En gustos se rompen géneros

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Señor director:
     De los intelectuales que conozco (entiéndase cualquiera con carrera universitaria) ninguno ha tenido el tino de decir que le gusta el típico estilo decorativo de las casas mexicanas —o colombianas, o cubanas de exilio como las del Portafolios que publicaron (Letras Libres No. 47, noviembre 2002). La mayoría despacha con frases como la de [José Manuel] Prieto: “el delirante mal gusto criollo” o, los más considerados, con “el dudoso gusto de empapelar las paredes con fotos”. Lo más lindo es que casi todas las casas de estos intelectuales, o las de sus mamás, están decoradas en mayor o menor medida con este “delirante mal gusto”: los mantelitos de gancho sobre la tv, los recuerditos de bodas y bautizos, el primer regalo de 10 de mayo que hizo el niño en la escuela, los elefantitos, budas, cristos y agregue lo que usted tenga en su casa a la lista. Entiendo que la intención de Prieto no era hablar de estética, pero me sorprende este simplismo —por no decir malinchismo— con que se condena el estilo con que decoramos nuestras casas. Tal vez sea necesario usar criterios diferentes a los que les enseñan en las universidades a diseñadores y arquitectos para realizar la crítica. Tal vez sea necesario ir más allá de “lo visual” para incluir “lo sentimental” pues, a mi parecer, aquí radica la diferencia: los elefantitos fueron un regalo, los muebles de rattan eran el sueño de la esposa, mientras que el cromo de la Virgen o el piso verde de vinil fueron decisión del marido, etcétera. Habría que hacer un estudio serio, después de analizar nuestros prejuicios intelectualoides. ~

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Sus libros más recientes son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013), Indio borrado (Tusquets, 2014) y Okigbo vs. las transnacionales y otras historias de protesta.


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