de distanciamiento cuando ambos se encuentran frente a las cámaras. Los conductores acosan con preguntas a Pat Robertson sobre la plataforma del Partido Republicano, que se ha vuelto más atractiva e incluyente para las mujeres, las minorías y los moderados; él responde que los "viejos tiempos del partido" forman parte del pasado y que "nuestras tropas (¡!) se han vuelto más sofisticadas".
     Un segmento de la cobertura de CNN, en otros casos agudo, sobre el descarado patrocinio corporativo de la convención por empresas como Philip Morris, AT&T y Coors, entre otras, con alusiones solemnes al "menosprecio de la democracia", se traslada a un comercial pagado por la Asociación Nacional del Rifle (con su presidente Charlton Heston afirmando: "En cada campaña política se arriesga la libertad"). Lo siguiente: George P. Bush, hijo del gobernador de Florida, esquiva exitosamente, con un predecible apoyo público hacia la campaña de su tío, el acoso del equipo de conductores sobre su postura como símbolo de diversidad (él es mexicano-americano por el lado materno). Woodruff cierra esa entrevista con algo que parece un cumplido de dos sentidos: "Bien, definitivamente estaremos pendientes de usted". El joven Bush sonríe, y con una pausa perfecta responde confiadamente: "Sí, también nosotros estaremos pendientesde usted".
     Si las filosofías de los dos partidos son cada vez más difíciles de distinguir, estos metamomentos muestran precisamente la mutua e irreprimible relación, a veces irresistible, de los medios de comunicación con la esfera política. Junto a lo que Pat Robertson llamó la "maravillosa retórica política" de esta campaña (¿"Renovando los propósitos de América", "No dejen atrás a los niños"?), estaba también la mancuerna de Laura Bush y Colin Powell. Este último, en lo que parecieron unas citas involuntarias de "El aullido" de Allen Ginsberg ("He visto a los niños destruirse a sí mismos… He visto pobreza, he visto una comunidad que fracasa y he visto también la sobrevivencia"), abordó con excesivo optimismo tópicos que al final sólo sirvieron para legitimar la imagen reformista del Partido Republicano: acabar con la industria penitenciaria (¿con la pena de muerte en Texas?), desaparecer el problema de las drogas (¿con la retórica simplista del "Sólo di que no"?) y extender un puente entre las diferencias raciales (¿con el discurso de la compasión?).
     La señora Bush parecía ansiosa por jugar el rol, más o menos convincente, de una intelectual hogareña que defendía a los libros como objetos "interesantes, entretenidos e importantes". ¿Acaso fui el único al que le pareció escalofriante su repetido argumento de que los estudiantes deben estar sentados muy propios, atentos y bien comportados en los mesabancos de sus escuelas? Aunque la plataforma republicana parece estar entusiasmadamente a favor de la educación, no se ha hecho un esfuerzo por esconder su intención disciplinaria con el ampuloso pretexto de servir a una causa superior al ser ("Sueña mejor. Haz más"). No fue coincidencia que el tópico que manejó la señora Bush estuviera enmarcado por versiones superfluas de la canciones "ABC" de los Jackson Five y "Higher ground" de Stevie Wonder.
      
     Días dos y tres
     El optimismo boyante del primer día —definido por algunos con la pregunta "¿Dónde está el contenido?"— dio origen al subyacente pero no menoscategórico diseño de esta convención republicana, cuyos objetivos se dirigían más y más a la creación de un paradójico margen de duda y ansiedad liderada por la retórica de "fuerza y compasión". Así, en el espíritu del lenguaje que se manejaba, las señales eran excesivas: desde Mike DeWine señalando, en una entrevista improvisada, la "necesidad de una doctrina o política que se haga cargo del peligroso mundo en el que vivimos" —un mundo mucho más peligroso que la Guerra Fría que semencionó a lo largo de los últimos días, durante las exageradas autofelicitaciones del Partido Republicano por haberla consumado— hasta Pat Ware, de la asociación Preserving FamilyWell-Being [Preservando el Bienestar de la Familia], y su llamado militar a "terminar con la guerra del sida". Hemos oído hablar de "naciones delincuentes" (Trent Lott) y de "nuevas amenazas asimétricas" (Donald Rumsfel). La página web de la Convención Republicana del año 2000 apunta hacia una "expansión de armas de destrucción masiva, un alza del ciberterrorismo, la proliferación de la tecnología de misiles", cuya respuesta lógica es crear el militar del futuro ("letal, ágil y más fácil deactivar").
     Compasión y fuerza fueron "el mensaje" en varios de los homenajes a los veteranos de guerra que se realizaron durante la convención, y en los homenajes a Ford, Reagan y Bush, que se enfocaron principalmente en sus logros para llegar a una nación segura. Entre los comerciales de la Compañías Farmacéuticas de Norteamérica y los Fabricantes de Armas de Fuego de Norteamérica, estuvo Norman Schwarzkopf celebrando nuestra "magnífica victoria en la arena" antes de undiscurso que ofreció John McCain sobre la importancia del ejército, acotado por el tema musical de la Guerra de las Galaxias.
     Compasión por aquellos que "sacrificaron sus vidas por la democracia"; fuerza para aquellos que abanderan "los valores que lograron que América sea admirable"; compasión por Wendy, una delegada republicana que nació con síndrome de Down; fuerza en aras del cinismo que "sofoca los ideales de nuestro gobierno"; compasión al demostrar sus desacuerdos por medio de oraciones —y un cartel asegurándonos: "THERE IS A WAY OUT" [hay una salida]— incluso en los casos en que se está "a expensas de una situación embarazosa para el Partido Republicano", según se mencionó en un discurso sobre el comercio a cargo de Kim Kolbe, el único republicano abiertamente homosexual en el Congreso; compasión como la verdadera autoridad que nos dará "decencia e integridad en la Casa Blanca"; fuerza, como en el lema de esta campaña: "Prosperidad con un propósito".
     Al despotismo liberal que representa la diversidad (en lugar de decir "diferencia") le sigue la tiranía conservadora de la compasión (en lugar de decir "acción"). Es el paso seguro hacia un nuevo "proceso" que comienza a emerger en relación con el poder ejecutivo de los últimos ocho años, las nuevas desigualdades y alienaciones del mercado global y el boom de la tecnología en el Internet, una tecnología que representa menos del 3% de la población mundial de seis mil millones de personas (como nos recordó David Trend). Citando las palabras sobrias y aún relevantes que Joan Didion escribió en 1988:
      
     Cada vez más, cuando hablamos del proceso no nos referimos al "proceso democrático", o sea el mecanismo general que le brinda a los ciudadanos del Estado el derecho de opinar sobre sus propios intereses; por el contrario, hablamos de un mecanismo tan especializado que su acceso está limitado a sus propios profesionales, a los administradores de la política y aquellos que la reportan, aquellos que manejan las encuestas y aquellos que los citan, aquellos que preguntan y aquellos que responden a las preguntas en los programas con temas políticos en la televisión, a los consultores de los medios, a los columnistas […] Al puñado de expertos que inventan, año tras año, la narrativa de la vida pública.
      
     ¿Cómo podemos participar sin desconfiar de nuestro lugar en este medio virtual cuando surgen preguntas sobre nuestra campaña presidencial, y sobre el lenguaje que usamos para discutir las contradicciones y exclusiones inherentes a la democracia? Ante la euforia de los delegados, Dick Cheney completó el ciclo de la guerra del lenguaje con su crítica dirigida a la burocracia, al monopolio y a la mediocridad, con su imposición sobre "lo que la nación necesita y la historia exige", sobre "el precio que debemos pagar para vivir libres", al reciclar irónicamente el llamado de Al Gore en 1992: "Es tiempo de que se vayan".
     ¿Hablamos todos —como lo sugirió Elias Canetti—, hablamos todos la misma tecnología? Y, más importante, ¿cómo evolucionarán nuestras actuales formas de comunicación hacia unlenguaje con el cual podremos reimaginarnos socialmente en un lugar fuera de la democracia liberal que conocemos en los Estados Unidos? ¿Hay, como promete el cartel, una salida?
      
     Día cuatro
     La tarde final de Filadelfia fue testigo de George Prescott Bush —famoso ahora por ser uno de los solteros más cotizados, según la revista People— hablando sobre el nuevo Partido Republicano, fortalecido gracias a que su tío es "valientemente inclusivo". (Uno sólo puede imaginar las ansiedades y sospechas que tuvo que superar.) Además de reforzar los supuestos valores latinos de "fe y familia", el joven de 24 años se atrevió a hablar en español durante el horario de mayor audiencia de la televisión norteamericana, llamando a su tío "un hombre de grandes sentimientos" que busca un electorado "de todos los orígenes". (Aquellos que no sabían español lo llamaban "totalmente bilingüe", aunque no dijo más de cinco frases.) A pesar del discurso del joven Bush, que hablaba de un partido que le da la bienvenida a aquellos cuyos rostros son diferentes —especialmente si son del tipo masculino bien parecido—, el escenario republicano de diversidad, como muchos comentaristas lo dijeron, ya estaba visualmente inclinado hacia un público de aparente igualdad. (Curiosamente, no se habló de las relaciones México-Estados Unidos en los discursos de la familia Bush, y esto a pesar de la reciente elección de Vicente Fox a la presidencia de México.)
     El videoclip biográfico de George W. Bush tuvo la intención de capturar un momento de nostalgia por la inocencia perdida, como en el filme The Last Picture Show, personificada por los paisajes de Midland, Texas, donde "el cielo es el límite". Y así es, uno de los temas recurrentes a lo largo de la convención fue el de "asir el momento para la promesa americana" de frente a las oportunidades desperdiciadas. La narrativa era más o menos así: Guiados por figuras como Clinton y Gore, los ciudadanos de Estados Unidos sólo han "cubierto por encima la prosperidad". Así las cosas, hemos visto la inestable influencia del poder norteamericano: "demasiadas promesas sin mayores propósitos". Para los marginados se presenta la oportunidad de vivir con "dignidad y esperanza" frente a la "suave intolerancia de las bajas expectativas". Este es el momento para que esta nación se vuelva "más grande de lo que la encontramos".
     En cuanto al programa político, se prometió una reducción de los impuestos (del 15% al 10%, y duplicar la deducción que el Estado acredita por gastos infantiles), además del desarrollo de misiles de defensa; la firma de un proyecto de ley sobre el aborto; salvar el seguro social al permitir que los contribuyentes hagan "inversiones sensatas"; deducción de impuestos para seguros médicos privados; presupuesto para albergues de indigentes y programas de apoyo a las mujeres embarazadas; un reconocimiento de que el "progreso racial (¿?) avanza pero aún muylentamente"; responsabilizarnos de nuestros recursos naturales, así como abordar con seriedad el cargo de titular del Ejecutivo, con la mano en una Biblia imaginaria, "so help me God".1
     El gobernador Tom Ridge de Pensilvania hizo el torpe comentario de referirse a su partido como una entidad que ve "unaoportunidad en cada votante" —suponemos que es una afirmación que opaca la razón de ser de un grupo político. Que el nuevo Partido Republicano haya elegido socavar a sus oponentes sin brusquedades ni insultos, para citar a Trent Lott, sino con una muestra de capacidad para la ironía del lenguaje, fue claro durante la última noche, cuando el gobernador George W. Bush clausuró la convención con su mensaje de regeneración: "Podemos volver a empezar". Como Cheney, que se apropió del lema de Gore, George W. Bush causó muchas carcajadas cuando se refirió a la manera en que su oponente planteaba los hechos como un "arriesgado proyecto de verdad".2 Ahora bien, qué exacto y agudo fue el candidato al referirse a la ideología como la precaria naturaleza de cualquier suposición o reclamo de la verdad. Llegó a lo excesivo cuando Bush sugirió que su oponente llamaría un "arriesgado proyecto anticandelabros" a la invención de la lámpara incandescente de Edison. Más temprano, esa misma tarde, Bernard Shaw, conductor de CNN, había comentado con ingenua perplejidad: "Me pregunto si Al Gore está viendo CNN en estos momentos, y qué está pensando". A lo cual su colega Judy Woodruff rápidamente comentó: "No sé si está viendo CNN, pero debería hacerlo". –— Traducción de Luis Humberto Crosthwaite y Santiago Vaquera

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