Se exhibe en el Museo Nacional de la Estampa una heterogénea muestra de once artistas que indaga en la materialidad del libro y en las múltiples posibilidades de lectura que ésta es capaz de generar. No se trata de una exposición de “libros de artista” en el sentido ya clásico del término, sino de diferentes aproximaciones plásticas a la relación libro-mundo.
Siendo una exposición tan plural (tanto en lo referente al formato de las piezas como a su contenido), creo que conviene detenerse solamente en algunos de los artistas expuestos para hallar entre sus piezas un cierto diálogo, antes que reseñar descriptivamente toda la muestra. El curador, Fernando Delmar, ha obtenido algunos excelentes resultados apostando por artistas emergentes a los que conviene seguir de cerca en el futuro.
Aníbal Delgado propone la menos evidente de las relaciones entre libro y espectador, dirigiendo la mirada hacia el elemento lúdico de la lectura a partir de una escultura de acrílico con billetes y globos.
El trabajo de Pablo Rasgado es sin duda una de las sorpresas más gratas: encontramos en él una reflexión sobre el libro a partir de sus vínculos y afinidades poéticas con el paisaje. Así como las capas geológicas almacenan información sobre el pasado que debe ser descifrada por un “lector”, también el libro condensa en su estructura mundos acontecidos o imaginados. Paisaje y libro aparecen como el registro material de una tradición, y esta analogía revela, de cara a lo venidero, que cualquier acontecimiento (la eclosión de un volcán o la publicación de un ensayo) se incorpora necesariamente a una historia, no sólo de los hechos sino de las sucesivas interpretaciones de los mismos. En la escultura central de Rasgado subyace pues una meditación sobre el tiempo: el tiempo acumulado o significado en el libro y en la montaña.
También en la instalación de Erick Beltrán la exterioridad del mundo y el signo escrito encuentran una interrelación profunda: diferentes textos extraídos de volúmenes de la Biblioteca Nacional de Chile se inscriben por toda la habitación, constituyendo una urdimbre semántica donde la materialidad del libro ha sido desbordada. Un segundo discurso, referente al destino, se desprende de los textos y las fotografías que cubren las paredes, desplegando una realidad que el lector, como el nigromante, debe descifrar para hacer hablar a las letras dispersas.
Marcelo Balzaretti plantea su idea de la lectura mediante un conjunto de libros en los que las páginas son de un material reflectante. El libro aparece entonces como un instrumento para mirar oblicuamente el mundo que nos circunda. La relatividad de la lectura se alza en evidencia, pues cada lector tendrá en sus manos un objeto diferente en virtud de su propio contexto.
En el caso de la obra de Ricardo Cuevas, otro de los importantes descubrimientos de la exposición, las relaciones, los atisbos y las imágenes se disparan y multiplican en torno a la superposición de capas de información y a la idea de la reescritura. Así, vemos un video en el que “Frankenstein” ha sido escrito en braille sobre fotografías de paisajes y es leído en voz alta mientras unas manos palpan y recorren sus signos. Imagen, tacto y sonido generan una lectura múltiple que juega y se entrelaza con el contenido textual de la obra. En otra pieza, las marcas realizadas por Borges sobre un manuscrito de El Aleph se nos dan despojadas de todo texto, como un dibujo que, ocultando lo evidente del libro, revela la dimensión pictórica del ejemplar original y le restituye una posibilidad estética perdida con la edición.
También el libro de artista, en su versión más tradicional, encuentra una excelente representante en esta muestra: los diarios de Natalie Regard son el registro gráfico de sus sueños; acaso otra reflexión sobre el paisaje, aunque en este caso, el onírico y personal de la autora.
“Ejemplares”, en el MUNAE, puede ser visitada hasta el 1o de abril. ~
(México DF, 1984) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012).