La jornada electoral del 2 de julio en México fue extraordinaria, conmovedora, y no sólo para los mexicanos: para todos nosotros, para todo el mundo de habla española. Fue una entrada en otra etapa, un cambio histórico, un paso en el camino siempre difícil, lleno de vericuetos y de trampas, de la inserción de los países nuestros en el universo de las libertades contemporáneas.
Fue una jornada decisiva, pero no fue, ni mucho menos, a pesar de las apariencias, el producto de un día. Nosotros seguíamos con atención, desde los años setenta y sobre todo desde los ochenta, la lucha de México para salir de las ataduras del pasado, para superar la situación del partido único, de la sucesión presidencial controlada, de la democracia con adjetivos, sometida a vigilancia. Hubo todo un proceso interno complejo, profundo, que ahora deberíamos conocer mejor. Es probable que muchas cosascomenzaran en el año remoto de 1968, con los sucesos sangrientos de la Plaza de Tlatelolco. Si es así, esto querría decir que la rebelión estudiantil generalizada durante ese año, que parecía un episodio norteamericano y europeo, una forma de la crítica de las sociedades de alto desarrollo, tuvo, de hecho, repercusiones quizás más hondas en el mundo nuestro. Siempre mepareció, por ejemplo, que el dinamismo acelerado que adquirió en Chile la experiencia del allendismo, muchas veces apesar de sus dirigentes mayores, tenía relación con el espíritu de rebeldía juvenil irreductible que dominaba en aquellos años. En México se produjo con Tlatelolco un primer remezón fuerte, una primera trizadura grave del sistema político. Después, en forma gradual, con lentitud, pero en una marcha irreversible, empezaron a ocurrir muchas otras cosas.
Desde fines de la década de los ochenta se observaba, por lo menos desde fuera, una evidente aceleración: la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas para las elecciones del 88, la rebelión de Chiapas, los asesinatos políticos de los años noventa, el vertiginoso descrédito de la presidencia de Carlos Salinas, el cambio de estilo impuesto por Ernesto Zedillo, quien permitió instalar una legislación electoral moderna y suprimió la práctica del"dedazo". Ahora lo vemos como el Gorbachov de México, elestadista que comprendió la necesidad del cambio y que novaciló en impulsarlo desde adentro. En todo este proceso, laacción en años recientes del Instituto Federal Electoral y de su presidente, José Woldenberg, fue decisiva y claramente ejemplar. A mí me recordó la del Comité de Elecciones Libreschileno en vísperas del plebiscito que derrotó al pinochetismo en 1988, organismo del que formé parte y que conocí a fondo. En último término, la clave de todo consiste en confiar en los seres humanos: en creer que los electores, cuando se les abre la posibilidad, votan en su mayoría en forma libre y en favor de las libertades. De lo contrario, no habría movimiento en las sociedades y no habría posibilidad de progreso. No habría Historia, en el sentido moderno del término.
Yo estaba en un estudio de Televisa, junto a Octavio Paz, a mediados del año 1990, cuando Mario Vargas Llosa, a pantalla abierta, en directo, habló de las dictaduras ya derrotadas deSomoza, de Trujillo, de tantos otros, y sostuvo que el sistemamexicano, por el contrario, era "la dictadura perfecta". Recuerdo como si fuera hoy la profunda irritación de Paz, quien memiraba como si nuestro amigo Vargas Llosa se hubiera vuelto loco y tomaba apuntes con gestos intensos y rápidos. Octavio Paz pensaba, con buenas razones, y me lo dijo ahí en pocas palabras,en el calor del momento, que no era justo comparar la Nicaragua de Anastasio Somoza o la República Dominicana de Rafael Leónidas Trujillo, el Chivo de la novela, con el México de los años ochenta y noventa. Vargas Llosa, por su lado, hablaba del mecanismo complicado e implacable de cerrojos, de garantías, de sobornos, que había inventado el PRI a fin de perpetuarse en el poder. Era una observación válida, probablemente oportuna, y produjo reacciones inmediatas que me asombraron. Recordé las reflexiones de algunos viejos ensayistas de América Latina sobre los caudillos bárbaros y los caudillos ilustrados. Había que reconocer que el sistema del PRI, con sus revistas y sus editoriales, con sus instituciones culturales y universitarias, demostraciones,según Vargas Llosa, de la sutileza de su dictadura, no era exactamente el de Tirano Banderas, el caudillo bárbaro imaginado por Valle Inclán. Era de la misma familia, más bien, que el despotismo ilustrado de la España de la segunda mitad del siglo XVIII. Frente a esto, los Somoza y los Trujillo, los Melgarejo y los Santa Ana, con su ignorancia, con su crueldad, parecían pertenecer a otra esfera, a realidades mucho más primitivas y salvajes. Laestabilidad alcanzada por México desde fines de la década del veinte, de otra naturaleza, sin duda, que la de aquellas dictaduras personales, me hacía pensar, en cambio, en la del siglo XIX chileno, la de nuestro "Estado en forma", que no tenía partido único,pero que sí contaba con un sistema de sucesión presidencial más o menos amarrada. Al fin y al cabo, la guerra civil chilena de 1891, una de las más cruentas de toda la historia latinoamericana, tuvo entre sus motivos centrales el problema de la intervención electoral y el de la sucesión presidencial manejada por el Poder Ejecutivo. Con ella terminó un régimen en que el presidente de la república, el Señor Presidente, era una especie de pequeño monarca transitorio y que no podía ser reelegido. Como se ve, en nuestro mundo, con nombres diferentes, todo tiende a repetirse. Nuestra dificultad para formar sociedades modernas y libres es parte de nuestra historia común latinoamericana e hispánica, nos guste o no nos guste.
Reviso La experiencia de la libertad, los libros que recogieron los debates de la reunión de 1990 en Ciudad de México, y meencuentro con una sorpresa. Las mesas redondas, que se realizaban en los estudios de Televisa, juntaban a intelectuales de Rusia y Europa del Este con latinoamericanos y uno que otro europeo occidental. Pues bien, abro el primero de dichos cuadernos y me encuentro con una foto a todo color de MijailGorbachov. La alusión, buscada por Octavio Paz y por su equipo, a la idea de la apertura desde adentro, desde las entrañas y los vericuetos de un sistema en apariencia blindado, tortuoso, estaba clara. En otras palabras, la dictadura era casi perfecta, pero tenía resquicios. Y aquella reunión pública, con su discusión en pantalla abierta y que alcanzó a audiencias cada día mayores, hasta convertirse al final de la semana en un verdaderofenómeno de comunicación, hacía las veces de un Caballo de Troya que había llegado hasta el centro de la ciudadela mexicana. A pesar del dictamen lapidario de Vargas Llosa, no se equivocaba Octavio Paz, en buenas cuentas, al aprovechar losresquicios ilustrados de la casi perfecta dictadura.
Yo pensaba que las periferias del mundo occidental tienden a parecerse, pero ahora no creo que la transición mexicana pueda ser tan accidentada y peligrosa como la de Rusia. Vicente Fox, desde luego, está mucho más cerca de la Coca-Cola que de las novelas de Dostoievski, y eso, en las circunstancias actuales de México, no me parece tan mal. Partió de una formaciónconservadora y de colegio de jesuitas, lo cual podría favorecer inclinaciones integristas, pero después hizo una carrera en la empresa y en la política estatal, cosa que lo llevó a desarrollar un espíritu pragmático y a conocer la política de su país a fondo. Sus primeras declaraciones fueron conciliadoras, de buen tono, y transmitieron una inmediata sensación de tranquilidad, de cambio mesurado y civilizado. El ambiente en el interior del PRI estálejos de ser tan tranquilo, pero no creo que exista el peligro de una verdadera crisis desestabilizadora. Lo másdifícil de todo el proceso es la conversión del PRI en un partido democrático, moderno, capaz de hacer una oposición eficiente y de jugar unpapel de primera línea en la política futura. Es la incógnita principal y, en el fondo, la más inquietante.
Hace poco miraba con pesimismo la situación de muchos países de América del Sur, desde el Perú hasta Venezuela. Terminaba por hacerme la pregunta de siempre, la pregunta histórica de nuestro mundo hispanoamericano: la de si tenemos verdaderas condiciones para organizar sociedades libres y modernas. El castrismo fue una respuesta equivocada, la de una negación radical y rotunda de aquella posibilidad, y durante mucho tiempo pareció quecontaba con simpatías casi universales. Eran simpatías que equivalían a un diagnóstico y a una condena. Indicaban que no sepodía aspirar entre nosotros a tener democracias modernas, equilibradas, desarrolladas. Eso estaba bueno, parecía, para Europa occidental o para los Estados Unidos, pero no para la gente del sur hispánico, subdesarrollado, mestizo. La transición de México, la inserción mexicana en el mosaico de las democracias sin apellidos, despeja mucho todo este paisaje. Las transiciones del Cono Sur y del Brasil se ven ahora reforzadas. Las relaciones con España y Portugal, y a través de esos dos países con la Unión Europea, tendrían que avanzar mucho. Y las seudodemocracias, las dictaduras medio maquilladas que todavía subsisten entre nosotros, sucesoras rezagadas y ligeramente modernizadas de laAmérica de Melgarejo, Somoza y Trujillo, émulas del rey Ubú, la versión surrealista de Tirano Banderas, tendrían que poner las barbas en remojo. –
(Santiago de Chile, 1931 - Madrid, 2023) fue escritor y diplomático.