Vengo al aire, del agua, mรกs ligera,
a reanudar lo que se rememora…
Gabriel Zaid, “Piscina”
Alberca, por si hay quien lo ha olvidado, viene de al-bรฉrquale, la pileta de la Espaรฑa arรกbiga-andaluza, que antes, cuando era romana, se llamaba piscina, pues era para nadar pero tambiรฉn para criar piscis.
Piscina no es bonita palabra en el espaรฑol de Amรฉrica, y en el de Espaรฑa es como una calistenia linguodental. Alberca es mรกs hรบmeda, menos punzante y mรกs cachonda. Antes, en Mรฉxico, las albercas llevaban un nombre mรกs agrรญcola, tanques, como en Villaurrutia cuando dice que la poesรญa la forman
las palabras que salen del silencio
y del tanque de sueรฑo en que me ahogo
libre hasta despertar…
Me pasรฉ la infancia nadando de una alberca a otra, oasis salvadores en una niรฑez algo desรฉrtica. Guardo veinte en la memoria. Albercas llenas de ciudades, olores y visiones empapadas; albercas vacรญas y llenas, pequeรฑos mares ovalados (dice Nervo), diminutos ocรฉanos domรฉsticos. “Te van a salir escamas”, decรญa mi madre…
En la que mรกs recuerdo vivรญ una situaciรณn particular. Habรญa usado mis ahorros en la compra de un visor y unas aletas formidables de hule negro que eran el asombro de todos. Fue en Guadalajara, en la Casa Loyola, una especie de club para familias, tan catรณlico que sus albercas estaban divididas por una barda inexpugnable que celaba el pudor de las hembras y disuadรญa el deseo de los varones, o viceversa.
El jardรญn de las mujeres era asรญ un misterio, un hortus conclusus con su fons signata, el edรฉnico jardรญn secreto en cuyo centro, cรกliz rebosante de agua-madre, cantaba la fuente sellada y fรฉrtil. (Calculo que el jesuita que lo diseรฑรณ amaba el Cantar de los Cantares, o por lo menos leรญa a Jung.)
La barda imponรญa una castidad รณptica obligatoria y, por ende, disparadora de ricas fantasรญas. Yo ya tenรญa un pie en la pubertad turbulenta. Y como leรญa febrilmente las Leyendas de la antigรผedad clรกsica de Gustav Schwab, mi biblia, me daba por imaginar esa alberca femenina al otro lado, en cuyas linfas azules retozaban solo nรกyades, ninfas, nereidas y Tetis de divinas tetas.
Un dรญa, una mujer perdiรณ su anillo en esas aguas. Llorรณ tanto y tan fuerte que la monja supervisora abriรณ una pequeรฑa puerta que habรญa en la barda y llamรณ al prefecto del lado masculino. El prefecto me convocรณ de inmediato, por mi fama de buzo y mis aletas inverosรญmiles pero tambiรฉn, supongo, por mi casta calidad de “niรฑo”, y me preguntรณ si me creรญa capaz de encontrar el anillo. Cuando dije que sรญ, ya lo habรญa transformado en el antipรกtico rey Minos, la alberca de mujeres en el mar ilimitado y a mรญ mismo, claro, en el impetuoso Teseo.
Del otro lado de la barda, la monja sacรณ del agua a las mujeres, les mandรณ cubrir sus vergรผenzas con sus toallas y las pastoreรณ hacia unos pรบdicos tabachines. Del nuestro, los muchachos se agolpaban en la puerta por ver si atisbaban “algo”, manifestรกndome su envidia y su apoyo. Crucรฉ el umbral sagrado disimulando mi turbaciรณn con aplomo profesional. Las mujeres me recibieron con un aplauso solidario, divertidas tambiรฉn, me imagino, de que su alberca fuese maculada por un tritรณn apenas pรบber.
Ahรญ, en el centro del jardรญn, mirรฉ por fin la alberca, redonda y luminosa, una pupila llena de jugo de alma, de fosforescente agua femenina. Sentรญ de golpe el asedio de la excitaciรณn, agradecรญ al visor que cubriera mi sonrojo, avancรฉ con torpeza de pato hacia el agua prohibida y me tirรฉ un clavado en su fulgor inquieto.
Era un agua distinta, el aquaster, jamรกs tocada por varรณn, bullente de feromonas, quintaesenciada de cloro y sirena, cada onda esculpida por pechos, cinturas y caderas sucesivas… Fue demasiado: abrazado por esa ninfas lรญquidas respondรญ con una decidida tumescencia. El anillo evadรญa al pobre Teseo que, un par de veces, saliรณ boqueando a tomar aire, cada vez mรกs angustiado, hasta que ojizarca Anfitrite se apareciรณ en su ayuda y al tercer intento oteรณ el anillo, dormitando en el fondo.
Saliรณ a la superficie como un delfรญn con el tesoro en la mano alzada. Las nรกyades saltaron de contento y entonaron un himno รณrfico, divinas, a pesar de sus gorras de lรกtex obligatorias para no llenar de pelos la alberca. Salvando la muralla de la monja, la hermosa dueรฑa del anillo corriรณ a la orilla y se inclinรณ a tomarlo con dulce mano, mostrรกndole al hacerlo, a manera de recompensa, sus chichotas nรญveas. Entonces Teseo, consciente de que salir del piรฉlago con el anexo Prรญapo serรญa causa de escรกndalo, y aun de excommunicationem bulla, diseรฑรณ una sagaz artimaรฑa consistente en quitarse las aletas y salir del pontoscubriรฉndose con ellas. Y asรญ lo hizo hasta alcanzar el lado de los estรบpidos mirmidones, que me cargaron en hombros y me arrojaron a su alberca, ahora tan anodina.
Fui por unos minutos Polifilo y Fausto, Raymond y Nemoroso, un viejo niรฑo que espiรณ a Susana. Y, ay de mรญ, presentรญ que “es fuego nuestra agua”…
Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.