Algo peor que una mala biblioteca nacional sería tener dos bibliotecas nacionales malas. En México puede ocurrir la catástrofe si no se planea bien lo que parece el gran proyecto cultural del gobierno del presidente Vicente Fox: la construcción de una nueva Biblioteca de México “José Vasconcelos”, mucho más grande y moderna que la que tiene su sede actual en la Plaza de la Ciudadela, y que a todas luces competiría, por sus dimensiones y pretensiones, con la Biblioteca Nacional de Ciudad Universitaria.
El proyecto fue revelado por primera vez hace un año, como la cereza del programa Hacia un país de lectores, iniciativa cultural que sigue mostrando grandes agujeros en medio de las ocurrencias de sus creadores. ¿Qué ocurrencias? Por ejemplo, promover la lectura entre los niños y jóvenes a través de cómicos de la televisión y futbolistas que recomiendan los libros, algo tan retorcido como invitar a la juventud a hacer deporte con imágenes de los eruditos del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM en pantaloncillos cortos, sudando la gota gorda junto a un balón. Las campañas publicitarias, que a fin de cuentas son trampas para la inteligencia, son también un recurso desafortunado cuando se trata de fomentar la lectura en serio, un hábito que, precisamente, ayuda mucho a resistir los embates de la publicidad y la mercadotecnia.
Con antecedentes como ésos y otros traspiés en la ejecución de Hacia un país de lectores, es inevitable estremecerse cuando Sari Bermúdez, la presidenta de Conaculta, dice que la nueva biblioteca “es el sueño del presidente Fox. Me lo dijo claramente: ‘Quiero que esta biblioteca sea para todas las familias de México, porque es la cabeza que se necesita para unir a todas las bibliotecas del país'” (Reforma, 24-IV-2003). Y es que una biblioteca del Estado, aunque sea un bien público, nunca será una especie de Oaxtepec para el estudio adonde el pueblo acuda como marabunta. Esto sólo era posible en la delirante propaganda socialista, y hoy sobrevive evidentemente en ciertas declaraciones populistas.
La idea de una nueva y más grande Biblioteca de México es entonces populista, o sea, costosa (ochenta millones de dólares) y oportunista, y lo peor es que ni siquiera deslumbrará al pueblo, porque a éste le entusiasman asuntos prácticos que nada tienen que ver con los libros. Además, si la mayoría de la población de este país no tiene idea de cómo funciona una biblioteca sencilla, tradicional, porque en sus barrios no hay ninguna, menos sabrán qué hacer frente a la tecnología de punta disponible en la nueva biblioteca. Pero este miedo sería posible curarlo con mejor educación escolar y creando o apoyando más las bibliotecas de barrio que ya existen, para aspirar a tener algo como la BiblioRed colombiana, que ha hecho de las bibliotecas bogotanas centros comunitarios efectivos. Sin embargo un esfuerzo así es más laborioso, menos rápido que erigir un edificio grandote, y, lo peor, es menos lucidor para legarlo como la gran herencia sexenal de la política cultural. Así que hay que levantar un elefante blanco cueste lo que cueste.
La nueva Biblioteca de México no tendrá la denominación de nacional, aunque sin duda competirá con la que sí la lleva en el nombre, que administra la UNAM desde 1929. Depositaria de los acervos de la Biblioteca Turriana, de la Real y Pontificia Universidad y de apreciables tesoros bibliográficos conventuales novohispanos, entre otros, la Biblioteca Nacional de México no es hoy la que debería ser. Sólo basta visitar el edificio en Ciudad Universitaria para comprobar su pobreza, o intentar consultar su acervo vía internet para sufrir su antifuncionalidad. En nuestra Biblioteca Nacional no es posible hallar por lo menos todos los títulos de lo que se ha editado recientemente en el país, ni es un lugar amable, práctico, para que alguien vaya a documentarse, investigar, leer, estudiar o escribir con las facilidades deseables. Como los sistemas de seguridad son deficientes, la estantería es cerrada, está prohibido entrar con libros propios y, por si esto fuera poco, es frecuente pedir títulos que aparecen en catálogo y sin embargo no están en sus lugares. Modesta, para desesperación de quien pretendería encontrar ahí, con toda seguridad, lo inexistente en cualquier otro acervo mexicano, la Biblioteca Nacional debería ser apoyada para crecer y modernizarse. Pero esto se ve como capricho de otro sexenio que, sin visión histórica y de Estado, no hay por qué tomar en cuenta. En vez de mejorar lo que ya existe, hay que levantar edificios nuevos y espectaculares.
El proyecto parece tan inevitable que ya empezaron los primeros anuncios concretos. Para empezar, los planificadores decidieron descentralizar la nueva sede; entonces se les ocurrió que la nueva biblioteca deberá estar al norte de la ciudad de México, y apenas han elegido el espacio de la estación de ferrocarriles en Buenavista y otros terrenos vecinos. Así que descentralizarán la Biblioteca “José Vasconcelos” más o menos a veinte minutos de su sede actual. Éste es el primer paso… dado, evidentemente, con el pie izquierdo. ~
Los tipos de odio americano
La organización de derechos humanos Southern Poverty Law Center divide el odio americano en 14 tipos. El más grande en número de grupos -y el más antiguo, creado en diciembre de 1865- es, aún,…
Miniaturas
Éste es el rítmico inicio de un relato del narrador israelí Agnón, premio Nobel, que, sin embargo, nunca alcanzó la popularidad que suele derivar de ese…
El último cuento de Rodolfo Walsh
Solo dos personas, hasta donde se sabe, leyeron “Juan se iba por el río”, el último cuento de Rodolfo Walsh, robado por los militares que lo asesinaron. ¿Lo podremos leer alguna vez?
Coulrofobia y corrección política
Nada hay de derechos humanos en apelar a la venganza como método de reparación y cortarle la lengua al bufón porque su chiste no hizo reír a nadie o porque a otros se les ha negado la justicia.
RELACIONADAS
NOTAS AL PIE
AUTORES