Kalahari

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El diccionario Robert de Noms de Lieux refiere dos posibles significados de “Kalahari”, el nombre del gran desierto del África austral, en lengua bosquimana: el primero, “muy arduo”; el segundo, “dunas”. ¿Cuál conviene a la colección de estrictas viñetas que forman el primer libro del poeta peruano Rómulo Acurio (Cusco, 1965), diplomático de carrera y poeta deudor tanto de los haijines como de Giuseppe Ungaretti? A primera vista, ninguna: el paisaje predominante del libro, que contiene precisas instantáneas verbales tomadas en Fes, Yucay, Phra-Nang, Umbría, Bali, Loch Ness, Sevilla, Londres, Lima, París y otros lugares, no es el desierto. Pero tampoco es un paisaje culturalista (en esa tradición que modernamente encuentra su modelo menos en la elegía renacentista que en Ezra Pound) y la referencia geográfica de los títulos no tiene, en la mayor parte de los casos, un peso simbólico. Se trata, quizá, de un título irónico: el África del cazador está en todas partes y la selva lo acecha a la vuelta de la esquina. Al pasar por “Dunkerque” –así se llama el poema– el poeta no evoca el desembarco de los aliados y, en lugar de la victoria de la civilización sobre la barbarie, mira en una “calle tiznada” esta escena:

Largos muros de concreto

conducen por el este

y el oeste

a la ciudad idéntica.

Detrás de los hangares

retozan las grúas

de cuello gentil:

en este tiempo anidan

preciosos sacos

de cemento

en los contenedores.

– Aurelio Asaín

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