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Bolucas para baqueanos

James Joyce dilucidó alguna vez que escribía como escribía porque no contaba en absoluto con imaginación. Valle-Inclán pudo haber suscrito la misma declaración. Ninguno de los dos podía fantasear o inventar nada. Pero qué oído tenían para las palabras. La abundancia y precisión de su vocabulario, la hipersensibilidad hacia la contundencia y plasticidad de las diferentes voces y la sonoridad de oraciones y cláusulas es incomparable en ambos casos. Esta limitación constituye un comentario elocuente acerca de cómo se hace la mejor literatura, esto es, logrando que el idioma alcance su máximo poder expresivo, y nada más, con eso podría bastar.
     Tirano Banderas, la novela latinoamericana de Valle da comienzo cuando Filomeno Cuevas, al preparar el alzamiento armado y pasar lista a su peonada, le dice a Manuel Romero:
     —Acércate. No más que recomendarte precaución con ponerte briago. […] Llevas sobre ti la responsabilidad de muchas vidas, y no te digo más. Dame la mano.
     Romero responde:
     —Mi jefesito, en estas bolucas somos baqueanos.
     Ahora, “briago” es mexicanismo por borracho. Darse la mano para sellar un acuerdo es muy mexicano. El peón responde con un diminutivo mexicanísimo, verdadero destilado de nacionalidad, “mi jefesito”, imposible en España. Pero luego añade “en estas bolucas somos baqueanos” que no tiene nada de mexicano. “Boluca” no figura en ningún diccionario que yo tenga (y tengo más de uno), me inclino a conjeturar que lo que don Ramón quiso decir es “boruca”, esto es, “confusión, griterío, alboroto” y es voz muy mexicana. “Baqueano”, o con más frecuencia “baquiano”, es voz antillana de origen incierto, Henríquez Ureña sostiene que es dominicana, y dice “experto, conocedor, de caminos y lugares”, así como “baquía” es ese conocimiento. La palabra, si es que se emplea, se usa muy poco en México.
     Así va Valle-Inclán trenzando su novela con voces de todas partes. Poco más adelante dice “hay que proceder de matute”. “De matute” quiere decir “de contrabando”, pero allá en España (en Galicia, tierra de Valle, abundan grandes y pequeños contrabandistas). Y escribe también “Filomeno, no macanees”, de “macana”, argentinismo que dice “desatino, embuste, broma, error de palabra o de hecho”.
     Así, verbalmente, Tirano Banderas se va construyendo como la novela del mundo hispánico en su conjunto. El objeto literario creado por Valle se vertebra por el idioma. Pero, y ahí está el genio literario de Valle, el idioma no se funde en una especie de metalenguaje superior que comprende todas las variantes regionales, sino conserva, y por decirlo así, arrecia sus particularidades empecinando las identidades locales. Y el ser polifónica y diversificante es el mérito mayor de la novela.
     Valle logró escribirla, no sólo por el oído impecable que tenía, sino por el paladar para el expresionismo grotesco, platillo a la vez brutal y refinado que en él cobra el nombre de “esperpento”.
     En Luces de Bohemia, obra cumbre del teatro expresionista valleinclaniano, se oye, por poner un solo ejemplo, este parlamento envidiable, perfecto. Dice a dos gendarmes Máximo Estrella, poeta ciego, modelo de bohemio impecune:
     —Señores guardias, ustedes me perdonarán que sea ciego.
     A lo que responde el guardia:
     — Sobra tanta política.
     Donde por “política” hay que entender “buenas maneras, rodeos”.
     Difícil me parece pedir mayor carga de ambigüedad expresiva.
     (Interrumpo aquí con el propósito de seguir adelante después.) –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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