Vallejo y la decreación

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En su ensayo sobre las relaciones entre la pintura y la poesía, luego de ponderar a “aquellos que han ayudado a crear una realidad nueva, una realidad moderna”, Wallace Stevens afirma: “Esta realidad es también el mundo trascendental de la poesía. Sus instantaneidades son la conocida inteligencia de los poetas, aun si tal inteligencia pertenece a otra región.” Inmediatamente después, el autor de Harmonium hace referencia a la pensadora francesa Simone Weil quien, en La gravedad y la gracia, expone un concepto al que llama decreación. “Dice que la decreación –explica Stevens– consiste en abrir paso de lo creado a lo no creado, pero que esta destrucción está abriendo paso de lo creado a la nada. La realidad moderna es una realidad de decreación, en la que nuestras revelaciones no son las revelaciones de la creencia, sino los preciosos portentos de nuestros propios poderes. La verdad más grande que podemos anhelar descubrir, en cualquier campo que lo hagamos, es que la verdad del hombre es la resolución final de todo.” No es difícil, a partir de estas reflexiones, situar la poesía de César Vallejo como una progresiva avanzada hacia la conquista de esa “otra región”; un difícil internarse, a través del lenguaje –y, muchas veces, en contra de este–, en una zona donde la poesía va dejando de ser lo que había sido e inaugura un nuevo decir que, aun sin haberse configurado plenamente, ya es el embrión de lo que vendrá. Así, en el poema XXXVIII de Trilce:

Este cristal aguarda ser sorbido

en bruto por boca venidera

sin dientes. No desdentada.

Este cristal es pan no venido todavía.

Hiere cuando lo fuerzan

y ya no tiene cariños animales.

Mas si se le apasiona, se melaría

y tomaría la horma de los sustantivos

que se adjetivan de brindarse.

Quienes lo ven allí triste individuo

incoloro, lo enviarían por amor,

por pasado y a lo más por futuro:

si él no dase por ninguno de sus costados;

si él espera ser sorbido de golpe

y en cuanto transparencia, por boca ve-

nidera que ya no tendrá dientes.

Este cristal ha pasado de animal,

y márchase ahora a formar las izquierdas,

los nuevos Menos.

Déjenlo solo no más.

Tal vez se podría conjeturar, en el orden de esa nueva dicción a la que aspira la poesía de Vallejo, que el cristal no es otra cosa que el poema mismo, situado aún a la espera de una boca que podrá incorporarlo a su propia naturaleza y otorgarle su mejor función. Se trata también de una boca futura, naciente, como se trata de un cristal que todavía no es alimento, pan, pero que está por serlo.

En la segunda estrofa Vallejo nos previene sobre los poderes de este ser en formación, que si bien “ya no tiene cariños animales” es capaz de herir y que, en el caso de recibir un trato afectivo, podría dar pie a nuevas mutaciones del lenguaje donde “los sustantivos que se adjetivan” tomarían la pauta del habla poética, como, efectivamente, sucede en Trilce y en los Poemas humanos.

La tercera y más extensa estrofa del poema, al volver sobre esta suerte de impase en el que se halla el cristal, le añade una característica, ya que este ha de ser “sorbido de golpe / y en cuanto transparencia”. La insistencia de Vallejo es doble; por una parte, reclama el acto físico de sorber el poema-cristal –de asimilarlo también, de dejarse cautivar por él– de golpe, mediante un acto casi instintivo, lejos de todo cuestionamiento, admitirlo como lo que es: un germen alimenticio. Por otra parte, esa transparencia que es todavía mineral le permite al poeta regresar, afirmándola, a la boca futura que habrá de recibirlo/decirlo. Como si al trasluz pudiera ya estar viendo lo que será. Aquí, como en otros momentos de su poesía, Vallejo corta abruptamente una palabra, la “boca ve-nidera”, cuyo adjetivo queda escindido no solo en sí mismo, sino que se le separa del verso alejandrino al que naturalmente pertenecería. La violencia que ejerce sobre el lenguaje y, en este caso, sobre el aspecto formal de un verso, hace pensar en la indispensable velocidad de la poesía que se aleja –de un salto– forzosamente de los modos convencionales. En su libro Decreación (2005), Anne Carson elige como epígrafe unas líneas de Montaigne que vienen al caso: “Amo esa suerte de andar poético, a saltos y a brincos.”

Las cuatro últimas líneas del poema son también las más enigmáticas. Vallejo comienza por recordarnos las mutaciones del sujeto animal-cristal-poema (añadido por nosotros) que se aleja ahora “a formar las izquierdas, / los nuevos Menos”. Un vistazo a los símbolos elementales de la aritmética, hace pensar en el signo de sustracción – (menos, minus en latín) que se coloca del lado izquierdo de una cifra. De ser así no resulta difícil inferir que la novedad de este cristal tendrá que ver con la exclusión de algunos de sus elementos. El poema por venir –o en estado naciente– tendrá que configurarse con base en una cuidadosa selección no solo de las palabras, la sintaxis y las figuras diversas que lo estructuran, sino también de todo aquello que, al hacerlo, el poeta omite; aquello que desaparece durante el proceso de creación. ¿Durante el proceso de decreación? En poesía, lo sabemos, muchas veces menos es más. De ahí, tal vez, la relevancia que Vallejo le otorga a esta operación negativa, al nombrar “los nuevos Menos” enfatiza el sujeto otorgándole una mayúscula inicial.

En las últimas páginas de su libro –un compendio de poemas, ensayos y ópera–, Anne Carson elabora un cuidadoso ensayo en el que expone el concepto de la decreación, mediante el análisis de tres escritoras: Safo, Marguerite Porete y Simone Weil. De esta última cita lo siguiente: “En la operación de escribir, la mano que sostiene la pluma y el cuerpo y el alma unidos a ella son cosas infinitamente pequeñas en el orden de la nada.” Si esta nada tiene que ver con la final disolución de lo creado, con la del poema y la del poeta mismo, no resulta una impertinencia suponer que este poema-cristal (“pan no venido todavía”) será alimento un día, para alguien que en ese momento no existe aún: para nosotros, que ahora lo leemos y podemos, así sea mínimamente, dar fe de su trayectoria incierta, de su paso vacilante pero audaz sobre el abismo de lo nuevo. Así, la operación que realiza Vallejo al escribir es, al mismo tiempo, matemática y quirúrgica. Un trabajo que consiste en socavar el lenguaje para insertar el poema en esa otra región en la que realidad y verdad se corresponden. Un trabajo plenamente humano: “Déjenlo solo no más.” ~

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