Para Constanza, que nació
Aun sentada al piano, a Vitola le alcanzaba la talla para que Tin Tan, de pie detrás de ella, y con gesto de quererla estrangular, no le sacara más que una cabeza de altura. “Alta, flaca actriz cómica” es como empieza la biografía en imdb.com de Fannie Kauffman (o Famie Kaufman), Vitola, enorme actriz canadiense, cubana, al cabo mexicana. Aunque cantaba, bailaba y actuaba de perlas, con frecuencia portaba el sello de “exótica”, y en pantalla eran de rigor las alusiones a su extravagancia corporal: altísima, flaquísima… rarísima.
Algo de Vitola tenemos todos, y acaso más de lo que sospechamos. La apreciación que la mayoría de los mortales tenemos de la geometría de nuestra materia corporal suele estar dominada por estereotipos autodenigrantes. Dos de ellos son de rigor: mejor ser alto que bajito, y ser gordo es el acabose. Eso creemos por consideraciones estéticas, pero sobre todo, nos dicen, de acuerdo con la ciencia médica.
Que es donde empieza a ponerse interesante el tema, porque las ciencias biomédicas no necesariamente están de acuerdo respecto de esas sentencias tan digeribles para el sentido común. Tómese la siguiente línea, que abre un artículo en la rigurosa revista médica The Lancet Oncology: “Las personas altas tienen mayor riesgo de cáncer.”
Pobre Vitola, cuya estampa resulta golpeada por partida doble. Un editorial reciente en la publicación científica mensual de la Clínica Mayo avisa que “varios estudios sugieren que pacientes obesos con insuficiencia cardiaca tienen mejor prognosis que los pacientes más delgados”. Tal es la llamada “paradoja de la obesidad”, documentada no solo en el caso de insuficiencia cardiaca sino también para enfermedades coronarias, hipertensión, diabetes tipo dos y enfermedad renal crónica.
¿Difícil de creer? Simón Barquera, director de epidemiología nutricional del Instituto Nacional de Salud Pública, en México, levanta una señal de alerta: “Estas paradojas deben revisarse con muchísimo cuidado.”
Hagámoslo, entonces. El trabajo sobre la estatura no muestra debilidades evidentes. Investigadores de la Universidad de Oxford y del Instituto Catalán de Oncología enrolaron una cohorte de casi un millón 300 mil mujeres, ninguna con cáncer previo, y las estudiaron entre 1996 y 2001. Sus resultados probaron la relación estadística (ojo: no fisiológica) entre la estatura y el riesgo relativo de sufrir uno de los casi 97 mil incidentes de cáncer que se registraron al final. Es fácil quedarse estacionado en la primera conclusión del reporte: “El riesgo relativo total para cáncer (subió 16%) por cada diez centímetros de aumento en la estatura.”
Pero a sabiendas de que el cáncer no es cosa simple, vale preguntarse si esta rareza no estará matizada por alguna otra variable relevante. Los autores examinaron esta hipótesis y concluyeron que “el estatus de fumadora modificó sustancialmente la magnitud del riesgo relativo asociado a la estatura”, de diecinueve por ciento más riesgo relativo en quienes nunca fumaron a once por ciento en fumadoras actuales.
El matiz desconcierta porque invita a pensar que el acto de fumar confiere protección contra los diecisiete tipos de cáncer examinados. Pero ojo: en el examen del “riesgo relativo” se corre el peligro de ocultar las magnitudes de los riesgos absolutos y de las influencias de las otras variables.
Los números totales importan. Apenas un veinte por ciento de las mujeres enroladas eran fumadoras durante el estudio. Empero, esa quinta parte de la cohorte padeció casi el noventa por ciento de los más de cinco mil casos registrados de cáncer de pulmón; entre las no fumadoras, que fueron aplastante mayoría, solo hubo 667 casos. En otras palabras, cualquier ventaja de las bajitas respecto de las altas queda aplastada por la ceniza del cigarro. Bastaba con que Vitola no fumara.
Pero a Vitola, ahora por flaca y no por alta, le podría ir fatal en caso de un episodio cardiaco indeseable. Varios estudios documentan el sorprendente hecho de que, aunque hay “una asociación positiva entre el índice de masa corporal y la mortalidad”, consistentemente se reportan también asociaciones negativas entre pacientes con padecimientos cardiacos, según un artículo en la revista Mayo Clinic Proceedings de febrero de 2010.
Lo positivo o negativo de esas asociaciones estadísticas significa que dos o más variables “se mueven” en igual sentido, o en el opuesto. En el caso de mortalidad general, a mayor gordura más riesgo: nada nuevo bajo el sol. Pero lo paradójico es que otros estudios, que analizan específicamente las posibilidades de sobrevivir cuando se padecen ciertas condiciones cardiovasculares, muestran consistentemente que “tener sobrepeso podría ser más saludable que tener un peso normal o bajo”, según el editorial de la misma revista.
Si es así, la paradoja de la obesidad podría despertar la creatividad de quienes diseñan políticas públicas, empezando tal vez por el parámetro empleado para clasificar como de peso normal, excedido u obeso a cada individuo. Es el llamado Índice de Masa Corporal (BMI), que equivale a untar a la persona, cual paté, en un cuadrado cuyo lado es su estatura. Funciona, pero no muy bien. Una corriente de pensamiento científico propone cambiar el BMI por la circunferencia de la cintura, el cociente entre cintura y caderas o el porcentaje de grasa corporal. Considerando que el efecto paradójico solo se manifestó en el rango en que el BMI marca la transición de normal a obeso, otra medida de adiposidad podría eliminar la paradoja.
Pero acaso la osadía sea otra: cambiar el foco de la “epidemia de obesidad” a la “epidemia de ineptitud física”, igual de prevalente pero mayormente ignorada. Inquirido al respecto, Barquera protestó: “La industria ha tratado de convencernos de que comamos lo que sea y que combatamos la obesidad simplemente haciendo ejercicio.” Y aliña con cifras su oposición: “Un refresco de 600 ml tiene hasta 150% del azúcar que un adulto necesita en un día completo y más de un cuarto de las calorías.” Como además se presentan “hasta cinco oportunidades de comer” en las escasas horas de asistencia a la escuela, las calorías caen a chubascos.
Lo cual argumentaría en contra de desatender la obesidad, pero no en contra de crear, simultáneamente, oportunidades e incentivos para el acondicionamiento físico de toda la población, en todas las edades. ¿No conviene a los gobiernos y a los ciudadanos que cada cual tenga cómo tratar de moldear su propia vitola?
Fannie Kauffman murió a los 84 años de causas naturales. ~