La verdadera historia del fracaso de la expedición ilegal de Hernán Cortés a Costa Indómita, en 1519, permaneció envuelta en el misterio durante varios siglos. Sólo conocíamos los testimonios de la expedición punitiva de Pánfilo de Narváez que en 1520 encontró los cráneos descarnados de varios centenares de rebeldes ensartados en hileras en una macabra estructura de madera, cerca de las ruinas de una efímera población, la villa que pretendió fundar el forajido Cortés en esas tierras ignotas y que llamó Veracruz. Los expedicionarios identificaron el cráneo del desafortunado capitán de la expedición y lo regresaron a Cuba ensartado en una pica, como correspondía a un traidor a la Corona. Incluso iniciaron el rumor de que Cortés y sus hombres, cegados por la ambición y la traición, se habían asesinado entre sí. Sin embargo, la mayor parte de los españoles creyó que habían sido los nativos del lugar quienes los exterminaron, de ahí que bautizaran a este sitio como Costa Indómita, cimentando una reputación de fiereza que sólo habría de crecer con los años. Por ello, el único legado duradero de esta insignificante expedición fue disuadir definitivamente a todos los temerarios que soñaban con penetrar hacia el interior de Costa Indómita, pese a los rumores de sus riquezas proverbiales.
Correspondió a Lord Cadbury, miembro de la Expedición Científica que visitó Costa Indómita en 1848, al año siguiente de la expedición militar británica encabezada por la Compañía de las Indias Occidentales que subyugó finalmente al poderoso imperio (o Triple Alianza Tlaxcala-Tenochtitlan-Tzintzuntzan), el honor de descubrir inequívocos testimonios históricos, en antiguos libros pictográficos, del ataque masivo que sufrió la expedición de Cortés al poco tiempo de desembarcar y que terminó con el exterminio de todos sus hombres. Dicha expedición militar fue encabezada por el capitán Cuitláhuac, quien unos años después sería artífice de la alianza de los mexicas con Tlaxcala y Tzintzuntzan y luego un longevo gobernante de Tenochtitlan, tras la muerte de Motecuhzoma en la primera epidemia de viruela, fechada ahora en 1528. Un detalle romántico, muy celebrado por Lord Cadbury en su clásica obra A History of the Civilizing Influence of the English on the Natives of the Brave Coast, es la ayuda clave que prestó para lograr la derrota de los españoles una mujer india de nombre Malintzin, que había sido brutalmente esclavizada por ellos y que tras ser liberada se convirtió en una de las esposas principales de Cuitláhuac.
Los mismos libros tenochcas también aclararon un misterio que las historias del efímero imperio español nunca pudieron dilucidar: ¿quién fue el primer expedicionario que proporcionó al nuevo imperio de Costa Indómita armas de fuego y caballos, a cambio de esclavos y oro, convirtiéndolo así en una potencia militar virtualmente invencible?
Unos historiadores acusaron al expedicionario floridense Nuño de Guzmán de haber sido el que inició este “infame trato“, mientras otros señalaban a los propios hombres de Pánfilo de Narváez como los iniciadores del lucrativo comercio. Más allá de esta disputa, sin embargo, ambas escuelas coincidían en que este tráfico humano, tan vana y repetidamente denunciado por el obispo de Santo Domingo, Bartolomé de las Casas, permitió prosperar rápidamente a los reinos españoles en América pero también terminó por provocar su temprana ruina.
En todo caso, la interpretación de Lord Cadbury de las pictografías indígenas, apoyada por testimonios de los miembros de la casa real tenochca, aclaró más allá de toda duda que fue Nuño de Guzmán quien, en 1521, negoció el primer intercambio de este tipo con los tenochcas, encabezados nuevamente por el capitán Cuitláhuac, y que incluso dejó en estas tierras a un pequeño contingente de guerreros que se encargó de enseñar a los nativos de Costa Indómita a manejar las armas y a montar los caballos. A cambio obtuvo una promesa de exclusividad en este comercio que los astutos tenochcas nunca honraron, pues pronto establecieron tratos similares con las expediciones de “rescate” venidas de Cuba y con representantes de otras naciones europeas. Lord Cadbury descubrió también que varios de los temerarios miembros del contingente dejado por Guzmán llegaron a la legendaria Tenochtitlan, donde casaron con hermanas e hijas de Cuitláhuac, fundando varios linajes militares y aristocráticos mexicaespañoles que habían conservado hasta esos días su poder y su prestigio.
Los testimonios históricos recogidos y analizados por el historiador inglés muestran también que fue gracias al poder de las armas y los caballos comprados a los españoles, que los tenochcas pudieron imponer una alianza a sus enemigos más acérrimos, los tlaxcaltecas y los tarascos. Si bien esta alianza implicó la subordinación de hecho de estos centros al poder tenochca, también les permitió participar en el lucrativo tráfico que se estableció con los españoles, y poco después con los ingleses, franceses y holandeses. Desgraciadamente, para conocer estas negociaciones contamos únicamente con el testimonio de los documentos mandados hacer por el exitoso Cuitláhuac, pues él mismo ordenó la quema de todos los libros tlaxcaltecas y tarascos, así como de las historias tenochcas que trataban de las épocas anteriores al establecimiento de la nueva Triple Alianza.
Por ello no podemos estar seguros del aspecto más controvertido de la interpretación histórica de Lord Cadbury, manifiesto ya en el título de su obra: su afirmación de que la inmensa mayoría, si no es que la totalidad, de los cautivos vendidos a los europeos fue salvada de esta manera del sacrificio humano al que estaban destinados en los altares de los temibles dioses nativos; según el historiador inglés, este efecto civilizatorio se reforzó aún más cuando en 1590 la Compañía de las Indias Occidentales elevó el valor de los esclavos de Costa Indómita y así convenció a los gobernantes de la Triple Alianza de vender sus cautivos exclusivamente a los agentes comerciales ingleses. El historiador inglés no puso demasiado énfasis en que esta medida comercial llevó en menos de tres décadas al colapso del ya muy debilitado imperio isleño español en América que terminó de sucumbir bajo las poderosas armas de los mercenarios de la Compañía con la conquista de Cuba en 1622.
Numerosos historiadores y antropólogos posteriores han refutado los argumentos de Lord Cadbury: en primer lugar, han afirmado que no tenemos ninguna evidencia clara de que los nativos de Costa Indómita practicaran el sacrificio humano antes de la llegada de los europeos, pues no existen historias confiables que lo demuestren, más allá de los testimonios de los expedicionarios españoles que sólo escucharon rumores y fabulaciones. Otros defensores de Lord Cadbury han señalado, sin embargo, que en Yucatán, donde los comerciantes franceses y holandeses impusieron condiciones de intercambio bastante menos favorables que en Costa Indómita, los pueblos mayas continuaron practicando el sacrificio humano a lo largo de cientos de años, ofrendando a sus sanguinarios dioses los cautivos que no alcanzaban a vender a los traficantes europeos.
Más allá de estas discusiones, los estudios demográficos, sociales y arqueológicos de la Escuela de Plymouth (establecida en el puerto inglés que más lucró con el tráfico de esclavos de Indias) y de los historiadores del Anáhuac, que tanto han contribuido al conocimiento de la historia de su país antes y después de su independencia en 1964, han permitido medir con mucha más certeza las dimensiones y alcances del “infame trato“. (Ambos grupos han retomado de manera irónica y crítica este término español que tanto sirvió para cimentar la Leyenda Negra promovida por el derrotado reino ibérico contra los exitosos traficantes británicos.)
El consenso actual es que entre 1521 y 1842, fecha de la abolición del tráfico, Costa Indómita vendió alrededor de dos millones de esclavos a los tratantes europeos, mismos que fueron llevados a las plantaciones españolas, y luego inglesas y francesas, en las islas caribeñas, y también en las Provincias Confederadas del Norte, originalmente inglesas, y al Brasil holandés. Este tráfico humano sustentó una lucrativa economía de exportación de azúcar y chocolate que según algunos fue la base del desarrollo del capitalismo europeo. Desde luego, a las cifras de esclavos provenientes de Costa Indómita hay que añadir los más de tres millones de seres humanos vendidos por el poderoso imperio inca en las costas de las Indias del Sur.
Respecto a los efectos de este tráfico en el interior de Costa Indómita, y de Yucatán, la evidencia es menos firme, pero los historiadores han reconstruido un panorama general. Destaca, en primer lugar, la reorganización geográfica de la región, pues las factorías costeñas donde se realizaba el tráfico se convirtieron con el paso de los años, y pese a los intentos tenochcas por evitarlo, en prósperas y pobladas ciudades en las que convivían nativos y una creciente población de comerciantes y artesanos de origen europeo. Así, Pánuco, Cempoala y Champotón en Costa Indómita, y en menor medida Cozumel y Tulum en Yucatán, prosperaron al grado de opacar a las capitales del interior, incluida la orgullosa Tenochtitlan. La historiografía nacionalista anahuaquense ha celebrado en ocasiones a estos puertos como la demostración del espíritu abierto y cosmopolita del imperio tenochca-tlaxcalteca-tarasco, y en otras los ha condenado como una amenaza a la pureza cultural y la independencia de Costa Indómita. Curiosamente, Lord Cadbury también vio con malos ojos el desarrollo de estos centros de mezcla humana y cultural y en particular el desarrollo en sus talleres de tecnologías vernáculas para la manufactura y reparación de armas de fuego que lesionaban los intereses de la Compañía de las Indias Occidentales.
Por otro lado, resulta claro que las “reformas de Cuitláhuac”, como las ha llamado la historiografía anahuaquense, crearon una maquinaria militar sin precedentes en la historia de Costa Indómita, comparable sólo al legendario ejército inca-mapuche. Un cuerpo profesional de jóvenes guerreros de las tres capitales de la Triple Alianza se dedicó de manera continua a atacar a los pueblos aledaños y enemigos a los que subyugaba fácilmente gracias a su sabia combinación de conocimiento del medio y fidelidad a las tácticas militares tradicionales con la utilización de armas de fuego y caballos. Estas victorias garantizaban un flujo constante de cautivos que eran intercambiados por más armas y caballos, que a su vez eran utilizados para nuevos ataques a pueblos más distantes.
Conforme crecía la distancia y la escala de estas acciones militares el imperio tenochca-tlaxcalteca-tarasco desarrolló una impresionante infraestructura de caminos, puestos de abastecimiento y campos de cuidado de los cautivos. Los historiadores han discutido sobre el peso que tuvieron en estas innovaciones las tecnologías europeas, como la rueda y los molinos de agua y viento, o las prácticas nativas como la organización vigesimal y el uso de sistemas de turnos para el abastecimiento del sistema. En todo caso, todos coinciden en que mantener esta vasta maquinaria militar se convirtió en una de las principales actividades económicas del imperio.
Esto permitió que las expediciones se adentraran en la norteña región de Chicomóztoc, llegando incluso a atravesar el río de Aztlan hasta lo que ahora es territorio de las Provincias Confederadas del Norte. Igualmente, en el sur, penetraron a Guatemala y Yucatán.
Hay que señalar que la Triple Alianza nunca intentó dominar esta última región y prefirió usarla como una mina de cautivos. En Yucatán ningún señorío maya logró imponer una hegemonía duradera sobre los demás y el resultado fue una constante guerra entre todos, que afectó de manera mucho más profunda a la sociedad local que a Costa Indómita. Estudios recientes han demostrado que este impacto negativo explica el avasallador éxito que tuvo, a partir de 1835 y en todo Yucatán, el movimiento antiesclavista maya de la Cruz Parlante que terminó con los antiguos señoríos y fundó un reino nativo “cristiano” que no fue conquistado por las Provincias Confederadas del Norte sino hasta 1936. Igualmente se ha sugerido que esta rebelión contra el “infame trato” ayudó a inclinar a la opinión pública británica y mundial contra el tráfico en América y, paradójicamente, precipitó la independencia de las propias Provincias Confederadas del Norte, consumada en 1839 con el objetivo de proteger su lucrativa economía esclavista contra los abolicionistas ingleses.
También existen posiciones encontradas respecto a la caracterización de la sociedad de Costa Indómita. La historiografía nacionalista anahuaquense suele enfatizar sus aspectos igualitarios, como la continua repartición de alimentos o bienes por parte de los gobernantes y la implantación de un sistema de educación universal, así como el impacto positivo que la creciente prosperidad tuvo en la vida de los habitantes de los pueblos aliados a los tenochcas, tarascos y tlaxcaltecas. En contraste, otros estudiosos han insistido en la rápida concentración de la propiedad de la tierra en manos de las élites militares y el “derroche” de las riquezas obtenidas por la venta de cautivos en la producción de arte suntuario y en el mantenimiento de una vida ceremonial cada vez más elaborada.
Desde luego, el tráfico de cautivos no fue el único motor de la expansión de la Triple Alianza. El comercio de oro y plata creció continuamente en importancia, sobre todo después del descubrimiento de las riquísimas minas de Chicomóztoc. De hecho, se acepta ahora que la apertura de estos yacimientos en la segunda mitad del siglo XVII marcó un parteaguas en la evolución de Costa Indómita, aumentando el poder de los tarascos, quienes mejor conocían la región y quienes más habían desarrollado las tecnologías metalúrgicas. El descubrimiento de varias crónicas en esa lengua, ocultas en Tzintzuntzan y desconocidas por Lord Cadbury, ha demostrado también que fueron ellos quienes convencieron a sus aliados tenochcas y tlaxcaltecas de dejar entrar al imperio a mineros y fundidores europeos y poco después a misioneros cristianos.
Esta información ha permitido construir una nueva visión de la segunda etapa imperial, que habría de durar hasta principios del siglo XIX. Lejos de ser un imperio monolítico y refractario a las innovaciones introducidas por los ingleses en su afán civilizador, como proponía Lord Cadbury, nos encontramos con un mundo plural y diferenciado regionalmente en el que los hombres y las ideas provenientes de fuera circulaban por caminos insospechados y en el que la creciente prosperidad material iba acompañada de profundos cambios culturales.
Las fuentes tarascas demuestran también que para principios del siglo XIX había entre las élites de Tzintzuntzan numerosos partidarios de la abolición del tráfico de cautivos para concentrar los esfuerzos del imperio, y la mano de obra que se exportaba incesantemente, en la producción minera, cada vez más rentable, y en la exportación directa y más lucrativa de productos agrícolas como el azúcar y el chocolate. Las fuentes tlaxcaltecas, aunque más escasas, parecen confirmar que también en esa ciudad, muy beneficiada por el desarrollo del comercio costero, se favorecían esas posiciones. Estas, a su vez, coincidían con las crecientes voces que en Inglaterra y en el mundo Atlántico condenaban el “infame trato“.
En respuesta a estas presiones, las élites tenochcas, entre las que jugaban un papel fundamental las familias de militares descendientes de los expedicionarios de Nuño de Guzmán, se aliaron más cercanamente con la Compañía de las Indias Occidentales para mantener el tráfico e impedir cualquier reforma pacífica. En un intento desesperado por mantener su tambaleante poder, en 1841, los tenochcas atacaron tanto Tlaxcala como Tzintzuntzan. La guerra civil que se desencadenó con estos ataques, así como la abolición del tráfico de esclavos por Inglaterra en 1842 y la amenaza de la expansión de las Provincias Confederadas del Norte hacia el sur del río Aztlan, “obligó” a la Corona inglesa y a la propia Compañía, a emprender una “campaña de rescate” de Costa Indómita que culminó con su incorporación al imperio inglés en 1847. ~