El banquete de Fonseca

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El escritor debe alimentarse. Lo dice “el flaco” Rubem Fonseca.
     Por su parte, el inglés J.G. Ballard mencionó algo al respecto en una entrevista: “Creo que la lengua es un órgano tan importante como los otros. Si tienes apetito por la comida, entonces tienes apetito por el sexo. Siempre he desconfiado de la gente que carece de apetito y admiro a la gente con un apetito fuerte.”
     Volviendo a Fonseca, el escritor brasileño ha establecido a lo largo de su obra un vínculo interesante entre literatura y comida. Uno de sus cuentos más memorables, titulado “Mirada” (del libro Novela negra), trata sobre un escritor cuya vida se transforma el día que mira a los ojos una trucha, en el acuario de un restaurante, y la elige para comérsela. Antes, dicho personaje era vegetariano y le gustaba pensar que sólo necesitaba “los alimentos del espíritu: música, libros, teatro”. Un día sufre un colapso y, al despertar, comienza a escuchar voces y a tener visiones. Entonces acude al doctor, quien le advierte que su mal es la inanición: “Necesitas comer, la cosa más creativa que el hombre puede hacer es comer. Tengo un gran respeto por la gula. Comer es vital —una obviedad a veces olvidada—. El arte es hambre.” El escritor comienza a ingerir carne y se obsesiona con un extraño ritual: mirar a los ojos los animales que se va a comer, cuando aún están vivos. Primero engulle las mencionadas truchas, sigue con conejos y… termina pensando en humanos.
     En otro relato titulado “La naturaleza en oposición a la gracia” (incluido en Secreciones, excreciones y desatinos), un joven vegetariano y pusilánime pierde a su novia a manos de un galán atlético. Cuando más desgraciado se siente, un vecino llega a rescatarlo; se trata de un viejo endiablado que lo ha estado observando: “Te alimentas de legumbres y verduras, ésa es la causa de tu miedo. El propio Rousseau, un vegetariano compulsivo del siglo xviii, admitía que las personas que se alimentan básicamente de legumbres y verduras se vuelven afeminadas.” El viejo se convierte en su consejero y transforma radicalmente su dieta y filosofía de la vida. “El hombre es un animal que sólo adquirió valor cuando dejó de comer raíces y otras porquerías arrancadas de la tierra y comenzó a ingerir carne roja. Dime lo que comes y te diré quién eres, hasta los cocineros lo saben. Una gacela come verduras —¿y el león? El león se come la gacela, tú tienes que decidir si quieres ser cebra o tigre.” El amante abandonado decide alimentarse con sangre de toro hasta que reúne el valor de enfrentar a su rival, y lo invita a pescar en lo alto de un peligroso peñasco.
     Lo más inquietante de las metáforas de Fonseca respecto a la comida es que, por lo general, están relacionadas con el crimen. Algunas de ellas son directas, como las arriba mencionadas. Otras lo sugieren de manera más sutil, pero no por ello menos perturbadora. En el cuento “Relato de acontecimiento” (publicado en Lúcia McCartney), un camión atropella una vaca sobre un puente en la carretera. Al notar el incidente, los lugareños se hacen de cuchillos y se disputan la carne, en una escena donde la tensión va creciendo, al grado que el lector imagina que —además de los filetes del animal— en cualquier momento puede haber también tajos de pellejo humano.
     Como ya se ha visto, el desprecio de los personajes de Fonseca por todo lo relacionado con el vegetarianismo es proverbial. Es, también, una constante declaración de principios. El protagonista de su más reciente novela (Diario de un libertino), un escritor llamado Rufus, reflexiona sobre sus apetitos durante una cena en casa de su amante: “Virna había preparado uno de aquellos banquetes naturoides —una ensalada de hojas frescas, verduras y granos cocidos al vapor, pescado guisado con aderezo de hierbas, tofu y frutas—. Ingerí aquella bazofia intragable, como lo había hecho otras veces, sin chistar, por amor. A mí lo que me gusta son las pizzas, las costillas de cerdo, el tocino, un bistec con huevo y papas fritas, filete, camarones, quesos fuertes y cosas por el estilo.”
     A pesar de la crudeza que gobierna la mayoría de sus relatos, Fonseca no se olvida del humor y la ironía. En “Once de Mayo” (perteneciente a El cobrador), unos ancianos recluidos en una especie de asilo-cárcel llevan a cabo un insólito motín en el departamento del director. Su misión inicial es exigir un trato más digno, pero en cuanto descubren el refrigerador, todo cambia. “Hay cerveza, huevos, jamón, mantequilla”, describe el narrador, un maestro de historia jubilado. “El refrigerador está lleno […] Ahora comen huevos con jamón y beben cerveza. Lo que más les gusta a los viejos es comer. Y están felices y satisfechos como si el objeto de nuestro motín fuera comer huevos con jamón. Tal vez se pueda decir esto, que el objetivo de toda revolución es más comida para todos. Pero en aquel momento estábamos sólo saqueando la nevera del director de un asilo de ancianos denominado Hogar por la hipocresía oficial.”
     Hambre, arte y crimen: una relación que en la pluma de Fonseca adquiere tintes de teoría literaria. Como él mismo explica: “El objetivo honrado de un escritor es henchir los corazones de miedo, es decir lo que no debe ser dicho, es decir lo que nadie quiere decir, es decir lo que nadie quiere oír.”
     Buen provecho. –

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Su libro más reciente es el volumen de relatos de terror Mar Negro (Almadía).


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