Los intelectuales y artistas que se apartan deliberadamente del público, o reciben su aplauso como un insulto, fundan su desdén aristocrático en la creencia de que el vulgo pertenece a una especie zoológica inferior y, por lo tanto, cualquier intento de humanizarlo está condenado al fracaso. Pero los espíritus selectos, o los diletantes que aspiran a serlo, no han aclarado aún de manera satisfactoria cómo se puede prescindir de la bestia, y crear una comunidad artística autosuficiente, sin caer en el autismo y la asfixia, o en lacofradía gangsteril de elogios mutuos.
En la España del Siglo de Oro era de buen tono insultar al animal policéfalo en los prólogos de los libros. De ese modo el escritor se disculpaba ante sus colegas, y ante sí mismo, por el hecho de publicar, como si someter un libro al juicio del populacho fuera una falta de respeto a la minoría ilustrada. Se perfilaron desde entonces dos actitudes frente a la "bestia fiera" que buscaba profanar el recinto sagrado del arte: darle completamente la espalda, como lo hizo Góngora a la cabeza de los poetas culteranos, o tratar de domarla en los teatros populares, que por un significativo azar se llamaban "corrales". Lope en España y Shakespeare en Inglaterra eligieron elcamino del látigo, o la necesidad económica los obligó a seguirlo, pero en lugar de aplebeyarse lograron ennoblecer el gusto popular y darle al público mucho más de lo que pedía, cuando los poetas cultos de Europa creían que la alta literatura sólo podía escribirse en latín.
La luna de miel entre los escritores de genio y la fiera domesticada terminó a finales del siglo XVIII, con el ascenso al poder de un vulgo próspero, la burguesía, que no sólo desplazó del gobierno a la aristocracia, sino trató de introducircriterios utilitarios en el terreno del arte. Para oponerse a la dictadura del lucro y la zafiedad, los románticos franceses,provenientes de arruinadas familias nobles, crearon un culto profano de acceso muy restringido, la religión del arte, y se apropiaron las funciones de la vieja casta sacerdotal, en un proceso de endiosamiento que Paul Benichou describió con abundantes ejemplos en su espléndido ensayo La coronación del escritor (FCE, 1981). El primer mandamiento de la religión del arte era "despreciarás al burgués", pero como la burguesía se había expandido y el pueblo llano compartía su escala de valores, en los hechos el desprecio a los nuevos ricos se extendía a la masa de asalariados que llenaba los teatros y leía folletones en los periódicos. Contra esos advenedizos seerigió la torre de marfil donde Théophile Gautier hubieraquerido enclaustrarse. Y cuando los románticos, perdida suautoridad moral, se convirtieron en poetas malditos, la necesidad de cerrar filas ante una sociedad excluyente y mezquina los llevó a crear un lenguaje de secta, indescifrable para los no iniciados, que tapió la única ventana por donde el vulgo podía asomarse a su genio.
El paladín del hermetismo fue Mallarmé, un opositorfuribundo a cualquier forma de divulgación cultural, que consideraba una afrenta para el genio poético los altos tirajesalcanzados por Las flores del mal. En el reportaje fantástico "El espectáculo interrumpido", Mallarmé expuso los peligros de acercarse demasiado a los lectores semiletrados. Un cronista de paladar exquisito asiste a un acto circense titulado "La bestia y el genio", donde un payaso baila con un oso. El esteta cree percibir en la mirada del animal señales de respeto al ser superior, y supone que si tuviera el don del habla, propondría al payaso un pacto de reconciliación entre el género humano y el reino animal. Por un momento parece posible que labestia y el genio puedan bailar en perfecta armonía, pero de pronto el oso derriba a su compañero de un manotazo, vuelve a ponerse en cuatro patas y lo tritura sin piedad, ante lamirada complacida de la concurrencia, que deja escapar un suspiro "casi exento de decepción".
Fieles al ejemplo de Mallarmé, las vanguardias de principios de siglo prefirieron bailar sin pareja a correr la suerte del payaso descuartizado. La literatura minoritaria se radicalizó, y surgieron obras como Finnegans Wake, que presuponen la existencia de un lector superdotado, dispuesto a consagrarlesvarios años de estudio. Pero cuando los gobiernos comprendieron la eficacia propagandística del mecenazgo público, la religión del arte empezó a decaer. Los poetas y artistas cobijados por las instituciones culturales dejaron de pertenecer a cenáculos incorruptibles, cuyos miembros se criticaban con absoluta sinceridad, y formaron grupos de poder dedicados a defender privilegios, como lo habían hecho los intelectuales cortesanos en tiempos de la monarquía. La tarea de domar al oso quedó en manos de los guionistas y los directores decine, mientras los apóstatas de la religión fundada por los románticos convertían la criptografía en rutina académica. Si a principios de siglo el hermetismo fue una necesidad expresiva, en la actualidad suele ser una cortina de humo para ocultar. Por eso la literatura de escritores para escritores, la que subsidian las universidades y los institutos de bellas artes en todo el mundo, produce la misma cantidad de chatarra que la cultura de masas (y unos cuantos libros de valía, tan escasos como las obras maestras del cine popular), con el agravante de que nadie fiscaliza esa producción, pues la bestia huyó hace tiempo del genio fraudulento, por no encontrar diferencia entre su tiniebla erudita y los ruidos guturales del reino animal. –
(ciudad de Mรฉxico, 1959) es narrador y ensayista. Alfaguara acaba de publicar su novela mรกs reciente, El vendedor de silencio.ย