En uno de sus memorables artículos de los años ochenta Gabriel García Márquez tronó contra el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y en cambio elogió el Diccionario de uso del español, de María Moliner. Como el malestar contra el DRAE es generalizado, la mayoría coincidió con García Márquez y prefirió el Moliner, aun cuando no es normativo sino informativo, y en terrenos profesionales es un diccionario para escritores y no para lectores, y menos para editores y correctores.
El mismo fenómeno está sucediendo con el nuevo Diccionario del español actual, que Manuel Seco, Olimpia Andrés, Gabino Ramos y colaboradores prepararon durante treinta años. Aunque en la "Guía del lector" se advierte que prescinde del rigor de los diccionarios normativos y no sigue un criterio etimológico, y que es un diccionario del español que se usa, no del que debería usarse, también anuncia que, como todos, es selectivo aunque sea exhaustivo.
No deja de asombrar, sin embargo, que tenga tanta manga ancha, que sea tan flexible y que carezca de un criterio que prevenga a los usuarios de que hay palabras que, aunque se usen, se han derivado de otras mucho más certeras y precisas. Por ejemplo, valida el muy común "desapercibido" y lo coloca a la altura de "inadvertido"; acepta sin prejuicios "rol" como definición de "papel o función", y se multiplican los ejemplos. Sin embargo rechaza el uso de "poeta" para las mujeres, muy a la moda aún entre los leídos y escribidos que jamás utilizan "desapercibido", "rol" o el afortunadamente en desuso "presupuestar" (que sí acepta Seco).
Seco es muy cuidadoso con ciertas normas, pero se abstiene de recomendarlas; su rigor con el uso del género parece pasado de moda, cuando menos en México, en donde los políticos comienzan sus discursos y arengas con "maestras y maestros", "niñas y niños", "compañeras y compañeros", con justicia sexual pero error gramatical. Pero ese rigor desaparece con algunas palabras que no son verbos nacidos de participios o generalizaciones, cuya deformación se entiende por el uso de los especialistas, como "planificación" (aunque no admita la salinista "planeación"), sino que son aberraciones inexplicables como "concretizar" y "valorizar", que uno creía exclusivas de la Facultad de Filosofía y Letras en los años ochenta.
Aunque hay que recordar la advertencia de que el español que se usa es el que conforma este libro, no dejan de preocupar las consecuencias: que todo valga, que desaparezcan del mundo cotidiano las leyes que impiden la anarquía de la que advertía Vargas Llosa cuando García Márquez proponía menos tiranía ortográfica y gramatical. Y este temor no es paranoia: este nuevo Seco no sirve para leer a los clásicos españoles y es insuficiente para la narrativa o la poesía hispanoamericana clásica o actual; su uso está restringido, como dice Zaid, para la comprensión de la literatura y de la prensa actuales. Parece un despropósito hacer un diccionario de 4,600 páginas, invertir tres décadas de vida y trabajo, para que sólo sirva para leer a Pérez-Reverte y a Almudena Grandes, pero no a García Lorca.
Queda sin embargo el esfuerzo extraordinario de recabar una base de datos lingüística que seguramente tendrá mejor uso posterior, aunque desde luego está incompleta porque sólo es el español "actual" escrito y no el hablado, que resultaría igualmente atractivo aunque duplicara el número de páginas.
Seco es autor de un muy consultado Diccionario de dudas; la palabra más buscada en este clásico seguramente es pretencioso, que aparece en infinidad de textos; quien haya tratado de solucionar la dificultad en ese Seco sabe que se crean más confusiones, con esa y con otras palabras. Cuarenta años después la duda persiste, y sigue incluyendo "pretencioso" aunque sólo remita a "pretensioso", sin ninguna explicación, sino ejemplos pretensiosos de que Cela lo usa mal.
Y si alguien es exigente, puede reclamarle a Seco que su diccionario no sea tan actual, porque en ninguna de sus tres acepciones de "página" relaciona el vocablo con Internet, lo que quiere decir que, apenas aparecido, ya muestra deficiencias y ausencias notables.
De lo que no queda duda es de que tendrá más aceptación que el de la Academia, aunque su definición de "perro" sea tan ridícula como la del DRAE de 1957 ("una de cuyas patas levanta para orinar", la vieja; "Mamífero carnicero doméstico, del que existen numerosas razas que cumplen distintas funciones para el hombre", la de Seco).