El cine y el arte del embalsamamiento. Las imágenes forman parte ya de la historia del siglo XX: Porfirio Díaz baja a caballo, seguido de su guardia, por la rampa del Castillo de Chapultepec, sin ver una sola vez a la cámara de Gabriel Veyre, el cinematographe que tiene apenas unas semanas en México; Adolfo Hitler desciende del avión entre acordes wagnerianos antes de iniciar el paseo por Nuremberg, que la cineasta Leni Riefenstahl ha planeado con tanto detalle como todo el resto del congreso del partido nazi; el papa Pío XII, todo blancura, bendice en los jardines del Vaticano a una pequeña tras recibir la primera comunión en el documental Pastor angelicus, que él mismo ha encargado en plena Segunda Guerra. Y los ejemplos se multiplican en la impasibilidad de los jerarcas del Kremlin, la socarrona V victoriosa de Churchill, la fotogenia de John F. Kennedy hasta en su muerte, y decenas de etcéteras. Porfirio Díaz fue el primer autócrata enamorado del cine y de sus posibilidades: pragmático como siempre, adivinó lo que otros entendieron también: ahí estaba el desafío al tiempo que no lograron los faraones, la momificación perfecta, el registro de cadagesto, invariablemente solemne, encarnación de la autoridad indisputada. Los efectos podían ser avasallantes: en la ranchería perdida en medio del desierto, llegarían los "cinematografistas" para mostrar sus "vistas"; y en el corral, ya de noche, los peones y caporales se instalaban frente a la sábana, y entre el mugido de las vacas brotaría, de la noche, el mismísimo don Porfirio que les saludaría. Sólo se le podría igualar con las apariciones marianas, tan escasas.
El cine es cruel y demandante con los poderosos. Teddy Roosevelt apareció siempre en pantalla como un médico de feria; los poderosos no querían eso y la actuación cinematográfica de los políticos se debía afinar (una delas razones ocultas de la elección deWoodrow Wilson pudo haber sido ya su ascética fotogenia natural). Y es que en esos años tan tempranos ya habían aparecido los ídolos naturales: cotéjese en el mismo panning de Salvador Toscano a Francisco Villa, Eulalio Gutiérrez, Emiliano Zapata y José Vasconcelosdesayunando. A todos les incomoda la presencia de la cámara; en Zapata hay casi el temor atávico a ser despojado de algo íntimo si se le retrata… A todos, menos a Villa, el caudillo que naciópara el cine. Las anécdotas sobre suentusiasmo con el cine son infinitas, ya sea su pacto con la Mutual y Raoul Walsh para filmar su vida en plena revolución, esperar a que el sol estuviera a la altura adecuada para que se filmaran los fusilamientos y tomar varias
veces la misma ciudad hasta que la toma quedara bien, o hacer una última película, Epopeya, ya en su retiro, para el director español Francisco Elías.
Vladimir Ilich Ulianov era un asiduo cinéfilo en Zurich, pero, con una mentalidad más empresarial que artística, se mantuvo lejos de los reflectores, aunque mandó al Soviet a filmar ("El cine es el arte más importante") con los prodigiosos resultados que todos agradecemos. A decir
verdad, los gobernantes soviéticos tenían razones físicas obvias para no dejarse filmar, dada la triste experiencia de León Trotski actuando en My Official Wife para la Vitagraph en Nueva York. Stalin aliviaba las tensiones de tanto juicio sumario, exilios siberianos y ejecuciones en masa viendo comedias musicales de la Warner Bros y, de hecho, encargando la filmación de versiones proletarias igualmente festivas o de aventuras de un perro policía, Julbars, que debía ser la réplica izquierdista a Rin Tin Tin.
Con Hitler terminó la primera generación de dictadores fascinados con el cine de manera ingenua: su megalomanía y su narcisismo eran fuerzas incontenibles de su delirio escenográfico: la actriz y directora Leni Riefenstahl fue su Albert Speer cinematográfico, ladiseñadora minuciosa de la grandeza nazi, al menos en el celuloide, aunque arañar un poco en la producción nazi revela sus entusiasmos íntimos, muy semejantes a los de cualquier magnate de Hollywood o, para el caso, Stalin: comedias de enredos sexuales (Victor und Victoria), cine fantástico pletórico de valkirias desnudas (Las aventuras delbarón de Munchhausen) o de exaltación histórica (El corazón inmortal, sobre elinventor del reloj de bolsillo). Con las muertes de Hitler y Mussolini, cuyo hijo Vittorio fue una fuente inagotable de actricitas para Cinecittá, desaparecieron los caudillos cinéfilos de primera cepa, pero no los afanes faraónicos, según las posibilidades financieras de cada país: Kim Song Il, hijo del presidente de Corea del Norte, es un angustiado amante del cine y ha intentado todo para que en su país se haga siquiera una película decente; escribió el libro El arte cinematográfico ("El actor es un artista que sirve al Partido y a la revolución con la maravillosa creación de nuevos tipos de hombres") y, de plano, hace cuatro años mandó secuestrar al mejor director de Corea del Sur para que le levantara el negocio. El resultado fue un enredodiplomático digno de llevarse a la pantalla (aunque el intérprete ideal, Peter Sellers, ya no está con nosotros). Finalmente, en México el gobierno de Luis Echeverría (1970-1976) impuso al cine una medicina de cuyo trauma no se ha podido recuperar en los albores del nuevo siglo: aplicando la lógica de que si una industria enfrenta una gravecrisis de imagen las legiones de licenciados gubernamentales tienen la solución, desplazó a quienes durante décadas había hecho y deshecho al cine,para bien y para mal, para que elgobierno hiciera y deshiciera, para muy poco bien (la continuidad laboral de unos cuantos cineastas) y mucho mal (una larga cadena de cintas prescindibles, que no han soportado el paso del tiempo, el deterioro de la exhibición hasta la venta de las salas cinematográficas y la desaparición del cine comoespectáculo popular). Pero dio ocasión para que, en aquellos años, el presidente dictara cátedra en toda ocasión ("Un cine que miente es un cine que embrutece", en su gira a Chile en 1972, sin que viniera a cuento). Ah, el poder político, esa fábrica de sueños. –