De cosquillas y política

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Montesquieu, que de viejo sufrió achaques de solemnidad, supo jugar y divertirse. Paseó por el mundo, se burló de sus contemporáneos, imaginó amoríos y celos, se disfrazó de persa, le hizo trompetillas a los sabios y a los curas. En una de las pocas páginas que escribió sobre sí mismo, reveló la fuente primaria de su placer. "Siento, más que cualquier otra cosa, el gozo de la sorpresa." El gozo de la sorpresa: el placer de lo imprevisto, el deseo de lo indeseado. Montesquieu adoraba las cosquillas, que son eso justamente: una delicia del azar. El hombre que vio en el poder un mal apenas moderable con la contraposición de una desgracia idéntica, sugiere en este guiño que las cosquillas, plumas que soplan sin plan sobre el cuerpo vulnerable de una víctima gozosa, son el bien.
     En esa gota suelta en los cuadernos íntimos de Montesquieu se aloja una concepción de la historia, una noción de la política, una estampa de la vida que vale vivir que son clave del entendimiento liberal. Si bien las ideas de Montesquieu sobre el placer no son las columnas que sostienen su Espíritu de las leyes, son las varillas ocultas de su edificio constitucional.
     En su obra clásica, el barón hablaba de muchas cosas: del clima y la educación, de las leyes y el honor, de la corrupción, el despotismo y el miedo, de China y los ingleses. No hay, en sus cientos de párrafos bien desordenados, un desarrollo de su idea del gusto como brote del azar. Pero hay otros textos de este sereno pesimista que alumbran su idea de la felicidad. Su ensayo sobre el gusto, publicado en 1754 en el tomo VII de la Enciclopedia, fue el último texto que escribió y en buena medida sirve para redondear su filosofía constitucional. La felicidad, decía ahí, no es una agregación de instantes felices. No puede entenderse, para decirlo feamente, como un superávit de alegrías. Es una "actitud suelta para saber acoger los placeres". Y el placer está en la pluralidad, en la inconstancia, en la sorpresa. "Si bien es necesario el orden en las cosas —escribe—, es necesaria la variedad; sin ésta, el alma languidece, pues las cosas semejantes le parecen las mismas." A la larga todo fatiga. Hasta la alegría cansa. Es que la perpetuidad, la repetición, la uniformidad son encierros del aburrimiento. Son algo más: huellas del despotismo.
     Así, la fórmula para evitar el sofoco del aburrimiento es la misma que impide la opresión política. Cosquillas contra el fastidio de lo constante, cosquillas también contra el déspota. No es que recomiende combatir la opresión matando de risa al tirano. Es que la política, la sociedad liberal, deben tener espalda, pies, axilas para la pluma que hormiguea. O dedos para hacer cosquillas. Darwin, en su trabajo sobre las emociones de los animales y los hombres, detectaba que la incertidumbre sobre el sitio exacto de las cosquillas era la característica central de las cosquillas. El punto preciso en que a alguien le dan cosquillas no debe ser conocido. Por eso uno no puede hacerse cosquillas. El otro es indispensable, porque es quien porta la sorpresa del roce. Esa es la primera lección: la historia no sigue un guión. Quienes pretendieron redactar el libreto del futuro negaron las cosquillas de la historia, hicieron del presente una prisión cruel y aburrida.
     En otras palabras, el mundo de la libertad debe ser hospitalario con lo imprevisto, lo diverso. Algo más: las cosquillas enseñan el imperativo de la moderación. Las cosquillas son placenteras. Pueden ser también una tortura insufrible. Quien ofrece su cuerpo para la cosquilla se coloca en una posición en extremo vulnerable, en un estado de indefensión frente a un placer que colinda con la tortura. Por eso existe una ética de las cosquillas que supone un pacto, un mínimo de confianza. Se sabe que con las cosquillas se puede cometer abuso, que hay una línea que no debe cruzarse, que, detrás de esa raya, la risa y el placer ceden su lugar a la angustia, y la angustia se convierte en un hondo dolor que es humillante. Será por eso que la cosquilla es un arte tan querido por Montesquieu: como su política, es arte de equilibrio. La cosquilla es el dominio del tacto en sus dos acepciones: sentido que percibe el contacto con las cosas y habilidad para conducir un asunto delicado. Como la política bien templada, la cosquilla ha de combinar la marcha y el freno, el impulso y el retén.
     Encuentro una tercera enseñanza política de las cosquillas. La cosquilla será sorpresiva, imprevista, y podrá ser deleitable o abusiva, pero, en todo caso, no es un sacudimiento repentino. No es ataque brusco, no es vapuleo hostil. Es la sorpresa antidramática. No hay una metafísica de las cosquillas como sí la hay, naturalmente, de la sexualidad. No es abstracción, es experiencia. ¿Cuál es el sentido de las cosquillas? Eso: las cosquillas mismas. Lo vio mejor que nadie Alexandr Herzen, el héroe intelectual de Isaiah Berlin: el sentido de la vida es la vida misma, y el presente, cuando se ve como medio para alcanzar una meta remota, es una coartada de la política sacrificial. Con las cosquillas, lo único que aniquilamos son nuestras fantasías simétricas. –

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(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).


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