“No hay peor vulgaridad que tratar de ser distinguido”, dice un aristรณcrata en una novela de Patricia Highsmith. Lo mismo sucede con el deseo de inmortalidad literaria. Era aplaudido en tiempos de Ovidio, cuando los poetas proclamaban a gritos su anhelo de perdurar, pero la destrucciรณn de casi todo lo escrito en la antigรผedad clรกsica moderรณ el optimismo de los consagrados. Aunque estuvieran seguros de permanecer, los poetas del Siglo de Oro evitaban cantar victoria sobre el Padre Cronos, y para ganarse la simpatรญa del lector pedรญan perdรณn por sus yerros en prรณlogos que rezumaban falsa modestia. La humildad fingida se mantuvo desde entonces como norma de urbanidad en la Repรบblica de las Letras.
ย ย ย ย ย El culto a lo efรญmero de la civilizaciรณn moderna exige al escritor ocultar su anhelo de trascender o, cuando menos, asumirlo con ironรญa, como un defecto que sรณlo puede ser superado por medio del autoescarnio. Pero hasta el mรกs modesto artesano de la palabra abriga todavรญa la ilusiรณn de dejar huella. Pocos poetas en el mundo han tenido la sensatez de resignarse pronto a no perdurar, como el sabio Renato Leduc. Modesto y visionario a la vez, don Renato se anticipรณ a la posmodernidad al advertir que el hambre de gloria de los poetas “serios” empezaba a ser un fardo psicolรณgico intolerable. Su amistad con Agustรญn Lara, El Chamaco Sandoval y otros clรกsicos de la canciรณn popular tal vez lo predispuso contra el afรกn trascendente de la poesรญa culta, que rara vez produce obras inmortales, pero busca perpetuar la anacrรณnica divisiรณn entre juglares y literatos.
ย ย ย ย ย La evoluciรณn posterior de la poesรญa contemporรกnea le dio la razรณn. Abolidas las fronteras entre cultura popular y bellas letras, el renacimiento de la tradiciรณn juglaresca ha desenterrado la figura del bardo medieval que modifica sus canciones al gusto del oyente. La “poesรญa en acciรณn” de Serge Pey, el gran discรญpulo francรฉs de Allen Ginsberg, rechaza cualquier intento de fijaciรณn textual y supedita el afรกn de perdurar al deseo de convertir la experiencia poรฉtica en una catarsis. En Brasil, donde la รฉlite intelectual no estรก reรฑida con el gusto masivo, Caetano Veloso y Chico Buarque son al mismo tiempo รญdolos de la canciรณn popular y poetas de primera lรญnea. Pese a la resistencia de las viejas y las nuevas academias, el “duro deseo de durar”, que Paul Eluard consideraba el impulso primario de la creaciรณn poรฉtica, va perdiendo terreno en la escena literaria mundial, mientras cobra fuerza la idea de que sรณlo puede perdurar quien no se propone lograrlo.
ย ย ย ย ย La satanizada cultura de masas, que fabrica y destruye รญdolos en un parpadeo, ha contribuido muy saludablemente a desprestigiar la ambiciรณn de inmortalidad. Asรญ lo reconoce George Steiner en su reciente autobiografรญa, donde confiesa que su rigurosa formaciรณn acadรฉmica le hizo perder de vista la revoluciรณn cultural mรกs importante del siglo:
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Educado en una reverencia hipertrรณfica hacia los clรกsicos, en una especie de veneraciรณn hacia los gigantes del pensamiento, me sentรญ comprometido con lo canรณnico, con lo confirmado, con lo inmortal (ยกesos inmortels momificados de la Academia Francesa!). Tardรฉ demasiado en comprender que lo efรญmero, lo fragmentario, la ironรญa de uno mismo, son las claves de la cultura moderna. (Errata. El examen de una vida, Siruela, 1998).
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En Mรฉxico, la sensibilidad que Steiner tardรณ en comprender, y todavรญa no aprueba del todo, ha tenido exponentes valiosos en varias generaciones, empezando por Salvador Novo, pero el peso de lo canรณnico es aplastante y mantiene vivo el prejuicio contra las innovaciones plebeyas.
ย ย ย ย ย Segรบn los รกrbitros del buen gusto que pastorean a los jรณvenes escritores, la manera mรกs segura de perdurar hasta el fin de la eternidad es poetizar sobre la poesรญa o pergeรฑar viรฑetas inocuas ambientadas en el imperio otomano, donde los nacos no puedan asomar la nariz. Gran parte de la chatarra producida en los talleres literarios se debe a la creencia de que basta despojar a la escritura de cualquier connotaciรณn temporal o geogrรกfica para crear una obra imperecedera. Sin duda, los cronistas urbanos de los aรฑos ochenta produjeron toneladas de literatura desechable, pero al menos tenรญan el recato de no coquetear con la posteridad. Obsesionados por adquirir el sello aristocrรกtico del arte minoritario, los enemigos de la literatura fechada incurren sin embargo en la espantosa vulgaridad de presentar su candidatura al panteรณn de los inmortales, sin haber escrito nada que la respalde.
ย ย ย ย ย Los verdaderos aristรณcratas del espรญritu son mรกs humildes, como lo demuestran la vida y la obra de Jaime Sabines. Aunque Sabines era un poeta culto, su emotividad y su horror a la pedanterรญa lo aproximaban a los compositores de mรบsica popular. Desde sus primeros libros transformรณ en arte poรฉtica la virtud humana de no tomarse demasiado en serio. Pocas celebridades han dado tantos martillazos a su propia estatua: recordemos, por ejemplo, la mordacidad con que ridiculizรณ su desempeรฑo como diputado del PRI. La famosa imprecaciรณn en la elegรญa a la muerte del Mayor Sabines: “ยกMaldito el que diga que esto es un poema!”, sugiere que la idea de sobrevivir en sus obras le parecรญa una detestable frivolidad. Quizรก no fue del todo sincero al desdeรฑar la gloria, pero nunca pensรณ en ella cuando escribรญa. Si muriรณ convencido de haber dejado una obra perdurable, como seguramente ocurriรณ, tuvo la inteligencia y el tacto de hacernos creer que no le importaba. Entre sus contemporรกneos hubo quizรก poetas de mayor estatura, pero ninguno sobrellevรณ la consagraciรณn con mรกs elegancia. –
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย