Días de radio

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Nada semejante
Cuando a comienzos de 1946 me vine de Guadalajara a México, todo despistado y pobre como rata, me cayó de perlas la chamba que Daniel Cosío Villegas me dio en el FCE. Con mi primera quincena compré mi primer aparato de radio, y a partir de ese momento me volví oyente asiduo de la estación XELA. Ya me habían hablado de ella, y sabía que iba a darme lo que me gusta: no palabrerías, no boleros ni rancheras, sino música de los "grandes maestros" (incluyendo la de modernos a quienes apenas comenzaba a conocer, como Stravinsky). A lo largo del tiempo me he topado con muchos aficionados a lo mismo, devotos todos ellos —con sus más y sus menos— de la XELA. Me han tocado taxistas que van oyendo música "clásica" (recuerdo al que me preguntó, cortésmente, si no me molestaba).
     En 1947 conocí en el FCE a un brasileño de mi edad, llamado Pero Botelho (que vino a México con el único propósito de hacerse discípulo de José Gaos). Inmediatamente congeniamos. Recuerdo que en nuestra primera conversación entraron los Conciertos de Brandenburgo. Por esos tiempos estuvo Paul Hindemith en México, y descubrimos los dos la maravilla de las Metamorfosis sobre un tema de Weber. No había aún grabaciones comerciales, pero supimos que en XELA tenían una, gracias a su canje con estaciones de países desarrollados; y un día fuimos a XELA, y nos recibieron cordialmente, y vimos cómo sacaban un disco como de 60 cm. de diámetro, grabado por no sé qué orquesta gringa bajo la batuta de Hindemith, y gozosamente oímos las Metamorfosis. Botelho era, por supuesto, oyente asiduo de XELA. Un día me dijo: "Nada semelhante têmos no Brasil!" (En situaciones como ésta, yo, enemiguísimo del bla-bla patriotero, siento, como a pesar mío, algo que no puede llamarse sino orgullo.)
     No hablaré de las fallas de XELA, que el paso del tiempo hizo cada vez más inocultables. Un día, hace mucho, les escribí a los dirigentes una carta que decía, en resumen: ¿Por qué no sugerirles a los anunciantes que cambien los discursitos de propaganda (y no digamos los jingles) por una simple frasecita: "Ofrecemos a nuestros radioescuchas la siguiente hora de música por cortesía de la cervecería Moctezuma"? Sería no sólo más elegante, sino también más eficaz: a todos nos quedaría una excelente idea de la cervecería Moctezuma. (Pero nunca contestaron mi carta.)
     El caso es que, con fallas y todo, me mantuve fiel a la XELA hasta el día en que la música se fue y en su lugar entraron noticias y comentarios futboleros. ¡Una tragedia! Tenemos Radio Universidad, tenemos Opus 94, sí, pero ¿no es justo que haya en nuestra Gran Urbe una estación dedicada exclusivamente a transmitir "buena música"? ~
     — Antonio Alatorre
Menos palabras y más música
A principios de los años cincuenta, las familias se reunían democráticamente en torno a un personaje habitual, presente lo mismo en las ricas residencias de las Lomas que en las humildes vecindades del centro: el aparato de radio.
     Llevaba decenios de ocupar ese sitio central, gracias a la labor de grandes empresarios —como Emilio Azcárraga Vidaurreta y Clemente Serna Martínez, entre otros—, y a la concurrencia de autores, compositores, libretistas, locutores, empleados diversos, agencias de publicidad, anunciantes. Su historia está por escribirse. Las estaciones cultas, XELA y Radio UNAM, eran ejemplares, y hasta la "Hora Nacional" era instructiva y entretenida, con sus buenas dramatizaciones históricas. Sin embargo, el alma de la radio no era intelectual, teatral, informativa o comercial: el alma de la radio, como la de México, era —y siempre será— musical.
     Hoy los tiempos han cambiado. El cuadrante, que en los cincuenta apenas programaba música en inglés, es un escaparate de la globalización, y es natural que lo sea. Sería absurdo reaccionar ante esta tendencia imponiendo barreras culturales a la música en inglés, que recorre exitosamente el mundo, o promoviendo de manera aburrida y artificial "nuestros valores". Ese cosmopolitismo musical nos ha enriquecido: le da sentido a muchas vidas juveniles y es más complejo y sutil de lo que parece.
     Llena de vitalidad, la radio ha cambiado para bien sobre todo en términos políticos. Sus programas noticiosos y de debate público —de los cuales "Monitor" de Radio Red fue pionero— fueron un factor fundamental en la democratización de México. Pero algo se ha perdido en el trayecto. La radio se ha vuelto una ágora en la que se oyen, sin duda, conversaciones inteligentes, pero donde comienza a predominar el vocerío trivial sobre los temas más diversos, el rollo ideológico, el bla bla bla de dudosos expertos, todo aderezado con un uso pobre y torcido del castellano.
     El radio es un excelente vehículo de conversación, pero para serlo cabalmente tiene que renovarse de continuo y crear nuevos formatos: polémicas "cara a cara", programas producidos por y para jóvenes, fomento de nuevos líderes de opinión. Los sufridos habitantes de nuestras ciudades, los compatriotas en remotos pueblos y rancherías, los emigrantes, merecen esa nueva oferta en la radio a la que han sido fieles por casi un siglo. Y merecen algo más, un giro de recuperación cultural: menos palabras y más música… incluida la música mexicana. ~
     — Enrique Krauze
Un mensaje embotellado
Recuerdo cómo, en los años cincuenta, nos quejábamos —jóvenes cucufates— de que el repertorio radiofónico de XELA ("La Shela", como decían algunos cultos), y de otras pocas estaciones, Radio Universidad, XEN, era muy limitado.
     Esto era cierto, más aún de lo que suponíamos. A decir verdad, éramos buenas personas y nuestro reproche era ingenuo, superficial: deseábamos escuchar la Segunda de Chaikovski tanto como la Patética, por ejemplo.
     Ahora, curiosamente, es  al contrario y juzgar es difícil. Sólo hay, por principio de cuentas, una estación que trasmite toda la noche. Excelente cosa: en la época arcaica, la música concluía a medianoche. Hoy, viejos desvelados, seguimos junto al radio poco antes del amanecer. ¿Qué escuchamos?
     Escuchamos, al azar, como es debido, obras eternas, obras que bien conocemos pero seguiremos frecuentando por siempre. Linz, o un Brandeburgo, o el quinteto de Franck. Hasta aquí no habría causa de quejas, pero sí la hay (hablo, desde luego, desde las tres aeme).
     Siempre fue espléndido  el descubrir, el pescar una obra desconocida para uno. Todavía recuerdo cuando descubrí el concierto para órgano de Poulenc, por ejemplo. Ahora bien, hoy que somos todos ya cultos, pienso que tampoco se debe exagerar. Ha habido noches en que sólo han puesto churros. Desconocidos, eso sí. Desde Hildegarda hasta Federico el Grande. Tonadas del monte Atos y rapsodias laponas. Muy bien, pero con mesura. Un poco más de Schubert —y no por fuerza una sonata ignota, desenterrada hace poco. Y reconozcamos que las sinfonías de Albrechtsberger son fastidiosas, aparte de desconocidas.
     Asesinada XELA, cultificacionalizada Radio UNAM, éste es, realmente, un mensaje embotellado a Op. 94. ~
     — Gerardo Deniz


¿Qué hacemos con la radio?
Para muchos de nosotros, la radio (o el radio, como aquí lo decimos casi todos) es un asunto cercano y entrañable que no tiene nada que ver con la nostalgia. Por el contrario, y pese a los augurios de quienes anunciaban su declive, se sigue tratando de algo muy vivo, actuante y acompañante, adonde  multitudes acudíamos para encontrar placer.
     Hoy en día, hallar este placer se ha convertido en una rareza, y la ilusión se estrella contra un universo auditivo zafio que parece diseñado para hacer de México un banal país de idiotas.

 
 

La música, que casi es a la radio lo que el agua es al mar, ha sido crecientemente suplantada por las interminables peroratas de locutores que se creen imprescindibles y admirables, graciosos, omniscientes y hasta poéticos. La "buena música", que llegó a tener un peso considerable en la oferta radiofónica de la capital y de algunas ciudades de provincia, ha perdido varias de sus plazas fuertes en aras de la trivialidad y del vacío. Y desde luego, no sólo me refiero a la buena música "culta", sino también a la buena, a la excelente música popular.
     Este último es un tema que me interesa mucho. Entiendo (porque me lo han dicho) que existen decorosas estaciones de rock y de otros géneros que no conozco bien, y me alegro de que así sea; pero, a no ser por auténticas anomalías, en ninguna estación de este país podemos, en forma consistente, escuchar grandes boleros, o sones, o "canciones mexicanas", bambucos o corridos, tangos o sambas, o tantas y tantas otras maravillas. El triste final de "Dimensión 1380" (que en cierto modo era la contraparte "popular" de la XELA, cuyo reciente fallecimiento seguimos deplorando), hace poco más de un lustro, fue el anuncio de nuevos y abundantes derrumbes. Hoy, a casi nadie parecen importarle nuestros otros clásicos ni los creadores recientes, ni considerarlos dignos de aprecio y divulgación.
     (En otro orden de ideas, a modo de paréntesis y un tanto aparte, las estaciones "indigenistas" que funcionan en varias regiones del país, valiosas como lo son sin duda, únicamente transmiten asuntos y música locales, dando la impresión de que promueven guetos culturales, y de que los grandes temas del mundo están fuera del alcance de las etnias respectivas).
     El monetarismo más grosero es la única ley. El mal gusto, la vulgaridad y la patanería parecen reinar en todos los rincones del país, incluidas varias radiodifusoras institucionales. Urge reconstruir la inteligencia y la sensibilidad. Lograrlo en la política (incluso en la política "cultural") parece causa perdida; en la televisión (aparte del desplome de los canales once y veintidós), los buenos atisbos aparecen y se diluyen luego; y en la radio: ¿qué demontres hacemos con la radio? ~
     — Fernando González Gortázar
Necesito la XELA
En su libro más reciente, Paños menores, Gerardo Deniz cuenta con perceptible emoción que en 1945, a sus diez años y hallándose momentáneamente enyesado en cama, la madre, para que se distrajera, le puso a su lado un aparato de radio, quizá de aquellos que exteriormente parecían pequeñas catedrales góticas de madera y tela, y, cuando él movió el botón que movía la manecilla en el cuadrante de luz amarillenta, descubrió la música de Rajmáninov y la estación XELA, "la cual representaría para mí, muchísimos años, el manantial principal de la música". Unos meses antes o después, yo, en los diez años también, y en cama tras operación de anginas, descubría la XELA y la música, aunque acaso con algo de menor altura: ¿el Concierto Varsovia o los Esbozos Caucasianos o la Suite del Gran Cañón? Y como para Deniz y Pedro Miret (que desde unas vacaciones en Acapulco le escribía a aquél: ¡Qué ganas de volver a México para escuchar la XELA!),  para mí la Chela fue la fuente de la que fluía lo que Walter Pater llamó "el arte a cuya condición aspiran todas las demás artes".
     Sé que generaciones posteriores a la nuestra tampoco habrían tenido la música, y no habrían seguido teniéndola en esas ocasiones en que no hay tocadiscos a mano, si no hubiera existido la XELA, "la estación de la buena música en México", matada la última noche del 2001. ¿Qué nos queda en la "radio cultural mexicana"? Dos estaciones en las que el manantial de la música es estrechísimo y dificultosamente fluye preso entre riadas de blablablá más o menos cultural: Radio UNAM y Opus 94, respectivamente de la Universidad y del oficial Instituto Mexicano de la Radio.
     La música, como cualquier arte, apenas sirve para una cosa, pero qué gran cosa: oírla es ejercer una mera "libertad formal", aunque de esas que ayudan a vivir. En medio del blablablá, el horrorrock y el estruendo urbano, necesitamos la XELA o un equivalente. Como necesitamos la música, como necesitamos el silencio. Y Sacha Guitry dijo que "cuando termina de oírse la música de Mozart, el silencio que sigue también es de Mozart". ~
     — José de la Colina
¿La radio hoy?
Los niños de hoy casi no escuchan radio, gran entretenimiento y medio educativo de los de ayer, los de antes del surgimiento de la televisión. Y los adultos, en su mayoría, escuchan radio principalmente como paliativo contra el tedio. Mientras se cocinan unas calabazas o en medio del odioso tráfico automovilístico. Pero eso asegura curiosamente su pervivencia en el mundo de bombardeo publicitario, centelleo de las modas ("a la moda dómala", he escrito en palíndromo), imperio visual, adicciones cibernéticas (de la computadora al celular). Yo no oigo casi radio, pero sí noto que a cambio de unas cuantas estaciones radiofónicas buenas (como Radio UNAM, Radio Educación, Opus 94), con programaciones propositivas y difusión de música "clásica", abundan la chatarra y momias, para mí de longevidad incomprensible, como "La Hora Nacional" (se transmite los domingos —¡los domingos para colmo!— en la noche, por si algún morboso que no la conozca quiera tener el gusto de hacerlo).
     Por radio, Cri Cri, para mí la mejor introducción a la música y un fenómeno único no sólo nacional sino mundial, educó, jugando, a varias generaciones de niños. Además la radio, a diferencia de la televisión, no esclaviza la imaginación a personajes y ambientes hechos: deja que los niños imaginen, a través del sonido, lo que libremente quieran. Junto a maravillas como Cri Cri, tantos games por internet y demás "novedades" me parecen enajenantes y empobrecedoras.
     Yo debo parte de mi formación musical a la vieja XELA, cuyo boletín recibía cada semana y grababa en casetes las obras que no conocía y me interesaban. También iba a Radio UNAM, donde mi tía Elena Lizalde, que trabajaba ahí, me permitía, a veces a regañadientes ("¡no, ya basta gordito, eres un obsesivo!"), introducirme a una bodega de discos LP defectuosos (a veces no tenían sino un rayoncito ridículo) y llevarlos a casa para grabarlos (por error, me quedé con un par; pero, sin presumir, creo que están mejor en mis manos). Años después (1990) trabajé haciendo cápsulas sobre "Música y literatura" en XELA. Me aterró la clasificación que el flamante dueño hacía de la música: "Hay —decía— música alegre: ésa va por las mañanas; música neutra: ideal para las tardes; y música tristona, ya para arrullarse en las noches." No es extraño que la noble y legendaria XELA terminara en estación deportiva.
     Creo que puede hacerse mucho todavía para que no todo termine en esa decadencia. ~
     — Luis Ignacio Helguera

 

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