Evocación de Don José María El Mejicano

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Dentro de la obra poética de Sor Juana Inés de la Cruz, tan amplia y tan brillantemente analizada, hay un tema que ha merecido una atención menor por parte de sus múltiples estudiosos: el del hijo largo tiempo esperado por su musa y protectora, la Condesa de Paredes, y que aparece en nueve de los poemas que forman, en la edición canónica de Méndez Plancarte, lo que éste llamó “la segunda etapa” de los poemas dedicados a los Marqueses de la Laguna, la que va “Desde el nacimiento de su Heredero hasta su vuelta a España: del 5 de julio 1683 al 25 de abril 1688“.1
     El lunes 5 de julio de 1683, a las ocho de la noche, nació en la ciudad de México el niño que el miércoles 14 recibió, en la pila de San Felipe de Jesús, los nombres de José María Francisco Omnium Sanctorum, tercero y único supérstite de los tres hijos que tuvieron estos virreyes. Los óbitos previos: Mariana Francisca, muerta casi al nacer, el 22 de diciembre de 1676, y Manuel, nacido el 2 de agosto de 78, que sobrevivió once meses, hicieron del tercer embarazo de María Luisa Gonzaga Manrique de Lara objeto de gran cuidado, temor y esperanza, sentimientos intensa y genuinamente compartidos por la Fénix de México.
     Dentro de esta segunda etapa, entre las poesías dedicadas a sus altos protectores destacan dos, la 23 y la 24 del tomo i de las Obras completas.2 En la primera, “Habiéndose ya bautizado su hijo, da la enhorabuena de su nacimiento a la Señora Virreina“, Luis González Obregón creyó descubrir un “presentimiento de la Independencia”; en la segunda, “Con ocasión de celebrar el primer año que cumplió el Hijo del Señor Virrey, le pide a Su Excelencia para un reo“, Sor Juana dirige al niño José María, a quien otorga en vida de sus padres los títulos que sólo heredaría a la muerte de éstos, y para enternecer más al padre, a quien está realmente enderezada la petición, una solicitud de clemencia hacia un tal Benavides, alias “el Tapado”,3 y puede considerarse como un primer ejemplo de la inveterada costumbre de los intelectuales de firmar cartas abiertas a la autoridad. Aquélla, como las actuales, puso oídos sordos a la súplica. (En el verso 125 hizo otra petición de clemencia para un inglés cautivo, esta vez dirigida a la virreina, y se ignora si tuvo mejor fortuna.)
     Más que “un presentimiento”, el primer poema es en realidad un hiperbólico proyecto político en el que la jerónima, muy consciente de la estirpe real del pequeño al que ahí llamó “el Mejicano” (en quien reconoce, desde tan pequeña edad, virtudes guerreras y literarias mitológicas), expresa en el siguiente fragmento el tan conocido deseo de autarquía que abrigaron desde temprana hora los criollos ilustrados:

     Enlace, compuesto heroico
     de las armas y las letras,
     a los laureles de Marte
     las olivas de Minerva.
     Crezca gloria de su Patria
     y envidia de las ajenas;
     y América, con sus partes,
     las partes del Orbe venza.
     En buena hora al Occidente
     traiga su prosapia excelsa,
     que es Europa estrecha Patria
     a tanta familia regia.
     Levante América ufana
     la coronada cabeza,
     y el Águila Mejicana
     el imperial vuelo tienda.
     Pues ya en su Alcázar Real,
     donde yace la grandeza
     de gentiles Moctezumas,
     nacen católicos Cerdas

     En su exaltada felicitación, Sor Juana consideró que Europa le quedaba chica a los dos altos linajes que convergían en el retoño, al que llama a hacer suya la grandeza del imperio de Moctezuma como forma de legitimación del triunfo de América (tropo que haría suyo el movimiento independentista del XIX y la historia oficial republicana).
     En otro sitio me he referido a los antecedentes maternos de José María de la Cerda y Gonzaga Manrique de Lara.4 Los paternos no eran menos ilustres. Tomás Antonio de la Cerda, Marqués de la Laguna de Camero-Viejo, virrey de noviembre de 1680 a abril de 1688, era a su vez hijo del vII Duque de Medinaceli, amigo y mecenas de poetas, en cuyo palacio fue arrestado Quevedo el 7 de diciembre de 1639. Los De la Cerda provenían del infante Don Fernando, primogénito y heredero del rey Don Alfonso El Sabio (y nieto de San Fernando), “al que llamaron el de la Cerda por haber nacido con un pelo largo a manera de cerda en el pecho”,5 mote que adoptaron como apellido sus descendientes. Este infante casó con una hija de San Luis, rey de Francia, y después de unas complicadísimas peripecias dinásticas, su hijo, apodado “el desheredado”, fue excluido de la sucesión por las Cortes, que optaron por su tío Don Sancho, pero recibió más tarde de los reyes de Castilla el “Territorio de la Recompensa” como reconocimiento de sus legítimos derechos a ese trono, lo que finalmente convertiría a los De la Cerda en una de las familias más ricas de España.
     El destino de José María fue muy otro del que le auguraba en ese poema nuestra Mvsa Dézima. Dejó la Nueva España cuando contaba cuatro años y nueve meses, y no sabemos qué recuerdos guardó de su corta estancia en “su Patria” ni de los mimos que le prodigó la protegida de su madre. Tornados a España, Tomás Antonio fue nombrado “mayordomo mayor” de Mariana de Neoburgo-Baviera, segunda esposa de Carlos II “el Hechizado”, en tanto que María Luisa recibió el puesto de “camarera mayor” de la misma señora. El pequeño fue entonces menino de la reina. El ex virrey, III Marqués de la Laguna, murió en 1692, no sin antes haber tenido, a pesar de “vivir en el Cielo” —Soror Ioanna dixit6 (prueba de que aun el Cielo, cotidianamente, puede llegar a aburrir), una hija natural: Tomasa de la Cerda. Nada más sabemos de ella, pero es probable que haya ingresado a un convento.
     En 1705, cuando contaba 22 años, José María casó, en el Palacio Real de Madrid, con Manuela María Josefa Téllez Girón, nieta del Duque de Osuna, quien había sido, junto con el de Medinaceli, el otro gran amigo y protector de Quevedo (“Faltar pudo su patria al grande Osuna / pero no a su defensa sus hazañas: / diéronle muerte y cárcel las Españas, / de quien él hizo esclava la Fortuna“). En 1713 acompañó a su madre al destierro por apoyar la causa del archiduque Carlos de Habsburgo contra el futuro Felipe v de Borbón, en la Guerra de Sucesión Española. El IV Marqués de la Laguna de Camero-Viejo y XII Conde de Paredes de Nava murió en Viena, a los 44 años, el 21 de enero de 1728 (siete años después de la Divina Lysi, que murió en Milán), siendo Gentilhombre de Cámara del mismo archiduque.7 Cuando en el siglo siguiente un sobrino bisnieto de éste vino desde Viena a ocupar el trono de Moctezuma, nadie recordó al Mejicano descendiente de santos y monarcas.
     La fidelidad de esta familia a los Austrias terminó con la prematura muerte de “ese Amor generoso” […] “ese nuevo Alejandro“, como lo calificó la exaltación de Sor Juana, pues Isidro Manuel de la Cerda y Téllez Girón, nacido en Barcelona en 1712, regresó a la Corte y ocupó en Madrid el puesto que había tenido su abuelo: “mayordomo mayor” de la reina, en este caso de la reina madre, Isabel de Farnesio, viuda de Felipe V, a quien su abuela, la ex virreina, no había aceptado en el trono español.
     José María El Mejicano fue el tronco de los condes y duques de Parcent, únicos que ostentan hoy el apellido De la Cerda. Ocho generaciones después de él, la América ufana de nuestra poetisa tiene un inesperado encuentro con sus descendientes: el doctor Íñigo Granzow de la Cerda, botánico investigador de la Universidad de Míchigan, se ocupa actualmente del estudio y la conservación de los bosques tropicales de América Central, lo que seguramente la habría llenado de orgullo. ~

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