El futuro está lleno de pasado

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En 1814 un hombre –que se ha construido un prestigio nada desdeñable a base de una descripción matemática del mundo, en la que deja fuera toda intervención divina– publica una obra para dejar constancia de su particular fe: Ensayo filosófico sobre las probabilidades, un elogio a la predictibilidad. “Una inteligencia que en un momento de- terminado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente vasta como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos.”

En ese mismo año, hace exactamente un par de siglos, dos hombres –nacidos con una diferencia de un año, un mes y veinte días, bibliófilos y bibliotecarios, hermanos– publican el segundo volumen de su Cuentos infantiles y del hogar, su propia teoría para explicar de qué manera el pasado es la sustancia del presente, cómo el futuro está hecho con las palabras que ya se han dicho. “Se abre ante nosotros un mundo de magia, un mundo que todavía existe entre nosotros en bosques secretos, en grutas subterráneas, y en la profundidad de los mares, y que todavía es visible para los niños. [Los cuentos de hadas] pertenecen a nuestro acervo poético nacional, pues puede demostrarse que han existido en el pueblo durante varios siglos.”

El primer sujeto se llama Pierre-Simon Laplace, quien nace en una familia de campesinos normandos en Francia, entonces el imán cultural más potente de Europa debido en buena parte al prestigio de sus filósofos naturales y sus matemáticos. Laplace llega a París antes de cumplir los veinte años de edad y se interesa en la matemática aplicada al estudio de la sociedad. Lee, escribe, vuelve a leer: organiza varios trabajos con los que presenta a Newton al gran público francés; con excesos retóricos, pero sin escatimar en precisión, afina sus artes divulgativas, describe el mundo que lo rodea a partir de sus fenómenos: movimientos planetarios, capilaridad, elasticidad, calor, electricidad, magnetismo, óptica. Quizá su mayor fama la al- canza justo en 1814 cuando publica su Ensayo filosófico sobre las probabilidades, donde explica que así como suceden las cosas en la tierra, de igual forma deben pasar en el cielo; que determinismo y predictibilidad son sinónimos, que todo el devenir del universo es posible predecirlo porque existen leyes incorruptibles que lo rigen todo, hasta “la curva descrita por el leve átomo que los vientos parecen arrastrar al azar”.

Los dos sujetos se llaman Jacob y Wilhelm Grimm, y prácticamente nunca serán nombrados en solitario, sino que a partir de su juventud habrán de aparecer inexorablemente juntos (en retratos y textos), o transformados en una nueva entidad que no es exactamente la suma de los dos: los hermanos Grimm. Arropados por una familia burguesa alemana, seducidos por la intuición de que el estudio histórico de la lengua podía enriquecerse con la revisión sistemática de los cuentos de hadas, los hermanos Grimm reflexionan en torno a la psicología individual y colectiva y al desarrollo de las naciones a partir de la “metafísica de la palabra”, convencidos de que las palabras son poemas fósiles. Así rastrean el origen del presente en los relatos que condensan la tradición oral, y auxilian a que el pasado construya nuestro futuro. Justo cuando los bosques y campos de Europa comienzan a despoblarse a causa de la fascinación que provocan los núcleos urbanos, los Grimm viajan por innombrables pueblos para recoger las historias que han educado a sus habitantes, lustran las versiones originales y nos entregan un estilizado manual para que recordemos qué tipo de padres, hijos o abuelos hemos sido, dónde y por qué hemos sentido miedo: “Hansel y Gretel”, “Caperucita roja”, “La Cenicienta”, “Blancanieves” contienen las reglas de comportamiento que habremos de seguir en las ciudades del futuro.

Desde hace doscientos años Laplace y los Grimm nos plantean nuevas preguntas sobre los efectos y las causas, sobre el azar, la imaginación y la infancia del lenguaje, sobre lo que es posible y lo que es probable. ~

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(Guadalajara, 1977) Escribe regularmente en la Jornada Jalisco y es autor de Científicos en el ring (Siglo XXI) y Almanaque.


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