Quinielas

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Con una notable falta de profesionalismo y de piedad cristiana, y demostrando una galopante incorrección política, en las redacciones de periódicos y revistas circulan ya las quinielas sobre la fecha exacta de la muerte de Fidel Castro.

Una amiga, extraordinaria y acelerada periodista, ya lo mató. Y todo indica que falló: al parecer, Fidel sobrevivió a los festejos de la Noche Vieja y a las desagradables y ultrametafóricas operaciones a que fue sometido. Otra chica guapa, hija de quienes alguna vez abrazaron el sueño revolucionario, dijo que Castro morirá el mismísimo 26 de julio. El azar tal vez le depare ese regalo a la comandancia, pero es más verosímil pensar que Fidel decida morir en esa fecha precisa, consciente como es (viejo lobo de mar al fin y al cabo) de la importancia de los golpes simbólicos en esto de morirse o hacer revoluciones. Otro dijo que entre mayo y junio (y yo pensé, con vértigo metafísico: pero si no hay nada entre mayo y junio). Haciendo un cálculo de buen cubero,vaticiné: 2 de febrero. Alguien más reflexionó: Su muerte rebasa los ámbitos del calendario; se trata de jugar con la especulación de los demás, de jugar con el juego y reírse al último y mejor. Su desaparición es un hecho y la transición, sedosísima pero irreversible, también: sucede ahora frente a nuestras narices… ¿Acaso nadie puede ver que Castro ya comenzó a construir su afamada absolución histórica?

Puede ser. Cuando capturaron al Che, éste dijo en un arranque de cobarde lucidez: valgo más vivo que muerto. Pero se equivocó. Fidel no piensa equivocarse. A estas alturas, sabe que no vale más ni vivo ni muerto, sino más, muchísimo más agonizando.

– Julio Trujillo

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