Gran homenaje a Don Alonso

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Viaje alrededor del Quijote de Fernando del Paso es un libro escrito por un autor imaginativo, pero también informado y leído. No es una obra improvisada, sino producto de varios años de lecturas acuciosas e inteligentes. Es un libro que aporta varias cosas concretas a la discusión sobre el Quijote que, hasta donde sé, no habían sido observadas por los estudiosos y editores: a) La inconsecuencia en Cervantes de que el cuarto donde Don Quijote tenía sus libros se haya desvanecido, y que a nuestro héroe no se le haya pasado por la cabeza dar la vuelta a la casa para saber qué había pasado con el cuarto desaparecido por el mago Frestón. Es una observación ingeniosa que sólo podía haber hecho un novelista y que hasta ahora —según el autor— no había hecho ningún cervantista. Se han intentado algunos croquis de la casa, pero no se dice una palabra ni se pinta un dibujo del cuarto desaparecido. b) La segunda aportación crítica de fondo se refiere al personaje Álvaro de Tarfe, que aparece al final de la Segunda Parte. Es un personaje “nacido” originalmente, si así puede hablarse, en la novela apócrifa de Avellaneda, pero que Cervantes trae a la segunda parte del Quijote para que jure ante una autoridad que tanto el Quijote como el Sancho que conoció en la otra novela son apócrifos. En el mar de historias de la novela de Cervantes, este detalle había pasado casi inadvertido a los cervantistas, hasta donde llega mi ignorancia.
     La publicación del libro de Fernando del Paso sobre Don Quijote de la Mancha se hace a unos meses de que se cumplan el año próximo cuatrocientos años de la publicación de esta legendaria novela tan cómica como melancólica. Se trata de un libro importante dentro de la bibliografía cervantina por diversas razones, como más adelante se podrá concluir, pero también porque es uno de los pocos libros que las letras mexicanas han dedicado a interrogar las figuras de Don Quijote y sus personajes —otros escritores mexicanos que se han ocupado en libros de Cervantes y de su novela han sido Francisco A. de Icaza, Ermilo Abreu Gómez y Carlos Fuentes. El volumen también importa dentro de la obra del propio Fernando del Paso —quien, por cierto, el año próximo cumplirá setenta años, justo cuando el Quijote cumpla cuatrocientos— pues se trata del primer libro de corte ensayístico que el autor dedica a un tema único, y resulta significativo que Del Paso haya elegido medirse precisamente con el Quijote, la novela fundadora de todas las novelas, y por supuesto, la novela más importante de la lengua española.
     El libro se compone de siete capítulos: el primero, titulado “Quijotitos a mí”, está inspirado en la expresión que los labios de Don Quijote exclaman ante la jaula de los leones: “¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?” La expresión traspuesta de la novela al ensayo tiene no poco de irónico y de autoburlesco, y denuncia cómo el autor es consciente de que al escribir este libro se le tome —lo cito— por “un insolente bravucón, el cual sin que nadie lo haya forzado […] pide que le abran la jaula de los leones” (p. 10). Pero en el empleo de esta frase también da a entender que, más allá de las reacciones de los lectores —bostezo, ignorancia, ganas de comérselo vivo por el atrevimiento de atreverse a jugar críticamente con la novela: lo sigo parafraseando—, Fernando del Paso conoce y domina la novela como lector hasta ser capaz no sólo, por así decir, de meterse en la jaula de los leones, sino de ponerse su piel y de disfrazarse con ella. En este capítulo inicial el novelista metido a conferenciante muestra su baraja, sus supuestos y presupuestos y da las reglas de un ambicioso juego que consistió en “aprender a nadar en ese océano paciente sin fondo que es la bibliografía cervantina”, como ha dicho él mismo, y que ha consistido, añado yo, en lanzar como en un literario frontón la esfera de su inteligencia contra la pared elástica de la novela de Cervantes tanto como contra la pared innumerable de la crítica cervantina, “más de cinco mil títulos y casi diecinueve mil entradas como consta en la Bibliografía del Quijote por unidades narrativas y materiales de la novela“; para no hablar del Anuario Bibliográfico Cervantino o de la Cervantes International Bibliography. Del Paso en efecto hará rebotar la esfera de su inteligencia y de su experiencia entre los muros del Quijote y su crítica con erudición amena, destreza sinóptica que hacen de este libro un ejemplar libro de crítica literaria —un genuino breviario— donde el asunto o sujeto tratado se prolonga en el examen de la crítica o de la historia o teoría de ese asunto, dando como resultado un doble espejo de la memoria capaz de convocar la idea de infinito —una de las obsesiones que, al parecer de este lector, recorren y unifican la obra toda de Del Paso.
     En este pórtico, el autor detalla al lector la historia personal de sus lecturas y explaya la trama de su libro: alrededor de algunos temas selectos, elegidos o electivos, prosperan y se engarzarán tanto las opiniones del propio autor como los pareceres de otros lectores, juicios que a su vez, nos advierte él, “son de dos clases: unos, aquellos que la fama se ha encargado de consagrar, y por lo mismo, son parte ya indeleble de la historia de la crítica cervantina […] Otros son las opiniones, los juicios, con lo que me he topado durante mi camino de lector solitario, y que […] me ha parecido justo […] resaltar y no nada más por lo atinados que parezcan, sino también por su belleza” (p. 19). Desde el principio Del Paso pone sobre la mesa las preguntas de su juego: ¿Estaba tan chiflado que no se daba cuenta de lo que pasaba? ¿Ama, puede amar Don Quijote a alguien? ¿Es realmente valiente o sólo es un bravucón ingrato? ¿Estaba Don Quijote loco? ¿Se burlaba o no Cervantes de él? ¿Hasta qué punto se cifra la cultura española en esta novela? ¿Hasta qué punto es posible leer inocentemente al Quijote? ¿Es Don Quijote un falso misterio o un verdadero objeto de culto? ¿Es posible leer sus páginas a la luz de una idea de trascendencia? ¿Es posible leer los textos de la crítica como un solo texto polifónico paralelo al orden geométrico perspectivista que se cruza y traslapa en la novela? ¿Es Don Quijote un texto de espíritu poético y religioso o bien es sólo una máquina para hacer reír y llorar? Estas preguntas frontales y a veces abruptas me hacen preguntarme si el libro de Fernando del Paso es una obra iconoclasta o en realidad es el homenaje más vivo que se le haya brindado al Quijote desde México, desde hace muchos años.
     En el segundo capítulo el autor ya va entrando en materia y, como en una muñeca rusa, el Viaje alrededor del Quijote se abisma y desdobla en “El viaje como aventura de la imaginación”. Sigue los pasos de la hermosa monografía de Howard Rollin-Patch: El otro mundo en la literatura medieval, traducida por Jorge Hernández Campos para el Fondo de Cultura Económica y que lleva un valioso apéndice de María Rosa Lida de Malkiel sobre “La visión del trasmundo en las literaturas hispánicas”. No voy a intentar resumir el capítulo, pero sí me gustaría subrayar el predicado de la voz “viaje” como “aventura de la imaginación” y añadiría yo como aventura espiritual y religiosa, de la Odisea a la Eneida, del Rig-Veda a la Leyenda del Vellocino de Oro, de las correrías de San Brandán a Quetzalcóatl. Pero Del Paso va más allá de Patch y de María Rosa Lida, y cumple en este capítulo un repaso sinóptico realizado al vuelo de sus botas de novelísticas siete leguas, viaje por el viaje en la literatura contemporánea, para no hablar del examen y repaso que hace de la noción de viaje en la obra misma de Cervantes, como ilustra su Viaje al Parnaso. Al promediar el capítulo y a partir de las citas del libro de Joseph Campbell: en El héroe de las mil caras (traducido por Luisa Josefina Hernández), queda claro que en la lectura de Fernando del Paso la noción de viaje y la noción de héroe están asociadas en un horizonte espiritual, simbólico y religioso. Cabría añadir aquí que, en la época de Cervantes, el viaje era un lujo que sólo se podían pagar los señores ricos o bien un castigo o bien una prueba religiosa o militar. Ya en este capítulo el lector puede irse dando cuenta de que el Viaje alrededor del Quijote que cumple Fernando del Paso —más allá de la odisea por la erudición cervantina— es un viaje trascendente, ya por el firmamento, ya por los subsuelos de las creencias religiosas, ya por el horizonte del mito donde el autor va enfocando su investigación en torno al Quijote como una búsqueda de las verdades que perfilan la verdad mayor y trascendente de su protagonista.
     Y es precisamente el tema de la verdad el que aflora y se despliega tensamente en el siguiente tramo, “El salto inmortal de Don Álvaro Tarfe o El complot de Argamasilla de la Mancha”. En esta estación —una de las más entretenidas y sabrosas del libro— se estrecha e interroga la figura —para siempre elusiva y para siempre captada y capturada— de un personaje que aparece en la segunda parte del Quijote, pero que en realidad proviene del texto apócrifo del aborrecible Alonso de Avellaneda. Ese personaje —recordémoslo— se llama Don Álvaro Tarfe. Al encontrarlo, “De inmediato, Don Quijote le dice a Sancho que le parece haber topado con ese nombre cuando hojeó el libro de la segunda parte de su historia”. Se refiere, desde luego, al Quijote apócrifo de Avellaneda. Don Quijote entabla conversación con el personaje, y le pregunta si él es “…aquel Don Álvaro Tarfe que anda impreso en la segunda parte de la historia de Don Quijote, recién impresa y dada a la luz del mundo por un autor moderno”, y el caballero responde: “El mismo soy… y el tal Don Quijote, sujeto principal de la tal historia, fue grandísimo amigo mío, y yo fui el que le sacó de su tierra, o, a lo menos, le moví a que viniese a unas justas que se hacían en Zaragoza, adonde yo iba…” (p. 71)
     Además de sus contribuciones puntuales y contundentes, Del Paso repasa con amplitud e inteligencia crítica tanto la novela como las opiniones de los cervantistas especializados. Para ellos, ciertamente este libro será quizá un escándalo o una obra iconoclasta, pues, soberbios como suelen ser la mayoría de los profesionales del detalle, acostumbrados como están a oír llover sin pensar que se pueden mojar, el hecho de que un ingenio lego —o no preparado— les venga a decir que no miraron en detalle suscitará previsibles suspicacias.
     El libro de Del Paso pone al día también otras cuestiones en sus diversos capítulos, como por ejemplo la que discute las virtudes de Don Quijote (¿Era realmente generoso?, ¿era valiente?) o las que nos hacen ver que en realidad, bajo el nombre de Dulcinea, se concentran muchas realidades espirituales y morales.
     Una última razón para subrayar la importancia del libro de Fernando del Paso consiste en que se trata, insisto, del primer libro de ensayos con un tema en común que publica el novelista, y de uno de los pocos que se han publicado sobre el personaje y sobre Cervantes en México, aunque innumerables autores mexicanos hayan hecho alguna vez incursiones sobre el tema. –

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(ciudad de México, 1952) es poeta, traductor y ensayista, creador emérito, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores de Arte.


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