Luego de la gran aridez que nos hacía creer que El Huapango de Moncayo era la única obra musical digna de ser grabada que habíamos producido, el mercado discográfico ha luchado contra tal rezago y se ha abierto tanto a un mayor número de compositores contemporáneos como al rescate casi obligado de las obras de los anteriores, que han podido llegar al elemento más efectivo de difusión y de permanencia: el disco. En esta situación, a todas luces favorable, la música mexicana ha encontrado una salida que ayuda tanto a los compositores como a los intérpretes para que sean conocidos y calificados por el público.
Dentro de esta nueva tendencia, el reciente disco Funesta, de la compositora Marcela Rodríguez, revive una vieja tradición que relaciona la música con la literatura. El compacto, integrado por tres obras, reúne ambas disciplinas artísticas de diferentes formas: la recreación musical luego de una lectura, la musicalización de poemas y la reunión de textos con un tema común para proponer el mismo tema musicalmente.
La fábula de las regiones es una fantasía, en el término más puramente musical. Es una recuperación de la forma romántica (salta a la memoria la fantasía luego de una lectura de Dante de Liszt) donde la autora, luego de cerrar el texto, lo recrea en otro lenguaje o reflexiona sobre las sensaciones que la literatura provocó. En esta fantasía, inspirada en un texto de Alejandro Rossi, Marcela Rodríguez nos propone un juego de intensidades constantes. Pareciera como si su intención fuera demostrarnos que, luego del derrocamiento de la armonía y hasta de la melodía, la música es tensión e intensidad. Para tal fin, utiliza los instrumentos más apropiados: las cuerdas. Así, la fantasía es una obra de extraña, tensa y profunda belleza, un arco continuo que se tiende sobre la cuerda pulsada, una intensidad que avanza lentamente para encontrar su paroxismo y finalizar con un violín, esbozando una melodía triste, larga, como el amanecer. Podríamos escuchar cierta influencia de Ligeti, pero sólo en lo formal, ya que en la música de esta fantasía hay mayor desarrollo, mayor intensidad, y no ese recurrente movimiento alrededor del punto ligetiano.
La segunda obra es la que le da el nombre al disco, Funesta, ciclo de seis arias con poemas de Sor Juana. En la búsqueda de equilibrar las fuerzas expresivas, Marcela Rodríguez hace un estudio casi silábico de los textos de Sor Juana, mientras que la voz humana, angustiada, a veces es un instrumento más de la orquesta, otras veces es solista. Funesta es una obra reflexiva, de constantes negaciones a pertenecer a un ritmo establecido, de imaginaciones y de imágenes. Muy cercanas a la antigua forma de aria, estas obras de Marcela Rodríguez se aproximan mayormente a los llamados recitativos, pequeñas introducciones sin resolución armónica que daban pie al aria. Funesta se concentra en trabajar el recitativo, como si cada sílaba de Sor Juana fuera parte tan importante como el todo. Así, recitando, la obra avanza y desgrana un texto cuya música poética da lugar a una nueva versión de poesía musical.
Finalmente, Adúltera enemiga, canciones sobre textos misóginos de Ruiz de Alarcón, es una aproximación irónica a los textos del dramaturgo taxqueño. Esta obra fue estrenada en las quintas Jornadas Alarconianas en Taxco en 1992 y, a mi modo de ver, se acerca en gran parte a la canzonetta italiana del Renacimiento, cuyas intenciones dramáticas se imponían a la decoración musical. En esta obra, la compositora establece un juego de melismas relacionados con repentinos cromatismos, casi sarcásticos. Con esta obra de abruptos rompimientos rítmicos, Marcela Rodríguez se apoya en la teatralidad de los textos de Alarcón para crear un juego de luces que unifica la obra.
Compositora de poderosa preparación musical, Marcela Rodríguez nos demuestra que, finalmente, la mejor manera de luchar contra esa ya trillada separación entre compositor y público es a través de la difusión. –