Espejito, espejito

AÑADIR A FAVORITOS
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Pocas cosas hay en la vida como la humillación pública. Hasta hace poco, el único recurso que tenía el exhibicionista común era tratar de aparecer en algún programa de televisión que le permitiera hacer gala de su nimiedad intelectual o su desfachatez corporal. Pero el acceso a la televisión es más difícil y exclusivo que conseguir una audiencia con la familia real. Hay que pasar por decenas de filtros y llenar una infinidad de formatos de suscripción, todo para que, finalmente, escojan a alguien con mejor sonrisa. Ahora, gracias al avance vertiginoso de la tecnología, el exhibicionista tiene una salida menos costosa y mucho más directa. La solución es internet, que se ha convertido, desde hace ya varios años, en refugio para cualquier tipo de pecadores y virtuosos.
     En octubre del año pasado, dos amigos californianos, ambos recién despedidos tras la crisis de los punto com, decidieron crear, en una noche de cerveza, un sitio especialmente diseñado para facilitar la degradación de los cibernautas. El sitio, bautizado como amihot.com —Am I hot?—, está armado sobre una premisa simple: el usuario envía una foto de sí mismo (aunque se ha sabido de diversos fraudes), llena un formulario biográfico que facilita la deshonra y paga una suma quizá moderada (veinte dólares anuales). Una vez concluido el proceso, el servicio le da al cliente una página en la que puede observar cómo los demás miembros del sitio califican su apariencia. La escala es, predeciblemente, del uno al diez.
     Al principio, según confesión de uno de los inventores, el asunto fue pensado "como una broma". Mala cosa es catalogar la vanidad humana como material humorístico. Al poco tiempo de fundado, el sitio recibió una avalancha de fotografías de usuarios dispuestos a ser calificados en el amplio mundo del anonimato cibernético. En los primeros dos meses de vida, amihot recibió noventa mil fotografías. Más de cuatro mil nuevas imágenes llegaron diariamente. El sitio empezó a registrar más de siete millones de páginas vistas al día.
     Las fotografías se dividen en dos simples categorías (aunque no siempre queda tan claro, a juzgar por lo que uno puede ver): hombres y mujeres. Del inmenso catálogo de amihot surgen varios aparadores para el potencial calificador. Quizá el más atractivo es el llamado "Carne fresca". En esta zona del sitio aparecen los rostros o los cuerpos de los que acaban de registrarse para ser analizados. La mayoría de los aventados jamás podrían —hay que decirlo— ganar un concurso de belleza. Una pelirroja con algunos kilos de más se lleva un 4.5. Un muchacho al que le falta un buen corte de pelo y le sobra una dosis equivalente de acné es llevado al averno del 3. Nadie se salva.
     Sin embargo, no todo es un ejercicio de humillación. En la vitrina llamada "Favoritos" aparecen los rostros bellos, los objetos del deseo de la comunidad, las esbeltas musas o musculosos galanes que ocupan el inalcanzable nicho del 9. Uno puede enviarles mensajes a estas personas, ocupantes del Olimpo de la belleza en internet. Me atreví, en un arrebato, a mandarle unas líneas afectuosas y sensibleras a una rubia neoyorquina; algo así como "me da gusto que exista alguien como tú". La respuesta cayó, desde las alturas, como un balde de agua fría: "Gracias", me dijo, "yo le agradezco todos los días a Dios que haya gente como yo en el mundo". El sabor del rechazo cibernético es incomparable.
     En un intento desesperado por experimentar en carne propia el análisis bajo el microscopio virtual (y darle un toque de profesionalismo a esta nota), decidí crear mi propia página en amihot. Escoger la foto por incluir fue una labor titánica. Como no carezco de vanidad, escarbé en mis archivos fotográficos (dos o tres cajas, no más) hasta encontrar la pose correcta, la sonrisa ideal. Di en el clavo cuando me hallé vestido de esmoquin en una de esas fotos que se toman en las bodas. Me registré en el sitio (previo pago) y llené el formulario. Ahí, tiene uno que escoger de una lista predeterminada de pasatiempos favoritos. Aparecían cosas como "cocinar", "caminar por la playa", "hacer mantequilla", "construir castillos de arena" o "afilar cuchillos". Escogí, entre otras, las dos últimas. Nadie se resiste a un hombre que construye castillos de arena y afila cuchillos, pensé.
     Pasaron los días y los resultados llegaron poco a poco. En la primera semana mi promedio, con veinte votos, no rebasó el 4.8. Me atacó una depresión inédita. Tenía el orgullo herido por un tumulto (veinte personas ya son un tropel) de francotiradores anónimos. Pero habrían de venir tiempos mejores. A lo largo de las siguientes dos semanas, empecé a cosechar calificaciones misteriosamente más altas. Ahora puedo decir, con orgullo, que, con más de sesenta votos, tengo en mi haber un honroso promedio de 6.8. Juro que no voté por mí mismo. Si mis bonos decaen, estoy tranquilo. Siempre me queda registrarme en uglypeople.com. –

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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