El gozo de la mirada estoica

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

Las diez mil cosas, el reciente libro de poemas de Eduardo Hurtado (nacido en 1950 en la ciudad de México), tiene cuatro apartados o secciones: “El huésped desconocido”, “Como un agua que corre”, “Última fe” y “Reescrituras”. Comienza con un epígrafe que nos informa de modo telegráfico que los chinos llaman al mundo “las diez mil cosas” y termina con reelaboraciones o reescrituras de autores del Lejano Oriente (Shinkichi Takahashi, Li Po) y de ese Occidente más o menos excéntrico que es el Portugal de Fernando Pessoa. En la geografía externa del libro, empero, tienen más importancia la ciudad de Campeche y la capital mexicana; la geografía interior es muy diferente pero tiene con aquélla lazos que se anudan estrechamente.
     Libro breve y compacto, no recoge en sus páginas, desde luego, diez mil cosas, motivos, imágenes o poemas; pero a la luz de su minúsculo epígrafe informativo y chino nos vemos orillados a pensar que su tema no es otro que el mundo, y que en sus páginas se encierra, en cifra o por alusión, lo que puede llamarse una poética visión “microcósmica”. Un microcosmos, cualquiera que se nos ocurra, tiene o debería tener las características ya mencionadas de este libro: brevedad, compacidad. El sintagma titular, entonces, lo emparienta con obras venerables de la tradición clásica como el poema cosmogónico De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio, o la Teogonía de Hesíodo, por un lado, y con la tradición literaria y filosófica “microcósmica” estudiada, con su sabiduría habitual, por Francisco Rico en El pequeño mundo del hombre, por el otro. Lo emparienta, digo; no que esas obras sean por fuerza algún tipo de “fuentes” de los poemas de Eduardo Hurtado.
     Los epígrafes de las secciones son de procedencia diversa: Roberto Calasso, Gonzalo Rojas, Eugenio Montejo, Hsueh Feng, Roberto Juarroz, Gilles Deleuze, Luis Cardoza y Aragón. Es decir, cuatro poetas latinoamericanos, dos ensayistas europeos y otro nombre de poeta chino. Al principio del libro, en el tercer poema (“La muerte de mi padre”, páginas 20 a 23), hay un ensayo poético a partir del célebre canto elegíaco de Jorge Manrique —anunciado por el epígrafe—, y una glosa personal de esa pieza del canon español de fines del siglo xv, explícita en los últimos cuatro versos: “llevo el alma despierta / y los sesos atentos / a los embates épicos del mar, / al río de la vida”. Ese llevar el propio espíritu atento y despierto es efecto de la muerte del padre (el “dechado”) del poeta. A ese poema-elegía lo preceden y lo siguen composiciones sobre cosas y objetos, acerca del ámbito familiar y amistoso, en torno a las “imperfecciones del amor”. En menos de cincuenta páginas, el libro de Hurtado hace calas y exploraciones en los grandes temas del corazón y del universo; no es el menor de sus méritos esa visión abarcadora, pero la empresa resulta aún más atractiva por el tono, como en sordina, con el que el autor los aborda. La correspondencia ha sido buscada y conseguida por el poeta: no hay disparidad entre la amplitud de los temas y las modulaciones formales —en las que aparecen continuamente versos clásicos bien medidos— con las que Hurtado va tocando aquéllos.
     La aparición de Las diez mil cosas está muy cerca en el tiempo de la publicación en 2001 de la obra reunida de Hurtado con el sello de la Universidad Nacional, titulada Sol de nadie (poemas de 1973 a 1997), y de un libro de ensayos, Este decir y no decir, que Aldus dio a conocer en 2003. En ese marco, el nuevo libro hurtadiano parece inaugurar una nueva etapa en el trabajo de este poeta: poco después de una compilación o corte de caja como Sol de nadie y el mismo año en el que Hurtado nos ofreció algunas de sus ideas en un puñado de ensayos diáfanos. En Canadá, además, se publicará este 2005 una antología que lleva el título de Bajo esta luz y aquí, con el sello de Écrits des Forges.
     La poesía microcósmica y neoclásica de Hurtado está como esmaltada por los acentos de un oído muy fino y una mirada sabia y estoica. La multitud de los objetos no lo desconcierta ni lo aturde; podría identificarse, conjeturo, con estas palabras del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade: “Las cosas de mi mundo […] viven, palpitan y nos ayudan a comprender la vida” (en Mi vida en poemas). El paso de la primera persona del singular a la primera del plural en esta declaración tiende un puente con los demás: con el mundo; es la vía de acceso a las presencias, grávidas de significaciones, que el poeta desentraña, descodifica y recrea en sus poemas. Las diez mil cosas concierta la construcción sentimental de esa comunicación mundana con un sabor al mismo tiempo mexicano —Hurtado es un lector atento y cuidadoso de su tradición distante y próxima— y personal; de ahí surge, como de un generoso venero, la originalidad de sus textos, de cada uno de sus versos, de sus imágenes, sus evocaciones y su meditativa nostalgia. Todo lo demás es literatura. Gracias a libros como éste la noción de “poesía lírica” se renueva y afirma. –

+ posts

(Ciudad de México, 1949-2022) fue poeta, editor, ensayista y traductor.


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: