Muestra clara de la interpretación no racial de la historia de México

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Digámoslo de una vez: si el modelo de aplicación son, por ejemplo, las razas de perros, entonces simplemente no hay razas humanas. Por eso Einstein, cuando le preguntaron, en su entrada a Estados Unidos, a qué raza pertenecía, respondió: “A la raza humana”.
     Pese a que el prehistórico concepto de raza no nos permite aclarar o comprender nada, sigue en uso. Hay todavía ilusos que, por ejemplo, entienden por ser judío el pertenecer a cierta raza, la inexistente raza judía. Y si le recuerdas que qué raro que piense eso de raza cuando hay judíos rubios o morenos, judíos negros y judíos chinos, no sabe qué decir. No se le ocurre que ser judío es pertenecer a cierta etnia, cierto pueblo, cierta cultura con ciertas tradiciones y prácticas diversas. No a cierta raza.
     Es extraño que, a pesar de la infinita delicadeza y precisión con que se habla ahora de genética, se siga usando, sin matizar, el grueso concepto de raza. Por lo que se ve, la biología tarda en penetrar a los subterráneos donde yacen las supersticiones de la gente.
     La idea de razas humanas, ¿ha servido para algo que no sea perpetrar atrocidades? No lo sé y no interesa ahora la respuesta. De lo que quiero hablar es de que la historia de México se sigue interpretando en términos raciales.
     Se sigue machacando con que el pueblo mexicano es mestizo, resultado de la fusión de dos razas, la española y la indígena. Como si los conquistadores hubieran pertenecido a una sola raza, y no fueran resultado azaroso de muchas mezclas: iberos, cartagineses, griegos, romanos, godos, árabes, bereberes, qué se yo cuántos pueblos. Si algo tiene de brillante y distintivo España es justamente esa diversidad.
     Y como si todos los pueblos prehispánicos fueran la misma cosa y diera lo mismo ser maya, mexica, otomí, tarasco, yaqui o apache, qué se yo cuántos pueblos, muy diferentes entre sí.
     La pregunta ¿cuándo aparecieron los primeros mexicanos? es muy fácil de responder con la interpretación racial diciendo simplemente: cuando se fusionaron racialmente españoles e indígenas. Sólo que eso es demasiado vago, no se entiende bien, y lo que se entiende es falso, porque el español siguió siendo español, el indígena, indígena, y la mezcla de los dos (sea eso lo que sea), era mezcla de los dos, y lo mexicano no aparece por ningún lado.
     No, la respuesta a la pregunta ¿cuándo aparecieron los primeros mexicanos? no va por ahí; la respuesta tiene que ser más amplia, política, histórica, ideológica. Es muy sencillo: hablar en términos no ilusorios de “mexicanos” presupone que esté en circulación la idea cultural, política, de México como entidad independiente y viable. A su vez, la idea de México viable presupone el “criollismo”. Estas ideas no son mías, no soy historiador, son de Edmundo O’Gorman, que fue mi maestro y cuyos libros siguen siendo fuente de deleite, y de provecho, espero, para muchos.
     El criollo es español, pero un español peculiar porque es novoespañol, es decir, de la Nueva España. Es un asunto de aculturación gradual: el español novohispano fue desarrollando una “adhesión espiritual a la Nueva España” que se expresa de muchas maneras, pero que puede cifrarse en la estimación exaltada, el interés desbordado, por todo lo novohispano. “Así —dice O’Gorman—, la naturaleza de México y sus provincias le parecerá [al criollo] inigualable; afirmará que ninguna ciudad es comparable a México por su opulencia y belleza; que la belleza de sus mujeres, la sabiduría de sus letrados, la virtud de su clero y la viveza de sus ingenios es superior a lo que se les pueda oponer, y ya en los extremos de ese camino hará suya la historia de los antiguos indígenas, a la que concederá una alta potencia de virtud ejemplar, y verá, en fin, en el culto guadalupano la especialísima consideración que le merece la Nueva España a la divinidad.”
     En una palabra, aparece el sentimiento de patria, Nueva España se vuelve patria. Se trata de un proceso muy común, muchas naciones lo han tenido, lo que siempre es buen indicio en la explicación histórica. Supongo que, por ejemplo, en Australia o Canadá, países razonables, sucedió lo mismo.
     Cuando aparece el sentimiento de patria, en ese momento y no antes, la larga incubación que conduce al Padre Hidalgo está madura y en sazón para la contienda política.
     Ahora bien, esta explicación, tan sencilla, es cultural, histórica; aquí no hay ninguna de las confusiones de “la mezcla de sangres”, ni de las vaguedades raciales que han infectado durante tantos años la comprensión de la historia de México. Y ésa es la gran ventaja que tiene: ser precisa, clara, debatible, y no brumosa, fantasmal y supersticiosa, como la otra. ~

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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