Conocido como un “…hombre de tertulias y sobremesa, un profesor tan claro como ameno, un historiador convencido de que la historia no tiene que ser de difícil acceso…” –al decir de Jean Meyer –, Luis González y González es hoy en día una de las referencias obligadas de la historiografía contemporánea mexicana. Su heterodoxia le ha valido más de una discusión, tanto con “los decires de los mayores” como con sus contemporáneos, y no se diga con los miembros de generaciones posteriores. Abrevador, en sus inicios, de las dos versiones del saber histórico mexicano: la nacionalista conservadora y la concepción cristiana, menos tardó en abandonar el mote de “camarada” que en convertirse en asiduo visitador de bibliotecas especializadas en literatura, filosofía y ciencias sociales, “excepción hecha de la economía”, como él mismo declaró. Vivió allá cuando París era una fiesta y Europa un “paseo de varias pistas”. De regreso a México, se convirtió en amigo y apoyo de Daniel Cosío Villegas, en la monumental Historia Moderna de México y junto con Stanley Ross elaboró las imprescindibles Fuentes de la historia contemporánea de México, a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta.
“…Más amante de su terruño, más solitario, conservador y tímido que el promedio de los hombres…”, don Luis revaloró la llamada “microhistoria” para la academia a partir de la aparición de Pueblo en vilo. Luis González y González se convirtió en el reivindicador de un quehacer histórico de cuño propio:
La microhistoria, tan ligada a la existencia íntima del hombre, tan placentera, tan aportadora de materia prima semielaborada para las ciencias del hombre, tan malquerida por los pedantes y tan del gusto de los humildes, me inclinaba a ser microhistoriador de tiempo completo…
La heterodoxia no sólo lo ha sacado de San José de Gracia, sino que lo ha metido en los puntos centrales de la discusión histórica mexicana contemporánea. Su visión sobre Los días del presidente Cárdenas, su ortegaygassetiana Ronda de las generaciones, pero sobre todo su Oficio de historiar lo han ubicado como un gran maestro del quehacer de “…las historias contadas y las historias vividas”.
La trayectoria de Luis González y González revela una visión antisolemne, cercana, pero particularmente rigurosa y profunda de la historia mexicana. Apelando a una claridad de pensamiento “…que no olvida nunca que la mitad negativa de la historia de una nación es una historia de odios…” (Meyer nuevamente), decidimos conversar con don Luis González y González sobre la violencia en la historia de México. – —Ricardo Pérez Montfort
Ricardo Pérez Montfort: ¿Cuál es el balance que usted hace de la violencia mexicana?
Contra la opinión generalizada, México ha tenido avances sólo cuando está en paz, cuando hay violencia más o menos generalizada, o guerras, todo se detiene. Incluso los cambios revolucionarios se dan en épocas pacíficas.
El arte barroco mexicano, reconocido universalmente, se dio en un siglo extraordinariamente pacífico, el siglo XVII, cuyo único problema se daba en las fronteras del país en su crecimiento hacia el norte.
RPM: En términos historiográficos tradicionales, la Conquista es un momento de enorme violencia, sin embargo usted tiene un planteamiento bastante alternativo.
En relación con la Conquista se confunden varias cosas: la Conquista es, por una parte, hacerse del poder de las antiguas etnias; por otra parte, establecer población española acá y, por otra, el cambiar las creencias básicas en la población.
Hernán Cortés obviamente tuvo resistencia por parte del imperio mexica, pero en cambio todos los pueblos que en general habían sido sojuzgados o eran tributarios (como se dice ahora para no ofender tanto a los sojuzgados), desde el principio se mostraron en favor de Cortés. Cortés pudo apoderarse de la Ciudad de México gracias a los indios aliados. En otras partes no hubo resistencia; por ejemplo, en Michoacán, donde estaba el imperio tarasco, cuando Cristóbal de Olid fue enviado para que requiriera a los indígenas que se declararan súbditos del rey de España, y ellos, a través de Cazonzi, aceptaron al descubrir que los españoles venían en son de paz. La única resistencia que encontraron aquí en Michoacán fue la de las mujeres de Cazonzi cuando los españoles se metieron al Palacio Real. Después pasó Nuño de Guzmán para llevarse a la fuerza a los indios y pelear hacia el occidente. Entonces hubo un poco más de resistencia, pero tampoco violencia en grande. Es decir, la conquista militar no es un término demasiado fidedigno. Un millar de hombres, entre los que llegaron con Cortés y los que se le unieron en la expedición de Pánfilo de Narváez, no hubiera podido nunca triunfar si la resistencia hubiese sido generalizada. En un segundo momento, la Corona española envía funcionarios a controlar los territorios conquistados. Ahí tampoco hay mayor violencia. Luego viene el tercer elemento, los frailes que en poco tiempo consiguen el cambio de religión de los indios, algo que ellos mismos consideraban el mayor milagro de cuantos ha habido. Aprendieron rápidamente las lenguas de las etnias a donde fueron a trabajar y convencieron de las nuevas creencias a la mayor parte de la población. Una investigación reciente demuestra que las religiones de Mesoamérica eran inclusivas; es decir, que el incorporar nuevas creencias no era malo, sino al contrario, un enriquecimiento. Por ejemplo, la cosmogonía y la religión aztecas eran una acumulación de lo que habían pensado los pueblos anteriores. En fin, había esa tendencia a la incorporación de creencias ajenas, no eran para nada culturas exclusivas, por ello la facilidad con que aceptaron las enseñanzas misioneras. Motolinía cuenta cómo acudían en masa al bautismo.
Ricardo Cayuela Gally: ¿Y la leyenda negra de Fray Bartolomé de las Casas? La violencia en las encomiendas, la violencia en la reconstrucción de la Ciudad de México…
En la época de Felipe II se promulga una ley importante sobre las encomiendas. Por supuesto, dentro de esa disposición se decía que no podían utilizar como mano de obra a los encomendados, pero eso se rompió, los colonos explotaban lo más que podían. Con respecto a Fray Bartolomé de las Casas, obviamente fue un misionero cristiano que estaba preocupado por lo que había pasado sobre todo en Las Antillas, donde desapareció la población indígena. Además, él insistía mucho en la explotación. Las Casas nació para hacer el papel de crítico dentro de la acción de España en América y lo hizo muy bien.
RPM: ¿Y en las misiones del norte?
Hubo más resistencia en los grupos nómadas, resistencia por una parte al gobierno y resistencia por otra parte a la evangelización, pero si se quiere hablar de la sangre que costó la evangelización, en todo caso aportó mayor cantidad de sangre España: murieron más misioneros que indígenas.
RPM: ¿Y el detonador de los procesos violentos de la Independencia?
En la independencia se venía pensando desde finales del siglo XVIII, incluso algunos de los gobernantes españoles eran partidarios de que se separara en gobiernos distintos lo de América de lo de España.
En México había un gran temor a la defensa de ciertas ideas que provenían de la Revolución Francesa. Los sacerdotes que iniciaron la revuelta no buscaban tanto la independencia en México, como evitar caer en manos de los revolucionarios franceses. Hidalgo no habló nunca de independencia nacional. Su lucha era a favor de la religión católica y el rey legítimo de España.
Como siempre sucede en los movimientos armados, hubo gente que se levantó para sacar algún provecho particular. Aquí en Michoacán, Castellanos, el cura de Sahuayo, se levantó porque tenía unos pendientes con la Hacienda de Guaracha, que de forma sutil empezó a extenderse a costa de los terrenos particulares y de las comunidades. Él era dueño de algunos de estos terrenos a la orilla del lago de Chapala, y se levantó aprovechando el levantamiento de Hidalgo y Morelos. Para él la guerra se trataba de que la Guaracha le devolviera los terrenos que le había robado. Su primer acto de violencia fue ir a buscar al dueño de la hacienda y, al no encontrarlo, matar a todos sus hijos.
El primero que tuvo la idea de la independencia, con un Congreso y una Constitución propias, fue Morelos. El virrey Calleja, encargado de luchar contra Morelos, lo veía más como un eventual competidor en el gobierno del nuevo país, en lo que casi todos coincidían. Pero es cierto que en la historia de México hay una serie de cosas que no se han analizado.
RCG: Esto explicaría la traición de Iturbide.
Existe un estudio sobre cuál fue la reacción ante la independencia proclamada por Iturbide; se descubrió que todos los grupos se manifestaron partidarios, enamorados de ese movimiento. La entrada a la capital fue un día de regocijo nacional. Iturbide dijo: “esta nación nació para dar la ley al mundo todo”. Por varias razones consideraba que era un país que estaba especialmente dotado para ser dominante y no dominado. Sin embargo, el afán protagónico de Iturbide lo hizo dejarse seducir por los partidarios de fundar un imperio mexicano con él a la cabeza. Esa ruptura del consenso entre los distintos grupos que habían pactado la independencia es lo que produce las guerras fratricidas. Un hecho curioso fue parte del fin de Iturbide: después de abdicar y abandonar el país se promulgó una ley que lo condenaba a muerte si regresaba. Él la ignora y decide regresar, con las fatales consecuencias que conocemos, pero con el detalle de prócer delirante de exigir ser él mismo, como autoridad superior del ejército, quien diera la orden de fuego al pelotón de fusilamiento encargado de su ejecución.
RCG: Pero entonces, ¿cómo explica el apoyo popular a la Revolución Mexicana?
Yo organicé, con Friedrich Katz y Guillermo Bonfil, entonces ligado al INAH, un concurso titulado “Mi pueblo durante la Revolución” para que se viera el gran cariño que tenía el mexicano a su Revolución.
Se presentaron cerca de 30 mil trabajos. Seleccionamos en buena medida lo que era menos ofensivo en contra del gobierno y, de todas formas, si ustedes leen los libros que se editaron con los trabajos escogidos verán que el pueblo sólo habla de los horrores, de las pobrezas, de los crímenes. Aquí, en San José de Gracia, se organizó un pequeño ejército local para defenderse de los revolucionarios. Dos de las estatuas que hay en la Plaza son de jefes antirrevolucionarios. Para la gente del pueblo era lo mismo que fueran zapatistas, villistas o carrancistas. Por cierto, estos últimos lograron inspirar un odio enorme entre la población.
RPM: ¿Pero no hubo nadie del pueblo que se levantara con la Revolución?
En este pueblo sólo se levantó Chávez García, El Borrego, junto con tres o cuatro gentes más y anduvo robando por las rancherías. Si usted hace una encuesta le dirán las gentes que todavía se acuerdan de esto que “Madero era otra cosa”, pero los demás no gozan de ninguna simpatía de la gente común y corriente que vivió esos años. Otra cuestión es la historia oficial sobre el movimiento armado.
RPM: La Revolución creó un caos tan grande que no se sabe bien a bien quién fue bandido y quién revolucionario.
Exacto. Aquí había unos bandoleros en una barranca que está rumbo a Sahuayo que se hicieron pasar por revolucionarios. Uno de ellos llegó después a ser diputado, todavía más: le hicieron un monumento, pero como era tan odiado, todos los días la gente del pueblo le vaciaba sus bacinicas.
RCG: ¿Y la rebelión cristera?
Como en todos los movimientos armados, aquí en México ha habido distintos actores: algunos se levantaron no más a ver qué conseguían; otros se levantaron con el propósito de tomar el poder, pero aquí la gran mayoría lo hizo por un genuino sentimiento religioso. Calles creía que lo que iba a levantar a este país era tener una organización como la de los Estados Unidos, con una religión como la protestante. Además, Calles era hijo de cura, por lo que les tenía un odio particular. El hecho histórico es que sí hubo persecución en contra del clero y en contra de algunas costumbres de la gente. Otra cosa que hizo que explotara el movimiento con mayor violencia fue la forma en que se le reprimió. En este pueblo se levantaron cuarenta personas, y la reacción de las autoridades federales fue mandar al general Aguirre con la orden de quemar el pueblo y después echar ceniza para que desapareciera del mapa. Aguirre ordenó que toda la gente saliera en un plazo de 24 horas del pueblo, y le prendió fuego.
Otra cosa curiosa de explicar es que la gran mayoría del clero alto estaba en contra de la Cristiada, ya que es muy difícil conseguir que el Papa declare una guerra justa, porque una guerra contradice el mandamiento cristiano de “no matarás”. Eso influyó para que mucha gente no se levantara en otras partes de la República. Pero en esta zona, la gente sobrepasó a los curas. El cura de San José de Gracia se metió a la Cristiada para convencer a su feligresía de no pelear y lo rebasaron los acontecimientos. Por cierto, en la Plaza tiene su estatua junto a la del general Aguirre.
RCG: ¿Cuál fue el secreto de Cárdenas para pacificar al país?
Cárdenas tenía la tradición de una zona rural, él sabía cómo la gente más bien tendía a ser pacífica.
Cárdenas entró a la Revolución por accidente, no por su voluntad: sucede que él y otros dos muchachos eran dueños de una pequeña imprenta en Jiquilpan que les había vendido un italiano. En 1913, cuando entraron los revolucionarios en ese pueblo michoacano, buscaron una imprenta para que les hiciera un manifiesto. Los muchachos, intimidados, así proceden e imprimen el manifiesto que les pidió el general. Al día siguiente van a entregar su trabajo y descubren, con alarma, que el general revolucionario había huido porque el gobierno central cayó en manos de Huerta, y quien estaba a cargo de la comandancia ya no era un revolucionario sino un miembro del ejército federal. A los jóvenes no les quedó más remedio que escapar, antes de que los llamaran a juicio por haber colaborado con la Revolución. Ésa es la entrada de Cárdenas en la Revolución. Cárdenas tenía un tío en Tierra Caliente, que se encargaba de administrar un rancho, y su mamá le dijo que se fuera para allá y ahí es donde decide enrolarse con un grupo revolucionario, que era por cierto zapatista.
El general García Aragón, que era el que comandaba ese grupo, lo nombró su secretario, y, para que lo respetara la tropa, lo hizo coronel. Después el general Cárdenas regresó a Jiquilpan y alguien lo acusó ante las autoridades de haber andado en la Revolución y lo metieron a la cárcel. Al salir de la cárcel no le quedó más remedio que volver a la Revolución, y se fue rumbo a Guadalajara. Después entra al servicio de Calles.
En una conferencia que di en el Centro de Estudios de la Revolución Mexicana, dije que Cárdenas no tenía nada de general, que le habían dado estos títulos, pero que a él nunca le había gustado pelear. Esto no lo digo en sentido peyorativo, sino al contrario. Un ejemplo: Cárdenas tenía la obligación de pelear contra los cristeros, pero sucede que procuraba avisarles cuándo y dónde iba a hacer una incursión para que se retiraran. Por ello, cuando llega al poder puede arreglar el asunto cristero por la vía pacífica. Él fue pacifista, tolerante, y no tenía nada en contra de los sentimientos religiosos. Por otro lado, era partidario de las tradiciones y de la familia.
RPM: Y usted cree que esas características personales las lleva a su gobierno.
Lo cierto es que su gobierno fue muy pragmático. El general Cárdenas no gobernó con tal o cual idea, sino que fue adaptándose según las circunstancias. Al principio siguió el diseño que le había trazado el general Calles. Después logró deshacerse de él, y siguió una política agrarista basada en la tradición del siglo XVI de dotar de tierras a los pueblos y comunidades agrarias y después siguió un proyecto nacionalista. Tuvo que nacionalizar el petróleo casi a la fuerza porque se pusieron verdaderamente insolentes las compañías petroleras.
Por otra parte, se da cuenta que viene la Segunda Guerra Mundial y aprovecha el momento para iniciar el proceso de industrialización del país.
La historia de México está dedicada a consagrar asesinos, militares matones, soldados y gente que causó daño. Nuestro país, y la idea que se tiene de su historia, sería menos violento si en lugar de estos “héroes” de bronce recordáramos a los grandes pensadores y humanistas que ha dado. –
(ciudad de México, 1969) ensayista.