Brian Nissen ha hecho de arqueólogo de sí mismo. La casualidad, ese duende de las exhumaciones felices, lo puso de pronto ante unas cajas viejas y arrumbadas que contenían un montón de dibujos. Los había pintado hace más de cuarenta años y se habían borrado de su memoria. Al preparar su retrospectiva en 2012 para Bellas Artes, los dibujos brotaron del polvo. El pintor desempacó hojas, libretas, cuadros que le parecían ya ajenos. Durante décadas permanecieron enterrados bajo cartones y carpetas de su estudio. Cerca del pintor pero ocultos. Todo ese tiempo estuvieron ahí, sumergidos en el tráfico de todos los días, cerca de los pinceles, el café, las telas y el periódico de ayer. Uno siempre convive con el olvido. Empolvados y amarillentos, aquellos papeles lo pusieron en contacto con una civilización remota y familiar: la suya. El arqueólogo descubrió en los papeles el mapa de una ciudad que no es esa ciudad de México a la que llegó a principios de los sesenta, sino la ciudad que juega en su lápiz. Un universo de símbolos y figuras extrañas pero descifrables. Una vasija de espectáculos e intimidades. Un cuento que se despliega como códice: narración condensada en imagen. Cuerpos y bicicletas, perros y lluvia, juguetes, sandías, pistolas. Ceremonias de la vida diaria.
Desde aquellos dibujos que pueden disfrutarse ahora en un magnífico libro se observa la intuición de su mano. Como ha escrito él mismo, el lápiz se pasea por el papel como sale el perro radiante a explorar la calle, descubriéndola, olfateándola y orinando en la esquina para marcar su huella. El dibujo es un instinto primigenio. Será que el hombre es un animal que dibuja. Un mamífero necesitado de registrar en trazo su paso por la tierra y su mirada del mundo. El hombre siente la necesidad, dice Nissen, de “rendir una cuenta visual, un registro de su presencia: una manifestación palpable de su ser”.
Pero la soltura del trazo es mucho más que instinto: es una naturaleza en la que se funden observación, idea e ironía. Curiosidad, inteligencia, placer, insolencia y culto. En 1990, Brian Nissen pensó el “descubrimiento de América” imaginando el mapa del continente esperado. No la playa que pisó Colón sino el territorio que muchos creyeron que había reencontrado, el continente hundido: la Atlántida. El mito permitió al pintor delinear una bellísima cartografía fantástica. Cuadrantes para situar Punto de Fuga, coordenadas para localizar Grado de Incompletud y Ombligo del Orbe; instrucciones para ubicar con precisión milimétrica el alcance de El Canto de la Sirena. La metáfora, por supuesto, alude a las islas de Utopía pero nombra también el afán de situarse en el mundo. Poner una estaca en el espacio y salir al encuentro del vecindario. Ubicarse, reconocerse en el mundo, tocar el entorno donde se confunden siempre hecho y ficción.
El gabinete de Brian Nissen es prodigioso: volcanes y mariposas, cangrejos y chinampas, códices, mapas, mares. En todos ellos, se aprecia una inteligencia que ríe. El arte para Brian Nissen es un conocer gozoso. Cada proyecto lo transforma en un científico, un viajero, un antropólogo. Experto en Limulus polyphemus, vivificador del arte prehispánico, mitógrafo cultivado, cronista de la vida nocturna, fisgón profesional, geólogo, entomólogo y cartógrafo de aguas imaginarias. Las ciencias tendrán su método pero son, como el arte, ejercicios de la percepción y la inventiva. Si la ciencia fija el sentido de las cosas, el arte lo dispara. Sin demostrar, aclara. La transfiguración del arte convierte a las cosas en objetos mágicos, potentes. ¿Habrán cautivado durante décadas estos dibujos ignorados al pintor y al escultor? ¿Dibujaba bajo embrujo el artista que arrumbó sus creaciones, creyendo olvidarlas?
Las estampas de Farándula son la crónica de un descubrimiento. Brian Nissen encuentra México y, por supuesto, lo inventa. El país le pareció otro planeta. Árido, socialmente áspero y vital. Al llegar, no conocía a nadie, no hablaba español. Su única guía era Malcolm Lowry. México resultaba un terreno ideal para desaprender, para desprenderse de la idolatría estética y de algunos valores del Imperio. El fuereño sale a la calle y relata lo que contempla en sus dibujos. Gracias al lápiz y a la tintas empieza a aclimatarse. Registra así el día a día en sus libretas. No hay monumentos: hay utensilios y mascotas. Se trata de una lotería de estampas mexicanas que pueden gritarse a viva voz: el organillero, el ciclista, el avión, la serenata, el antojito, el mirón, la encueratriz, el matamoscas, el coñólogo, el shampoo. Varias historias cuentan estos dibujos. El misterio de los animales, la variada zoología humana, la intimidad de los objetos, las fiestas del cuerpo. Una tinta en negros dibuja a una ama de llaves con una escoba: barre coches. Un doctor lanza dardos: sus jeringas caen en blandito. El lipstick multiplica labios en el rostro. Un hombre ronca gusanos insoportables.
Imágenes de una colorida comedia. Agrupados en distintos actos, los dibujos de este mesoamericano venido de Londres se acompañan de cuentos, relatos y poemas. Margo Glantz, Álvaro Enrigue, Alma Guillermoprieto, Jorge F. Hernández, Elena Poniatowska, Valeria Luiselli, Alberto Ruy Sánchez, Guillermo Sheridan, Juan Villoro acompañan al dibujante escribiendo de animales, viajes, comilonas, doctores y cachondeos.
En los dibujos de estos años se me asoman los rostros desfigurados de Bacon, el humor de Posada, la tinta de Antonio Saura, las parodias de Ralph Steadman, las estampas de Grosz, los garabatos de Alechinsky. Se deja ver, sobre todo, el Brian Nissen de los años recientes. Sus discos y serpientes, sus caracoles, su inteligencia y sus bromas. Aparecen las lombrices que son la vegetación cotidiana de sus cuadros, los anillos y arcos que luego encontrarán cuerpo en sus esculturas. Se puede ver la libre ondulación de su trazo, el curioso garbo de sus figuras. Se asoma, sobre todo, el humor erótico que habrá de coronarse en su maravilloso Voluptuario.
Una línea, dice Brian Nissen en las palabras introductorias a este volumen, es un punto rebelde. Dibujo: insurrección de la quietud. Un punto que se aburre de su sitio y sale a pasear para contar historias, retener sensaciones o esbozar ideas. El trazo de Brian Nissen es una mirada que piensa y ríe. Todos sus dibujos seducen a la sonrisa. ~
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Brian Nissen
Farándula. Dibujos 1966-1974
RM/Conaculta, México, 2014, 192 pp.
(Ciudad de México, 1965) es analista político y profesor en la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Es autor, entre otras obras, de 'La idiotez de lo perfecto. Miradas a la política' (FCE, 2006).